¿Qué libro de texto, dedicado a los valores, repara la grieta que la crueldad va ahondando en los ojos y memoria de nuestros hijos, en la nuestra? Si ignoran lo que está pasando en México, la experiencia escolar es un fracaso, y si lo que saben (o registran) es lo que dicen los medios, las redes informáticas o las conversaciones en que toda explicación —por más incoherente— cabe ante el silencio o las frases manidas de las autoridades, sin que en la escuela se intente matizar, comprender o aceptar que no sabemos nada a ciencia cierta, el espacio educativo formal tampoco funciona.
Imaginemos: la clase es sobre la importancia de cumplir la ley. Anotan, memorizan, leen. Habrá examen, y hasta lo aprueban… pero en la noche o en la fila de las tortillas, ven o escuchan que a los muchachos normalistas se los llevaron los policías y mafiosos en los mismos vehículos, y no parecen.
Les llegan al celular relatos, fotos o videos: aunque borroso, advierten que uno de su edad, o más grande, no solo murió sin motivo: le quitaron, para hacerlo desaparecer incluso en su velorio, la cara, y no hubo modo de cerrar sus ojos como debe ser cuando se muere. Aprenden el sentido de la palabra fosa no para la letra f, menos en relación con el trabajo arqueológico que va descubriendo ruinas: son hoyos mal hechos donde hacinan a personas arruinadas que ha matado alguien. ¿Quién? Alguien.
Cuidado con alguien. Mejor quédate en la casa, por si alguien anda suelto, echando bala, y escoltado por un policía para que no le vaya pasar algo a ese alguien que entierra y calcina sin compasión. ¿Y si alguien es policía? No hay árbol al que arrimarse…
Sin menospreciar lo que se puede hacer en las aulas para aprender a vivir respetando reglas, aceptando que el otro tiene derechos y obligaciones, tal como yo, la impronta de lo que llamamos civismo y una ética laica se conforma (o nunca se integra) en la vida. Se consigue o desperdicia en las noticias, al escuchar a los mayores o a los compañeros hablar de abusos sufridos en carne propia o ajena. Corrupción a pasto, traslúcida.
Trasmitimos miedo, reflejamos temor, racismo o indiferencia: ¿cómo es posible que haya pasado lo de Ayotzinapa? ¿Cuándo será nuestro turno? ¿Estudiantes? Para nada: son guerrilleros o futuros narcos; fíjate: son pobres, incultos, morenos sin buena ropa que quieren heredar la plaza cuando sean mayores. Son los responsables del desastre educativo: mira, clarito está, hay un dibujo del Che Guevara en la pared de esa, dizque escuela. No pasa nada, son cosas de los políticos y todos son iguales… por cierto, ¿crees que Yuri está formando bien su equipo en la Voz México? No te pierdas lo que sigue.
Todo esto permea, de diferente manera, a los millones de estudiantes de la escuela básica mexicana. Si se trabaja bien, la escuela procura en la mañana formar lo que la tarde demuestra más falso que un billete de tres pesos: castillo de naipes pedagógico frente al vendaval no sólo de las noticias, sino de la experiencia cotidiana con la autoridad. ¿Cómo nos arreglamos? Se lo dejo a su criterio… Señor Gil, con todo respeto, le ruego: amplíe su criterio. ¿Por qué me detiene? Por sospechoso. ¿De qué?
De ser joven y seguro bien tizo. “Caite” con algo o te “entambo”. ¿Cuántas veces no han vivido experiencias similares millones de personas? Un gobernador hace una presa, lo cachan, las lluvias (sic) tumban la cortina… no pasa nada pues ya no hay represa. Otro es pederasta: termina su periodo.
La barbarie, señor de las alturas, no deriva de la cultura: se nutre de la impunidad, y contra ese hecho pedagógico cotidiano —se sufra, se tolere o se impulse— como pasa con la base por bolas del béisbol, no hay defensa.