Eduardo Gurría B.
Hacia el Siglo XXI la exigencia en la preparación de cualquier profesión tiende a la alta, es decir, cada vez mas se requiere de niveles de desempeño mas altos y de especialidades mas diversificadas en el ámbito profesional.
Esto mismo ocurre dentro del contexto de la educación, en donde la tendencia es hacia el grado de licenciatura (en educación, en pedagogía), para continuar con posgrados, como diplomados, especialidades o doctorados, además del desarrollo de otras habilidades, tales como el manejo de las TICs, estrategias didácticas y diseño de contenidos aplicables en las aulas, como temáticas, sistemas evaluatorios, bancos de preguntas, etc., y esto es bueno, ya que en un pasado no muy remoto, bastaba con los estudios normalistas básicos (tres o cuatro años), y esto en el mejor de los casos, de tal manera que la enseñanza quedaba en manos de maestros cuya capacidad y preparación eran relativas, o bajo la responsabilidad de profesionistas que, si bien, no habían cursado estudios normalistas, sí, en cambio, habían desarrollado ciertas habilidades para la docencia, lo que los calificaba para desarrollarse como maestros frente a grupo –sobra decir que esto sigue ocurriendo y, muchas veces, con resultados satisfactorios-, sobre todo en los niveles medio superior y superior.
Sin embargo, la docencia como profesión tiene otras connotaciones, muchas de las cuales no son notorias a simple vista.
La docencia implica conocimientos sobre la pedagogía y su historia, sobre didáctica, estrategias de enseñanza-aprendizaje, psicología educativa, teorías pedagógicas, diseño de instrumentos de evaluación, manejo de la tecnología, entre otras habilidades y conocimientos; de ahí que la oferta académica universitaria se encuentre en expansión hacia nuevas carreras, entre ellas, las relacionadas con la educación, así que la enseñanza no es solo una actividad, es una profesión; pero que, comparada con otras, (medicina, abogacía, ingeniería), carece de prestigio o, como afirma Elacqua (2018) “El estado actual de la profesión docente choca con el prestigio del que solían gozar los docentes hace unos 60 años” (p. 35).
Esto, sobre todo, en lo que a América Latina se refiere.
Entonces, la profesión de docente, sea cual fuere el grado de que se trate, perdió prestigio porque sí o por otra serie de causas.
Elocqua y otros plantean diversas circunstancias, tales como la baja en los salarios, la amplitud de la oferta de empleo, sobre todo con el incremento de las instituciones privadas como proveedoras del servicio educativo, el raquítico presupuesto que el Estado destina para la educación y el poco interés de los jóvenes hacia esta profesión entre otras (p.52 y ss.).
Sin embargo, y además de todo lo anterior como determinante de este deterioro, está la relevancia del papel que el maestro, el docente, el educador juegan en las sociedades latinoamericanas contemporáneas.
Anteriormente e, incluso, hasta mediados del siglo pasado, el maestro jugaba un rol importante como autoridad, sobre todo hacia el interior de las comunidades rurales, al grado de que se generó un estereotipo, convirtiéndose en un ícono, una figura que se proyectaba mas allá del ámbito escolar, tal vez debido a que se le reconocía como autoridad cultural que, se suponía, estaba por encima del promedio.
Esto, en las últimas décadas ha cambiado: por un lado, las comunidades crecieron y se diversificaron, las clases medias accedieron a mejores niveles de estudios y, en general, se desarrollaron en forma acelerada las nuevas tecnologías de la información y creció el espectro educativo privado, lo que se tradujo en competencia.
Esto último trajo como consecuencia que la oferta educativa se volviera cada vez mas sofisticada y con proyección hacia el exterior con elementos como amplitud de espacios, infraestructura deportiva, actividades artísticas, talleres, horarios vespertinos y sabatinos, eventos extraescolares, involucramiento de los padres de familia en juntas, actividades, eventos y toma de decisiones hacia el interior, tras todo lo cual el docente se convirtió en poco mas que un mero espectador, limitado en lo que hoy, en muchos ámbitos, se considera lo menos importante: lo académico.
Otro aspecto de la pérdida de relevancia de la acción magisterial, y que resulta de mucha importancia, es el acceso a la información vía internet, como tutoriales, blogs y plataformas que, en las manos correctas, se convierten en una valiosa herramienta, sobre todo para el autodidacta, pero que amenazan con relegar al maestro a un segundo o tercer plano.
Existen otros factores coadyuvantes de la pérdida de relevancia, como son las condiciones económicas.
El porcentaje de estudiantes que buscan dedicarse a la docencia es muy bajo, sobre todo en los países subdesarrollados o emergentes debido a lo poco atractivo que representan las remuneraciones y/o las propias condiciones de trabajo.
En el sector privado, específicamente, si bien el gasto en infraestructura es alto, por el nivel de competitividad, el gasto en infraestructura laboral, la inversión en la planta docente deja mucho que desear, de ahí que la vocación docente, si la hay, queda opacada por la expectativa económica.
Esto aunado a las deficientes y poco prácticas reformas que no han sabido compaginar los aspectos que conlleva la educación, sobre todo en lo que se refiere a percepciones, incentivos, actualización o, simplemente, las mas elementales prestaciones.
Así que el educador es visto como un subasalariado, lo que ha llegado a convertirse, incluso, en una tradición y, aún sin importar el nivel de preparación que haya logrado, viéndose obligado a emplearse en dos y hasta tres centros educativos, lo que, necesariamente, se verá reflejado en el detrimento de sus capacidades.
No se trata solo de la percepción salarial, quedan pendientes otros aspectos, como la inversión, ya sea pública o privada, en una actualización magisterial efectiva, con cursos de alto nivel y de calidad, que repercutan, en un mejor desempeño del docente.
Otro factor nada confiable consiste en los resultados que los estudiantes arrojan frente a pruebas estandarizadas como PISA o ENLACE y otras, de los cuales, en general, se responsabiliza casi exclusivamente al maestro, cuando es el propio entorno el factor principal y determinante en gran medida.
En lo que respecta al sector público, se considera que el maestro, al tener asegurado el trabajo y el retiro, no hace por mejorar sus condiciones y, por ende, las de los estudiantes a su cargo, en una cadena que se extiende desde el propio docente, hasta el director del plantel, para llegar hasta la cúpula del sector educativo gubernamental.
Esto puede o no ser cierto o puede darse en mayor o menor medida; lo que no se debe es medir todo con la misma vara.
En el futuro, tal vez, la figura del educador frente a un grupo y al interior de un aula, desaparezca, pero mientras tanto, es necesario revalorar su labor como formador y como factor de cambio determinante en los estudiantes, es necesario revalorarlo como un verdadero y auténtico profesionista y no sumergirlo en la mediocridad y en el desinterés, es preciso autentificar todo lo que se dice de él cada año, cada día del maestro y devolverle su relevancia en la sociedad.
Referencia
Elacqua, Gregory et. al. Profesión: profesor en América Latina Banco Interamericano de Desarrollo (BID), E.U.A., 2018.