En nuestro país, a partir de la década de los ochenta, la política educativa ha intentado transformar las escuelas como parte de las estrategias para revertir los bajos resultados educativos a través de reformas que han implicado procesos de descentralización, profesionalización docente, nuevos diseños curriculares, clima escolar, proceso de gestión, enfoques de aprendizaje diversos etc. (Gajardo, 1999).
En todo este tiempo, la organización escolar no ha cambiado, desde que se organizaron las primeras escuelas en el siglo XIX bajo un concepto racional y mecánico. En diversos estudios, como los realizados por Tenti (2010), se ha demostrado que no existen en América Latina grandes cambios en la forma de organizar y gestionar el tiempo en las escuelas a pesar de las transformaciones sociales, así como de la evolución en las investigaciones sobre el aprendizaje y la enseñanza. Tal parece que el pensamiento sobre el tiempo escolar se detuvo ante el cuadriculado horario de la planificación del tiempo, que se ha convertido en estereotipo y símbolo del trabajo escolar.
Ante lo que se empieza a gestar en las escuelas en este ciclo escolar, lo antes descrito parece complejizarse aún más, ya que, si se pretende a partir de una educación no constreñida al aula poniendo al centro a la comunidad a través de un currículo integrador, intercultural, con igualdad de género, dentro de una educación para ser y vivir mejor a través de una formación para toda la vida; se requiere de mayor tiempo para desarrollar los proyectos que permitan lograr esos propósitos.
Se requiere de cambios profundos en la forma de organizar y gestionar el tiempo en las escuelas para responder a las exigencias de lo que se propone tanto pedagógica como institucionalmente, ya que la ampliación y el mejor uso del tiempo escolar es un cambio que necesariamente afecta la cultura y la gestión pedagógica, ya que en los conceptos de tiempo y espacio descansan los principios que separan las materias y regulan las relaciones entre los docentes y los alumnos. La ampliación de horas de clases, la disminución de otras, la incorporación de los tiempos para llevar a cabo los proyectos, las jerarquías internas, la disciplina, la infraestructura escolar que permitan la interacción, el trabajo en equipos y el cambio de prácticas escolares, son cambios que afectarán también el tiempo de los profesores.
Esta transformación que hoy se plantea, deberá ir acompañada del cambio sustancial en el modo en que se conceptualiza, gestiona y se utiliza el tiempo escolar, especialmente, el tiempo para el aprendizaje. Se ha demostrado que un aumento en el número de horas no es suficiente para lograr mejores resultados (Ruiz Cuellar,2022), por lo que cualquier innovación deberá ir acompañada de cambios en las prácticas pedagógicas y en los recursos disponibles para el profesor y para las instituciones educativas.
De manera tradicional, el tiempo escolar se orienta, en mayor porcentaje, al plan común curricular, tiempo complementario utilizado para el desarrollo de actividades que respondan a los intereses de los alumnos, así como tiempo destinado a la capacitación de las y los maestros. Si realmente se busca implementar esta nueva propuesta, hay que tomar en cuenta que se trata de tiempos y espacios diferentes que requieren metodologías y actores distintos, donde los horarios respondan también a la idea de integración curricular no solo de articulación entre los subsistemas educativos y a la vinculación entre “diálogos” (con los campos formativos: lenguajes; saberes y pensamiento científico; ética, naturaleza y sociedad y de lo humano a lo comunitario) de cada fase, que permita una planeación y evaluación más flexible de manera interdisciplinaria y transversal.
Siempre se asegura, que la educación debe de derivar en un desarrollo óptimo de niñas, niños y adolescentes haciendo efectivo su derecho a una educación de calidad, pero subyace en ese planteamiento los nuevos retos y circunstancias que aparecen y que también determinan el uso y distribución del tiempo escolar. En política pública, la distancia entre el diseño y la implementación es muy grande, por eso debería ser materia de investigación que permitiera, a través de evidencias empíricas, saber que sí y que no con respecto a la ampliación del tiempo en las escuelas y que no dependan de decisiones políticas que no hayan tomado en cuenta una verdadera evaluación.
Insisto como siempre en tomar en cuenta al magisterio y a las escuelas, tal vez ellos tengan ya la respuesta, pero hay que sistematizar sus experiencias y evaluarlas para valorar lo que sea conveniente para que el tiempo escolar sea uno de los aspectos prioritarios de atender en esto que pretende ser, la Nueva Escuela Mexicana.
Referencias
Gajardo, M (1999) Reformas educativas en América Latina. Balance de una década. PREAL (15)
Ruiz Cuéllar, G. (2022). Las escuelas de tiempo completo en México ¿Tienen futuro? Revista mexicana de investigación educativa, 27(93), 359-368. Epub 06 de junio de 2022. Recuperado en 24 de agosto de 2022, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-66662022000200359&lng=es&tlng=es
Tenti, E. (coord.) (2010). Estado del arte: Escolaridad primaria y jornada escolar en el contexto internacional. Estudio de casos en Europa y América Latina, Buenos Aires: Secretaría de Educación Pública/Unesco-Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación. Disponible en: http://www.buenosaires.iipe.unesco.org/sites/default/files/SEP%2520Mx%2520Estado_arte%2520jornada%2520escolar.pdf