José Guadalupe Sánchez Aviña
Junio 10 2021
(Quincuagésimo aniversario de la matanza de Corpus)
En la entrega de la semana pasada me referí a las Escuelas de Educación Normal, y resulta interesante la reacción de algunas personas, por un lado, me felicitaban por estar del lado de las Normales, y al mismo tiempo, otros me felicitaban por no idealizarlas y prácticamente atacarlas. Lo anterior resulta comprensible, pues como sabemos, tendemos a interpretar todo aquello con lo que nos topamos; sin afán de aclarar a detalle lo expuesto, desde mi experiencia, y sin distinguir entre rurales y no rurales, quisiera hacer algunos señalamientos adicionales, al respecto.
Primero, es necesario distinguir las Normales como espacios físicos institucionalizados en donde se desarrolla este subsistema de educación superior, Normalismo como propuesta y movimiento pedagógico-social, y finalmente los Normalistas, como los sujetos que personifican al Normalismo y acuden a las Normales. Hace tiempo, aprendí que nada es obvio en esta vida, por más que lo parezca, por eso hay que dejar claridad en los términos.
Segundo, aun cuando reconozco el legado histórico del Normalismo en este país, y defiendo la subsistencia de las Escuelas de Educación Normal por la función vital de formar formadores, y que tengo el placer de conocer tal vez cientos de Normalistas, contando con la distinción de la amistad de algunos de ellos, intento evitar la idealización.
Me esfuerzo en resistir la redituable tentación de victimizar a los Normalistas, así como el gritar mi “solidaridad fraterna y revolucionaria” “enfrentando”, desde la comodidad de mi cubículo, al gobierno “opresor” e “insensible en turno. La actual estructura, operación y lógica de funcionamiento de las Normales tendrían que ser analizadas en profundidad; se correría el riesgo de encontrar cosas que podrían desencantar la postura de defensa social mecánica, ¿quiénes las gobiernan?, ¿quiénes establecen las formas de organización y actuación?, ¿qué pasa en ellas que cada año hay que dotarlas de mobiliario vario, tal como literas, así como enseres y varias cosas más?, ¿para el caso de Teteles, habría culpables internos?
En cuanto al gobierno, su responsabilidad no desaparece y la culpa radica en dejar a la deriva a las Escuelas de Educación Normal, desentendiéndose de su papel de acompañante, hueco que es llenado por organizaciones que habría que revisar concienzudamente. No basta dar chamarras, sábanas, colchones y esas cosas; es necesario enfrentar la situación respetando la esencia del Normalismo, aquél que construyó este país y echar fuera a cualquiera que represente lo contrario. No solo se puede atentar contra el Normalismo utilizando la fuerza física o con limitaciones presupuestales, una forma más sutil y con menos rechazo público, es dejarlas desangrar en la soledad.
Como ciudadanos, debemos ejercer nuestro sentido crítico, y antes de satanizar o victimizar, informarnos, ir más allá de lo que dicen intelectuales, periodistas o líderes sociales. Debemos entender que las Escuelas de Educación Normal, más allá de estigmatizarlas como escuelas para pobres, como propios y extraños las enmarcan, son espacios en donde se forman los formadores de este país: las Normales deben ser reconocidas y defendidas, ya que son un bien de la Nación.
Los Normalistas… deben hacer su parte; sin ellos, nada se moverá.
*Texto publicado originalmente en E-Consulta