Cada vez lo tengo más claro. Un día llegará el anuncio, con bombos y platillos, del nuevo programa nacional de la Secretaría de Educación Pública. Se llamará “Escuela educadora” o, tal vez para enfatizarlo, “Escuela siempre educadora”.
No imagino si llegará más temprano que tarde, pero la tendencia es inevitable. Déjenme explicarlo breve, aunque parezca una insensatez o delirio, pero lo mismo pensé antes de los otros programas que le están allanando el camino al que apenas despunta en el horizonte intelectual de algún funcionario preclaro.
Escuela limpia, Escuela siempre abierta, Escuela segura son otros programas que constituyen el anticipo. Antes de esos programas, poco importaba, supongo, que las escuelas estuvieran sucias, cerradas o fueran inseguras. O no podían hacer nada. O no querían. El resultado es igual.
Más allá de ser programas institucionales con tintes propagandísticos, poco efectivos en la transformación de la organización escolar, constituyen el reconocimiento de las falencias de una institución a la que sólo se cargan exigencias y poco se le dota para encarar las funciones primigenias, ya no digamos las emergentes. ¿Por qué lo hemos permitido? ¿En ese ambiente vamos a educar a los mexicanos de la primera mitad del siglo XXI?
Es verdad, ya educamos así a los mexicanos de la última parte del siglo XX, pero, ¿es admisible perpetuarlo? Allí, de ese escenario escolar en un medio social pulverizado, cargado de dificultades ¿qué virtudes pueden enseñar los maestros y aprender los estudiantes?
Quiero ser optimista, por lo menos cautamente optimista. El luminoso día en que se lance el programa “Escuela siempre educadora”, podría ser el momento en que un puñado de burócratas y funcionarios brincapuestos, expertos de ocasión, digan adiós, en uno de los pocos gestos de dignidad que se les recuerde.
Mientras, la sociedad, los ciudadanos, seguiremos contemplando impávidos el espectáculo de la escuela que ellos crearon: sucia, cerrada e insegura, cuando no violenta; la escuela donde muchísima gente hace cada día su mejor esfuerzo, mientras otros tantos provocan que no eduque bien, que deseduque, o mal eduque, o eduque con los peores ejemplos. La escuela pública que, dicen algunos azuzadores, conviene a quienes no creen en la democracia, la libertad y los ciudadanos, pero que muchos otros debemos reconstruir desde los cimientos y dignificar.
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