La idea sobre las “escuelas tipo bunker”, ha sido un concepto que he empleado para explicar uno de los tantos fenómenos educativos que a diario acontecen en un Sistema como el nuestro. Si bien es cierto que no hay mucha literatura al respecto y la existente refiere al ámbito militar, también es cierto, que es válida la analogía dada la historia por la que han transitado las escuelas de los distintos niveles educativos en México.
No pretenderé en todo caso, referir esa historia porque como tal es mucha y muy variada; sin embargo, intentaré enfocar mis ideas sobre las instalaciones y/o infraestructura que se ha construido en el país y que ahora, con el programa al CIEN impulsado por la Secretaría de Educación Pública (SEP), pretenden mejorar, pero que por años han estado olvidadas pero bueno… vayamos por partes.
Dentro de los elementos que conforman el Sistema Educativa Mexicano (SEM) encontramos precisamente a las escuelas, entendidas éstas como los edificios que se han construido para que ahí, entre maestros y alumnos, surja el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Generalmente vinculamos el concepto de escuela con el de institución educativa para dar cuenta de lo mismo: un espacio en el que se genera el conocimiento. Y esto es así porque la escuela o institución como tal, le ha permitido a la sociedad fincar sus más puras intenciones: el desarrollo humano. Por ello, bien se dice que “una sociedad sin instituciones no existe… (porque) la sociedad es una institución, es su forma de ser… (y, por ello) el hombre no puede vivir sin instituciones (Zuñiga, 1990:36).
Concebida de esta forma; pasado el periodo Revolucionario y dada la expansión educativa que se requería, se hizo necesario la construcción de cientos de miles de lugares en los que se desarrollara el conocimiento. Por obvias razones, los centros urbanos acapararon el recurso humano, material y económico, mientras que los rurales e indígenas, fueron medianamente atendidos u olvidados. En todo este proceso, el gobierno fue un actor fundamental aunque también, los maestros, alumnos y padres de familia quienes, para acabar pronto, participaron en la construcción de las escuelas.
Años han pasado, gobiernos han ido y venido, cada uno con sus propias formas de ver el ámbito educativo, en sí, de mirar la “escuela mexicana”. Es obvio que cada uno de ellos ha impulsado sus programas, como Enciclomedia – por citar un ejemplo –, y para lo cual, se han hecho las modificaciones a los espacios educativos o aulas que así lo han requerido. Sin embargo, considero – al igual que Elisie Rockwell – que “la modificación de la disposición física de las escuelas, ha implicado numerosos cambios en las prácticas escolares cotidianas” (Rockwell,1997:48). Construir una barda, muro, malla metálica o simplemente un aula de medios que no estaba considerada en el diseño original, ha tenido implicaciones importantes, pero con estas acciones ¿se ha pretendido darle valor a los objetos materiales más no a las condiciones para generar aprendizaje?
Con esta idea, es que cobra forma mi argumento sobre las “escuelas tipo bunker”, puesto que con las modificaciones físicas que se han hecho hasta nuestros días, muchas se convirtieron en espacios de refugio y protección más no de aprendizaje; lugares en donde “el nada sale y nada entra” tiene sentido. Lugares en los que el enemigo parece estar afuera, al acecho. Esto, ¿qué ha generado? La respuesta es muy simple, ensimismarse en la propia visión de la escuela, muchas veces, sesgada y maniatada por sus propios intereses y problemas. Problemas que curiosamente, parecieran ser diferentes a la realidad que se vive fuera de ella. Los muros, las bardas, las mallas o las propias aulas ¿para qué fueron construidas o habilitadas?, ¿para lograr un propósito cuyo origen es exógeno y peligroso a ésta o para generar las mejores condiciones posibles para que suceda ese proceso de generación de conocimiento?
Se reconoce pues, el hecho que se atienda a las instituciones mediante el programa “Escuelas al CIEN” propuesto; perdón si no soy tan efusivo en dicho reconocimiento pero éste no es la panacea ni un favor que se está haciendo al pueblo de México; es una obligación del Estado Mexicano que se tiene que cumplir y para ello, la SEP, tiene que buscar la forma de lograrlo. Vaya, considero que es una acto de justicia el que se brinden los recursos económicos para mejorar la infraestructura de miles de escuelas que por años han estado olvidadas por los gobiernos Priistas y Panistas. Esto, es una sola parte, corrijo, es una pequeñísima parte del proceso educativo; la pregunta sería si dichos cambios traerán consigo modificaciones favorables a las prácticas escolares cotidianas, y si éstas influirán en el proceso de enseñanza y de aprendizaje, dejando de lado ese fenómeno que he mencionado.
Ahora bien, para culminar mis ideas, deseo abordar una final que me ocupa: desconozco si en todo el país sucede pero al menos en los lugares que he visitado de esta hermosa República Mexicana, he encontrado varias escuelas públicas que han sido pintadas con los colores de los partidos políticos que llevaron a tal o cual candidato al gobierno, si éste emanó de las filas panistas, las instituciones se visten de azul y blanco, si fue priista, de rojo, blanco y verde, ¿no podría destinarse ese recurso a otros rubros, como desayunadores escolares, por ejemplo? Es pregunta, nada más, misma que bien podría considerar el Secretario de Educación con la intención de que se optimicen recursos o… ¿será que a partir del Programa anunciado todas se pintarán de rojo, blanco y verde? Tiempo al tiempo.
Referencias:
- Zuñiga Rodríguez, Rosa Ma. (1990), “La institución escolar: lugar de deseos y lucha de poderes, en Cero en conducta, año 5. México, educación y cambio.
- Rockwell, Elise (1997). De huellas, bardas y veredas: una historia cotidiana en la escuela, en La escuela cotidiana. 2ª reimpresión. FCE. México, D.F.
Docente en Escuelas Normales en Tlaxcala
Twitter: @Lalocoche