Como cada año, con el inicio del calendario escolar comenzó el malestar de docentes y padres de familia, nerviosismo de alumnos y expectativas por reencontrarse con amigos; además, caos vial en las grandes ciudades. La diferencia: el debate sobre los libros de texto gratuitos, como lo reportan la prensa y los medios, y lo comentan periodistas y colegas investigadores. En este enredo, el papel que representa la facción mayoritaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación es crucial. Pensé que estaba subordinada al poder presidencial a cambio de prebendas (como las basificaciones); lo está, pero más allá de lo que imaginé, es prisionera en una jaula simbólica.
Me explico. Hace unos meses escribí en Excélsior que las dos facciones del SNTE, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y la que comanda Alfonso Cepeda Salas, seguían estrategias diferentes para lidiar con el gobierno del presidente López Obrador. Argumenté que las organizaciones del magisterio se comportaban como Nicolás Maquiavelo aconsejó al príncipe, una como león, la otra como zorro. La CNTE con violencia, amenazas y retos directos al Presidente, obtuvo poco. La otra, que se hace llamar institucional, se condujo con astucia, obtuvo más. Aparte de casi un millón de trabajadores que ya son de base, sin importar el método de ingreso a la profesión, a cambio de subordinación, cazó otras canonjías y el reconocimiento —valor simbólico— como aliada.
Según el comunicado 52-2023 (25 de agosto de 2023), en Monterrey, durante la asignación de plazas para personal docente y de apoyo y asistencia a la educación, Cepeda Salas expresó: “Durante décadas, el SNTE ha pugnado por una pedagogía nacional que no copie modelos de otros países, sino que se base en nuestra realidad”, y hoy, dijo: “Con la Nueva Escuela Mexicana, por fin se concreta esta lucha”. ¡Órale!
En efecto, el gobierno aspira a instituir un cambio curricular con espíritu nacionalista. Además, sellado con una impronta personal que tal vez ningún otro mandatario intentó, por muy popular que fuese. No obstante, parece más una ocurrencia que surge de una ideología comunitaria, sin juicio previo ni razones pedagógicas de peso. El planteamiento teórico sobre lo común tiene fundamento en el trabajo de los franceses Christian Laval y Pierre Dardot (Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI) y el portugués Boaventura de Sousa Santos. También en el brasileño Paulo Freire. Todos apuestan por una mejor educación y proponen vías que, si no se improvisa —como lo hizo la SEP— y se trabaja con parsimonia, pueden aportar cosas provechosas para la educación. Pero no tienen nada de la pedagogía nacionalista que pregona Cepeda Salas.
Pero hay que defender a la Cuatroté, aunque se caiga en falsedades. Cepeda Salas afirmó: “No hay antecedente en la historia de la educación en México en que se haya considerado a los verdaderos expertos en educación, que son las maestras, los maestros”. Asunto que no se sostiene. Torres Bodet instituyó el Consejo Nacional Técnico de la Educación, que fue un aparato de consulta efectivo y conformado por profesores distinguidos. Y ese consejo tuvo mucho que ver con los libros de texto de 1960 a 1993.
Lo que hacen Cepeda Salas y su grupo va más allá de la subordinación. Ni siquiera van a decidir quién será el nuevo secretario general ni serán el ejercito intelectual de la Cuatroté, como alguna vez dijo el líder. Van que vuelan para ser —como en los tiempos del PRI— plomeros electorales del partido en el poder.
El presidente López Obrador ya tomó provisiones y encargó a un fiel que supervise (pastoree, me dice un corresponsal) las futuras elecciones del Comité Ejecutivo Nacional. El gobierno colonizó a la facción mayoritaria. La actitud zorruna la enjauló.