Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental. Artículo 40 de la Constitución
En varios de mis trabajos, en especial en Política, poder y pupitres: crítica al nuevo federalismo educativo (México: Siglo XXI Editores, segunda edición, 2010), argumento que el federalismo mexicano, en el mejor de los casos, ha sido una aspiración; en el peor, una ficción. Por historia y tradición cultural, México tiene una vocación centralista y una ilusión federalista. También he propuesto que quizá sería conveniente comenzar una discusión, en serio, acerca de las ventajas que pudiera tener una república unitaria.
Hoy que el futuro presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, manda señales inequívocas de que desea controlar el flujo del poder desde el Palacio Nacional (ver el artículo de Raymundo Riva Palacio de ayer en El Financiero), acaso sea un buen momento para debatir las opciones que pueden abrirse. Por lo pronto, AMLO dice que desaparecerán las delegaciones de las dependencias del gobierno federal en los estados y que un coordinador, designado por él, asumirá todas las tareas de ese funcionariado.
Su argumento es límpido: ahorrar y evitar corrupciones. El problema es que en el camino barre con la soberanía —que nunca existió— de los estados. Concedo que cuando los gobernadores obtuvieron parcelas de autonomía con la alternancia, salvo excepciones, resultaron más rapaces que sus congéneres del gobierno central. Pero no hubo tal soberanía; su régimen interior consistió en armonizar sus leyes con las generales —que ya no federales— que se emitieron desde la década de los 90.
La claridad de la propuesta de AMLO hace levantar las cejas a más de uno. Los coordinadores serán procónsules, apunta nuestro colega Leo Zuckermann; serán como los viejos jefes políticos del porfiriato, piensa Riva Palacio; otros especulan que actuarán como prefectos. No obstante, hasta ahora, AMLO no ha dicho que tendrán el control de las Fuerzas Armadas en esos territorios. Una colega me comentó que funcionarían como superintendentes a cargo de la burocracia civil. En cualquier caso, tendrán más poder real que las autoridades locales constituidas conforme a la ley y al voto popular.
En sentido estricto, no creo que se vayan a desmantelar las delegaciones federales; pasarán a un esquema de concentración y mando único, pero sus funciones serán redivivas y quizás hasta en las mismas oficinas. El superintendente tendrá intendentes a cargo de educación, agricultura, comunicaciones y lo demás. El cambio es que no reportarán a los secretarios del ramo, sino al jefe inmediato y él nada más ante el Presidente. Un esquema perfecto para la centralización del poder.
Unos dicen que, de esa manera, el futuro Presidente desmantelará la democracia, que se comportará como un autócrata —o como un presidente imperial, para usar la metáfora de Enrique Krauze— y, en efecto, despierta suspicacias.
Entonces, ¿por qué no pensar en una reingeniería constitucional que garantice la supervivencia de la democracia y, al mismo tiempo, un poder central vigoroso? Claro, con contrapesos institucionales y políticos, pero que deje atrás la ficción de que vivimos en una República federal.
La otra cara de la moneda es la descentralización o el simple traslado de dependencias federales a capitales estatales. Hoy, los secretarios designados defienden la propuesta, pero a fe mía que no han hecho cálculos de costos ni cómo afectará a la baja burocracia, al funcionariado menor que está lejos del control de recursos y que se vería forzado a cambiar de residencia a un lugar desconocido, sin saber si contará con la infraestructura básica ni qué pesará con su familia. Tampoco han justificado por qué Educación se irá a Puebla y Agricultura a Sonora, ¿por qué no al revés?, ¿por qué no a otras ciudades?
Son preguntas legítimas. Hasta hoy no le encuentro la racionalidad burocrática ni pienso que el gobierno será más eficaz. Acaso sería más conveniente estudiar construir un nuevo distrito federal. Una ciudad moderna con todos los servicios. Sería poner en práctica la sabiduría de nuestros urbanistas y planeadores. Y quizá también un símbolo de la cuarta transformación, más visible y perene.
RETAZOS
¡Qué tiempo me tocó vivir! El federalismo ficción.