Rosalia Nalleli Pérez-Estrada*
“Llevo 71 años viendo los festejos del 10 de mayo y a la vez añorando a mi madre también” dice Martin. Un hombre de 78 años quien narra su experiencia de vivir 71 años de festivales en las escuelas, cerca de su casa.
“Cuando era niño, en mi pueblo, ya se festejaba a las madres de manera muy sencilla: con un helado. Pero mi madre nunca me acompañó a ningún festival, pues murió cuando yo tenía casi 7 años. Después de eso, mi padre nos regaló a mis hermanos y a mí con otras familias, porque no podía trabajar y cuidarnos”. “Poco a poco fui creciendo y en cada festejo a la madre, sólo experimentaba un pequeño encogimiento del cuerpo para no sentir…para no extrañar… para no llorar. Su ausencia era muy fuerte para mí y no entendía el porqué de su silencio eterno” –dice-.
Esta triste anécdota mueve el corazón de los que ya hemos pasado por esta experiencia y quizás despierta la compasión de quien ni siquiera imagina por lo que pasará cuando le toque. Festejar a la madre y honrarla es una tradición internacional y milenaria, surgida desde la antigua Grecia, con los honores a Rhea, la madre diosa de Zeus, Poseidón y de Hades; celebración también conocida, como la Hilaria con los romanos. Desde su perspectiva religiosa, se instaura con los cristianos en honor a la Virgen María, la madre de Jesús y a inicios del siglo XX se hace presente en el continente americano, con un clavel como flor emblemática, en honor a una madre perdida. Más adelante en México, se hace oficial para el 10 de mayo, después de 1920, con el periodista Rafael Alducín, director del periódico Excelsior, quien retoma las ideas de José Vasconcelos, Secretario de Educación en ese entonces.
Esta festividad como tal, ha formado parte de la educación mexicana y en las escuelas de educación básica se ha fomentado en cada estudiante, como una obligación formativa. Además, su inclusión en los festivales es muy halagadora para las madres y comprometedora para los hijos quienes se ven en la necesidad de ahorrar para poder ofertar un presente a las madres que acuden a verlos bailar o declamar. Por otro lado, este maravilloso festejo no tendría que cuestionarse jamás si no existiera esa palabra llamada “equidad” que tanto se menciona en la retórica educativa. La equidad, que exige el planteamiento de objetivos por lograr en una sociedad más justa, sin darse cuenta, aplica la igualdad volviéndose así en una sociedad también injusta, al no considerar las diferencias existentes entre niños y niñas que por alguna razón han perdido a su madre en la nueva sociedad del siglo XXI. Una sociedad moderna cuya madre deja de ser el centro familiar para convertirse, en muchos casos, en proveedora principal de un hogar, y que no puede asistir a un festival y en su lugar va una abuela o una tía para que el niño no se sienta mal. Una sociedad que ha dejado de tener familias nucleares, para dar paso a la familia monoparental, homoparental, ensamblada, de hecho, pero que difícilmente ha considerado a la horfandad dentro de sus clasificaciones de familia; con madres que han olvidado para siempre su amor terrenal por las enfermedades más comunes del siglo XXI, tales como el cáncer, la diabetes o la hipertensión o peor aún, por enfermedades sociales como la multi-mencionada trata o por los miles de feminicidios no resueltos, dejando a sus hijos huérfanos en una sociedad moderna que habla de igualdad y busca afanosamente la equidad, sin considerar que la sociedad del siglo XX ya no es la misma un siglo después.
En esta ocasión Martin, un hombre en plena senectud, narra la tristeza que ha sentido durante 71 años, cada año, desde que perdió a su madre… Y ninguna autoridad ha experimentado la sensibilidad de “tener ojos cuando los demás los han perdido” como lo establece Saramago (2010), para observar la vulnerabilidad de la horfandad. Casi nadie se ha atrevido a hablar por todos aquellos niños que no tienen voz ante esta desigual situación que se vive en las escuelas, que cambian con un “nuevo modelo educativo”, pero cuyas tradiciones y festejos podrían evitar lastimar a las nuevas generaciones y detener el bullying implícito al poner a bailar a un niño huérfano, ante una silla vacía.
Por lo que una revisión profunda de las nuevas diferencias en la sociedad ayudaría bastante para replantear los festejos de cada año. Martin tiene 78 años y sufre. Igual puede haber gente de 100 o de 10 años, que también lo hace. La ausencia siempre duele, cuando una madre se tuvo, no importando el motivo de su partida. Bueno sería dejar poco a poco, que cada quien honre a quien mejor le convenga, permitiendo honrar en lo individual su amor materno, sin mutilar o ahogar su individualidad, para adaptarse y cumplir con una obligación social impuesta, primero por la escuela, en una “conformidad automática”, (Fromm, 2012); que elimina su libre albedrío. Por otro lado, sería maravilloso dejar de encajonar en la escuela, en un pensamiento que limita el movimiento y que somete al niño al sufrimiento al eliminar su yo interno.
Para ayudar a comprender un poco más el tema, reflexionemos esto:
A una madre se la quiere
siempre con igual cariño
y a cualquier edad se es niño
cuando una madre se muere.
José María Pemán (1898-1981) Escritor español
Directora de Universidad Santander, Campus Tlaxcala. Profesora por asignatura, de la Universidad Politécnica de Tlaxcala. rosalia_na@hotmail.com
Para leer más:
Jose, Saramago (2010). Ensayo sobre la ceguera. Alfaguara
https://webadictos.com/2016/05/09/frases-del-dia-de-la-madre/
https://webadictos.com/2015/05/10/historia-del-dia-de-las-madres-10-de-mayo/
http://especialistaenigualdad.blogspot.mx/2013/10/diferencias-entre-equidad-e-igualdad.html