Hasta donde alcanza mi conocimiento de la literatura acerca de las evaluaciones internacionales de la educación, hay un aspecto que no se analiza con cuidado o no se toma en cuenta.
Los países y regiones que califican como los mejores en educación, según los exámenes del Programa Internacional para la Evaluación de los Estudiantes (PISA), tienen gobiernos fuertes y participación social alta, a pesar de que algunos son autoritarios (Singapur) o dictatoriales (Shanghái). En esas zonas, el Estado cumple con las labores de conducción de la sociedad, como decía Max Weber. Allí la burocracia encargada del gobierno de las instituciones públicas realiza su trabajo, cumple con las leyes y hace que la ciudadanía también las obedezca.
No arguyo que sean sociedades perfectas, todas tienen problemas, pero también vías institucionales para resolverlos. En México, los encargados de hacer que se cumpla la ley son los primeros en violarla o negociar su aplicación. No me imagino que en Finlandia o Corea del Sur, nada más por poner dos ejemplos, las plazas y asensos en la profesión docente se otorguen por la participación en huelgas y plantones, o que el gobierno cierre los ojos si algunos docentes rebeldes secuestran y queman papelería oficial.
La semana pasada volvió a suceder. Lilian Hernández, lo publicó en Excélsior (23 de octubre): “De acuerdo con una circular que difundió la CNTE, firmada por la Subcomisión Mixta de Cambios y Ascensos de la Sección 22, y que cuenta con el aval del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), los docentes que así lo soliciten podrán obtener una plaza de director o supervisor de secundaria, además de cambiar de zona, siempre y cuando acrediten que participaron en 80% de las movilizaciones que realizaron en la capital del país”. Y esto sucede cuando ya hubo reformas a la Constitución y a la Ley General de Educación, y hay nuevas leyes que prohíben que se realicen esos lances.
El gobernador, Gabino Cué, se ampara en que no se ha actualizado la legislación local y por lo tanto no se viola la ley, dice. Nada más se negocia, se puede agregar. De él se puede decir que es prisionero de fuerzas que lo rebasan, que no puede controlar (al revés, ellas controlan al gobernador), mas no se puede indicar lo mismo de quienes pactaron con los dirigentes de la Sección 22 en la Secretaría de Gobernación para que no sufrieran ninguna sanción por los días de huelga y los atropellos que cometieron en la Ciudad de México.
En Michoacán, grupos de maestros disidentes atacaron a los encuestadores del INEGI que levantan el censo nacional de escuelas, maestros y alumnos, y nadie los persigue, aunque pudiera pensarse que cometieron un delito de orden federal.
En la Ciudad México, el gobierno local trata de convencer, mediante convenios no con la advertencia de que se cumplirá la ley, a los ocupantes del Monumento a la Revolución, que lo desalojen y acepten ser reubicados. Es un asunto federal, dice el secretario de Gobierno del DF, por eso no puede aplicar la ley.
El gobierno mexicano, el Estado en su conjunto, es débil; está sujeto a chantajes y amenazas de diferentes grupos. Se hacen y publican nuevas leyes cuya aplicación está en duda. No hay coherencia gubernativa; la Segob reconoció ayer a la CNTE como interlocutora válida en 22 estados y hoy, le devuelve al SNTE el monopolio de la representación gremial. Con esos vaivenes el gobierno de Enrique Peña Nieto no ofrece un frente claro; sus funcionarios crean confusión. Así, es difícil convencer a las ciudadanía de que se quiere mejorar la enseñanza y retomar la rectoría de la educación. El gobierno pierde credibilidad poco a poco. Y sin credibilidad no hay legitimidad.
Un Estado con frágil legitimidad genera mala educación.
Retazos
¡Para dar vergüenza! La semana pasada me equivoqué por doble vía. Cité mal el libro de Enrique Krauze; puse República imperial y es Presidencia imperial. Confundí el título de la tetralogía de don Daniel Cosío Villegas acerca del sistema político mexicano y le puse el de una novela de Luis Spota. Un lector atento me hizo ver el segundo error. Eso me pasa por citar de memoria. Pido disculpas a los lectores, a Excélsior y los autores de los libros; aunque don Daniel ya no se dará cuenta.
Publicado en Excélsior