Las vacaciones por las que atraviesan la mayoría de escuelas y universidades del país hacen propicio el momento para discutir el tema del turismo académico. ¿Deberíamos los académicos abstenernos de asistir a congresos organizados en lugares paradisiacos?, ¿Por qué causa tanto recelo el turismo académico?
Viajar, reflexionar y pensar van de la mano. “Viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas”, diría el influyente filósofo francés, Hippolyte Taine (1828-1893). Es muy poco probable que las creaciones intelectuales y científicas que de verdad valen la pena hayan surgido exclusivamente del refugio local del estudioso. La ciencia es una actividad humana que requiere interacción social constante y discusión continua. ¿Cómo aprenderemos a criticar el trabajo de los colegas si uno como académico no se expone a lo mismo a nivel internacional?
Ver con recelo cosas como el hecho de viajar a un país distinto para exponer los resultados de una investigación es desconocer la naturaleza del trabajo académico; la cual, como recordamos, no es fabril. El disgusto que causa el turismo académico revela, además, un problema clásico que escritores como Carlos Monsiváis y los especialistas educativos han identificado: la separación entre la educación y la cultura. Esta disociación, según Monsi, ha traído consecuencias “desastrosas” para la enseñanza de México y consignaría: “Usted está para dar clases, no para mirar y apreciar su alrededor”.
Mi defensa al “turismo académico”, empero, no debe servir para ignorar los abusos que pudieran existir cuando se realiza un viaje de trabajo. Reconociendo esto, vale la pena ser enfático y recordar que el combate a esos vicios corresponde a las áreas administrativas de las universidades. El mal uso de recursos tienen arreglo dentro de la esfera institucional y no modificando una práctica académica que es común y cada vez más presente en todo el mundo. Sería contraproducente que en lugar de impulsar a las investigadoras, investigadores y estudiantes a salir, conocer el mundo y aprender de afuera, se restrinjan los viajes o se les llame de manera despectiva “turismo académico”.
Además, ¿por qué llamarle así a esta práctica si recientemente las universidades mexicanas han desarrollado programas de movilidad académica y estudiantil? ¿Tendrá algún valor económico el turismo académico aparte de los valiosos beneficios que produce para el pensamiento humano? Ewa Pawlowska y Fidel Martínez Roget se dieron a la tarea de estimar el impacto económico directo generado por el programa de movilidad estudiantil llamado Erasmus en la ciudad de Santiago de Compostela en España. Sus conclusiones fueron que el impacto directo del turismo asociado a los estudiantes del programa Erasmus era de casi un millón de euros (989,495) al año. Aparte de ello, Pawlowska y Martínez detectaron que el “turismo académico” generó visitas adicionales de familiares, duraba más que el turismo convencional y produjo nuevas expectativas para volver a la ciudad visitada (Revista Galega de Economía, vol. 18, núm. 2; 2009).
Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), viajar al extranjero ha experimentado un crecimiento continuo y una interesante diversificación en las últimas décadas. Mientras en 1995 se contabilizaron 528 millones de llegadas de visitantes internacionales, en 2013 este número creció a 1,087 millones, es decir, un poca más del doble en sólo 20 años. La región que más atraía turistas internacionales era Europa, seguida por la región Asía- Pacífico y luego las “Américas”, que incluye Norteamérica, el Caribe, Centroamérica y Sudamérica.
Hasta donde se pudo saber, no existen datos sobre cómo se ha comportado el turismo académico en los últimos años. Sin embargo, es importante decir, con base en datos de la OMT, que 14 por ciento de las llegadas de los turistas internacionales fueron con propósitos de negocios y profesionales; esto es alrededor de 152 millones de visitas. En este grupo podríamos hallar a los académicos.
El turismo académico no puede ser tan malo dado que hasta la Secretaría de Turismo (SECTUR) presenta, en su página electrónica, una opción para conocer los próximos encuentros académicos que se realizarán en nuestro país. Cancún, la Ciudad de México y Guadalajara son los tres destinos más comunes que los organizadores de los congresos científicos han elegido para atraer a gente de todo el mundo.
Considerar que el trabajo intelectual es de naturaleza fabril es una distorsión muy seria y contraproducente. Tal confusión ha provocado que administradores y alguno que otro profesor vean con recelo el hecho de que sus contrapartes viajen al extranjero para asistir a un congreso y presentar una ponencia. “Eso es turismo académico”, cuchichean.
Los detractores del turismo académico caen en por lo menos dos errores. Primero, asumen que los abusos —que ciertamente pueden existir —se acabarán cuando se restrinjan los viajes hacia el exterior; sin tomar en cuenta que el mal uso de recursos es un problema institucional, no académico. Segundo, bajo su idea de “productividad” creen que el avance académico o científico ocurre entre más tiempo se permanezca dentro del laboratorio o del cubículo de la propia universidad. De manera equivocada, suponen que la educación está separada de la cultura que ofrecen otros países y ambientes. Habrá que recordarles que con visiones parroquiales es muy difícil formar integralmente a los jóvenes.
El autor es profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS).
Publicado en Campus milenio