Los emblemas, a lo largo de la historia de la humanidad han tenido un uso fantástico. Proclama la identidad ante el mundo como representación del sentimiento de una ciudad o señorío, nos dice Eugenio Soto Landeros en su bello libro, Roble de libertad y fortaleza (Durango, edición del autor, 2020). Su obra cubre pasajes históricos sobre el origen del escudo de armas de la ciudad de Durango, hoy ya de todo el estado; nos habla de la función de la heráldica y de símbolos y significados.
En esta edición, impresa a todo lujo, Soto Landeros explora el origen del escudo de armas de Vizcaya (Durango fue la Nueva Vizcaya, durante la colonia) y visitó en el País Vasco el Gernikao arbola (el roble de Guernica) al que le atribuyeron rasgos de santidad y que se estima tiene más de mil años de vida. Éste inspiró a los heráldicos del siglo XVI para diseñar el escudo que dio identidad a esa provincia. Ese roble y dos lobos que lo cruzan como si volaran proveyeron los atributos de identidad de los vascos que colonizaron vastos territorios del norte de México y fundaron la ciudad de Durango, con el mismo nombre de la de Euskadi.
No obstante, no fue una transcripción idéntica, como lo reseña Javier Guerrero Romero, el cronista de la ciudad en su nota histórica. Soto Landeros, en el capítulo de “Glíptica” documenta cómo los artesanos, en especial los canteros duranguenses, agregaron o quitaron rasgos que desembocaron en el escudo actual. Su argumento es erudito —aunque escrito con sencillez—, habla de las obras de la antigua Grecia y Europa, pero se centra en la artesanía de Durango y la cantera blanca de esta tierra.
Lo más importante de su trabajo, sin embargo, es la colección de fotografías que, con la paciencia de un apóstol, Soto Landeros tomó en edificios públicos, casas privadas, mausoleos del panteón y hasta uno es España. Son fotografías de gran calidad artística, acompañadas de breves notas para explicar dónde pueden admirarse en vivo.
Tal vez no fue la intención del autor, pero su Roble de libertad y fortaleza tiene valor didáctico. Muestra cualidades de los artesanos de Durango, argumenta que adaptamos al roble como símbolo de identidad, aunque haya más de 30 variantes. Hoy, que se debate mucho sobre el complicado lenguaje de los nuevos libros de texto, este ejemplar pudiera ser un auxiliar de primera mano para lecciones de historial local.
Quizá valdría la pena una edición popular (acaso sin los textos de los funcionarios, que abonan a un chovinismo local) y se distribuyera en las escuelas. Sería un subsidio barato que pudiera tener efectos positivos en el aprendizaje de tradiciones y costumbres locales, tan valiosas como los símbolos nacionales.
El libro remata con la exposición y explicación de la Plaza Hito, que conmemora el 450 aniversario de la ciudad. Es un conjunto de robles entrelazados en forma armónica que abrazan al viento; un nuevo emblema que embellece el panorama urbano. También obra de Eugenio Soto Landeros.