En su estudio sobre las reformas educativas, el educador sueco Torsten Husen, apunta que los proyectos de cambio que tienen éxito suceden en tiempos de otras transformaciones en la sociedad. En otras palabras, las reformas en la educación por lo general son damas de compañía de alteraciones en la conducción política y modificaciones en la economía. El gran pedagogo brasileño, Paulo Freire, postulaba que los educadores nunca debemos perder la esperanza y luchar por un mundo mejor; es nuestra obligación ontológica.
Este lunes comenzó el nuevo ciclo escolar, el primero con el sello de Peña Nieto y del olvidado Pacto por México. Los discursos del Presidente y del secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, registraron las bondades que le suponen a la reforma que ellos encabezan.
Si uno hace el análisis con el guión que propone Tusen, hay espacio para suponer que habrá otras sacudidas en la educación, más allá de las enmiendas a la Constitución y la promulgación de nuevas leyes. Aunque no se realizó todo lo que los firmantes propusieron en el Pacto por México, hay reformas en marcha: la energética —la madre de todas las reformas—, la de telecomunicaciones, la política —de pésima factura— y otras de menor calibre, pero a tono con los cambios propuestos.
En la educación se dotó de autonomía constitucional al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, se llevó a cabo el Censo Nacional de Escuelas, Maestros y Alumnos de Educación Básica y Especial, se puso en marcha la Consulta Nacional para la Revisión del Modelo Educativo y se realizaron los primeros concursos de oposición para el ingreso a la profesión docente en la educación básica y la media, así como otras acciones de menor intensidad pero de valor simbólico. Por ejemplo, la convocatoria para la última etapa de la carrera magisterial y el calendario escolar se dieron a conocer sin la firma del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Claro, ninguna medida fue tan radical como para indicar que habrá un overhaul en el sistema educativo mexicano en el plazo breve, pero en conjunto perfilan que en realidad el Estado desea recuperar la rectoría en la educación. Por ello mantengo esperanzas de que habrá cambios perdurables.
Pero tener esperanza no implica hacerse ilusiones. Hay obstáculos gigantes que pueden impedir que las enmiendas legales lleguen a las aulas y se conviertan en una verdadera reforma educativa que incida en cambios en la estructura y el funcionamiento del sistema, que invite a los buenos maestros a entusiasmarse por el cambio y, en el plazo medio, hacer realidad el aumento de la calidad y la equidad en la educación básica de México.
No me refiero sólo a los estorbos obvios que impone la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y la poca voluntad de los gobernadores para apostar por la reforma, pues amenaza los privilegios de la primera y arrebata facultades a los segundos. Hay dos embrollos que tal vez sean más importantes y difíciles de trascender. Están implícitos en las creencias y acciones del gobierno; emanan del ADN priista.
El primero. La confianza en el SNTE. Cierto, hubo cambios de conducta en las actitudes de los dirigentes, la ausencia forzada de su líder vitalicia los obligó a “portarse bien”. Pero a fe mía que ese comportamiento es transitorio. Ellos esperan con paciencia al final de este gobierno y entonces enseñarán sus dientes verdaderos. Si el gobierno sigue manteniendo al SNTE (y a otros sindicatos corporativos en Pemex y la CFE), las reformas se pueden ir al traste.
Segundo. El credo que se asentó durante el largo periodo del régimen de la Revolución Mexicana de que por medio de negociaciones y prebendas se podrá contener la oposición. La ingenuidad del subsecretario de Gobernación, Luis Miranda, es incalculable. Mientras más concesiones les haga, los líderes de la disidencia exigirán más. Negociar la aplicación de la ley no es un mensaje edificante. Contradice los discursos del Presidente y del secretario.
A pesar de que la reforma en educación va acompañada de cambios estructurales, no hay garantía de que perdure más allá del gobierno de Peña Nieto. Esos dos trances marcan los límites de la esperanza; son fuente de escepticismo.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana
Publicado en Excelsior