Hay muchas maneras de mirar la realidad, explicarla y vivirla. En esta ocasión quisiera hablar de una que me parece que en los últimos días se ha expresado con nitidez en México. Me refiero a lo imponderable que, según la Real Academia Española, se refiere a una circunstancia “imprevisible” cuyas consecuencias no pueden estimarse. Repasemos algunos ejemplos de lo imponderable en el ámbito educativo y político.
Como dictaba el canón publicitario, el regreso a clases del miércoles 7 de enero debía incluir la visita del secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, a una escuela pública del Centro Histórico de la Ciudad de México. El programa de asistir a los centros escolares, explicó Nuño, responde a un objetivo de “civismo y patriotismo”, pues él lo que desea es cumplir su trabajo al frente de la SEP y nada lo va a distraer (Excelsior, 02/10/15 nota de Lilian Hernandéz).
Pero para algunos observadores, las visitas de Nuño a las escuelas no son más que una estrategia para estar presente en los medios y empezar a construir su imagen rumbo a las elecciones de 2018. ¿Quién tendrá la razón? ¿Los críticos o el secretario Nuño? Mientras esas interrogantes se despejan, lo que ocurrió el miércoles 7 fue que el secretario tuvo que cancelar, de último minuto, su visita a la escuela primaria Guadalupe Ceniceros debido a la baja asistencia de los alumnos. Los niños y sus familias le aguaron el día al secretario de Educación Pública. ¿Hubiese visto esto antes? De improviso, los padres de familia optaron que sus hijos no fueran a la escuela por distintas razones, las cuales no necesariamente tienen que ver con el interés de conocer a un secretario de Estado. El guión cambió diametralmente.
Historia en dos actos
Primero, al inicio de su administración, el presidente Enrique Peña Nieto mostró habilidad para poner de acuerdo a los partidos opositores y emprendió una gama de reformas importantes para el país. Se pensaba que el gran reformador había llegado. No obstante, también en poco tiempo, la imagen del gobernante eficaz se derrumbó con tres terribles eventos. La compra irregular de la Casa Blanca, la injustificable desaparición y presunto asesinato de 43 jóvenes normalistas y la fuga de
Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”. “Hay un hoyo en la regadera, comandante”, gritaba un guardia del penal de “máxima seguridad” del Altiplano, como si dibujara la imagen del país.
Tan errático y priista ha sido el manejo de lo imprevisible, que para el diario The New York Times es muy probable que Peña Nieto no sea recordado como un líder transformador, sino como un político que evita rendir cuentas en cada evento que se le presenta. El gobierno ha tratado de maquillar horribles verdades de manera sistemática y le ha restado importancia a los escándalos (NYT, 04/01/16).
Pero el cuento no termina ahí. Segundo acto, estando en su punto más bajo de popularidad y en donde muchos aprovechábamos el escarnio, el gobierno de Peña Nieto logró la recaptura de El Chapo. El suceso ahora fue imprevisto para los detractores y críticos del régimen. ¿Y ahora qué decir en contra de Peña que suene intelectualmente honesto?
Lo imprevisto nos hace repensar en las capacidades reales de los actores políticos y eso contribuye a no sobreestimarlas. Imagínese, unos niños le aguaron la fiesta al secretario de Educación Pública y varios sucesos hicieron lo mismo con el presidente de la República.
Lo imponderable también debería poner a meditar a los que asumen que la realidad es una serie de eventos previamente concatenados y por lo tanto, ya todo está definido y determinado. Aquellos que creen que todo en la vida es compló o una conspiración sudan cuando se revela el brillo de lo contingente. Balbucean al ofrecer explicaciones y hacen el ridículo al igual que el político que se siente invariablemente poderoso o moralmente indestructible. Ya lo dijo la canción: “los caminos de la vida no son como yo pensaba; no son como yo creía”.
Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro
Twitter: @flores_crespo