Una de las tareas principales de los investigadores es discernir lo auténtico de lo falso, lo verosímil de lo inadmisible, buscar explicaciones razonables de los fenómenos bajo estudio e interpretarlos a la luz de uno o varios enfoques teóricos. Esa labor de discernimiento enfrenta obstáculos mentales debido a que quienes nos dedicamos a la labor académica acarreamos en nuestra residencia interior creencias o hábitos que a veces gobiernan nuestro razonamiento.
En estos días, me puse a escrutar novedades de reciente publicación. Buscaba novelas, pero me llamó la atención un título de Julia Galef, La mentalidad del explorador (Ediciones Paidós. Edición Kindle). Le puse el ojo al párrafo que resume el argumento y me prendió. Su lectura me ayuda a entender buena parte de mi trabajo y el de otros colegas.
La autora es una filósofa de la ciencia, experta en racionalidad cognitiva y una escritora excepcional, hasta divertida cuando narra las historias en las que se apoya para construir su trama. Parlamenta sobre el razonamiento motivado, el direccional y el exacto. Cita a psicólogos e historiadores, uno tan lejano como Tucídides para definir al direccional: “Cuando queremos que algo sea cierto, nos preguntamos si podemos creerlo, como buscando una excusa para aceptarlo. Cuando no queremos que algo sea cierto, nos preguntamos si debemos creerlo, buscando una excusa para rechazarlo”.
No se queda en definiciones abstractas, afirma que ese fenómeno: “Lo encontramos por todas partes con diferentes nombres: negación, optimismo, sesgo de confirmación, racionalización, tribalismo, autojustificación, exceso de confianza, fantasía…”. Denomina a ese tipo de razonamiento como la mentalidad del soldado.
El razonamiento motivado exacto se sirve de la duda para organizar ideas. Parte de la observación, no de las creencias —aunque éstas no desaparecen— y cuando se hace investigación no se trata de llegar a la verdad que uno imagina de antemano, sino a la que los hechos conduzcan. Es la mentalidad del explorador. Su virtud principal: reprime el autoengaño, si bien el ego no descansa.
Cuando leí los pasajes de la mentalidad del soldado, recordé el texto de C. Wright Mills Sobre artesanía intelectual (uno de mis favoritos) donde crítica a la “sociología burocrática” por su falta de imaginación y por producir trabajos en serie.
Al terminar el capítulo conceptual de Galef traté de examinar dónde me encuentro en mi profesión, si tengo la mentalidad del soldado o la del explorador. No es concluyente, me doy cuenta de que a veces mi juicio se basa más en el deseo, aunque trato de no usar el razonamiento para descartar lo que no me cuadra.
No obstante que lo practico de tiempo en tiempo, reconozco que el ejercicio de autocrítica es difícil, es embarazoso reconocer errores o lances equivocados. Sin embargo, en la labor académica y periodística uno publica sus faltas y, cuando estas aparecen, debilitan la mentalidad del explorador, se cae en la contraria.
En mi artículo del 29 de marzo escribí: “No se sabe que la SEP ya haya construido un nuevo plan de estudios”. Falso, párrafos arriba escribí del Acuerdo del 19 de agosto donde se institucionaliza nada menos que el nuevo plan de estudio. Lo sé, pedir disculpas no es suficiente, pero lo hago por respeto a mis lectores y a Excélsior.
Voy a recomendar a mis estudiantes de posgrado que lean La mentalidad del explorador, pienso que es tan valioso como los textos de metodología de la investigación. Además, puede leerse como novela.
RETAZOS
Raúl Padilla escogió el día y la hora de su muerte. Un político controvertido, para unos era cacique, para otros caudillo cultural. Quizá poseía ambos tributos. De lo que estoy convencido es que su mentalidad era de explorador. Descanse en paz.