El 2000 recién iniciaba y, recuerdo muy bien, que por esos años el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) había lanzado una convocatoria para que, mediante un congreso extraordinario, se reformaran sus estatutos.
Como maestro que, un par de años atrás había ingresado al magisterio, aún no tenía claro cuál era el propósito de dicho congreso. Las lecturas que habíamos hecho en la escuela normal no me habían permitido analizar a detalle esos asuntos; de hecho, muy pocos fueron los textos que, en el plan de estudios de 1984, abordaban tales cuestiones; y vaya, si conocía al respecto, era por las conversaciones familiares, por amigos o por nuestros propios maestros que, de vez en cuando, hablaban del “sindicalismo” en México.
¡Anímate a participar, tu eres bueno escribiendo! – Me decían algunos compañeros –. No obstante, la incertidumbre, no lo niego, se apoderaba de mí porque desconocía ciertos procesos. ¡Mira, ahí está la convocatoria y sus puntos son claros, por qué no elaboras una ponencia y nosotros te apoyamos! – Me volvían a expresar mis apreciables colegas cuando las fechas se acercaban para la entrega de trabajos –.
Un par de días después de este momento, dejé a un lado el desasosiego y me dispuse a leer y escribir lo que, desde mi perspectiva, podría favorecer el trabajo de mis compañeros.
Muchos de los “sentires” de mis colegas, lo recuerdo, fue lo que me dio material para elaborar un trabajo que incluyera sus propuestas. Entre las que aún guardo en mí memoria, hubo una en particular que me llamó la atención en demasía: que exista una verdadera democracia en el sindicato. Y digo que me llamó la atención porque el profesor que me la expresó, era de los más respetados, reconocidos y con mayor trayectoria en el sector educativo de mi estado y, podría decir, de México.
¿Acaso no había democracia al interior del sindicato?, ¿de qué manera entiende o concibe la democracia el gremio?, ¿cuál o cuáles eran los procesos democráticos que se vivían al interior del magisterio?, ¿qué mecanismos establecían los estatutos con relación a este asunto? Cuestionamientos y más cuestionamientos que, dicho sea de paso, me permitieron estructurar un trabajo que contemplaba los criterios que estipulaba la convocatoria, pero también, lo que “sentía” parte del gremio en el que yo me desenvolvía.
Los días pasaron y, como era de esperarse, las etapas en las que se desarrolló el evento fueron todo un suceso. En la escuela, con todo un protocolo ya establecido, se formaron las mesas de trabajo y, mi turno había llegado. Fueron los 20 minutos más intensos que hasta el momento había sentido. Los nervios, las miradas, los “cuchicheos”, los comentarios, los argumentos; todo apuntaba a que había sido un buen trabajo. ¡Felicidades compañero, has logrado plasmar lo que necesita la base trabajadora y lo que podemos hacer para que concibamos y construyamos una verdadera democracia sindical en el magisterio! – Escuché decir a algunos de mis compañeros –.
Terminada esta fase, los trabajos y compañeros seleccionados, asistimos a la etapa estatal que tendría lugar en uno de los centros de convenciones de mi entidad que recién se había inaugurado. No puedo negarlo, el escenario producía cierto pánico escénico. Era la primera vez que acudía a un evento de esta naturaleza y mis emociones estaban fluyendo sin tregua ni descanso.
Para comenzar, el protocolo acostumbrado; la presentación de los líderes sindicales estatales y los que del “nacional” habían llegado. Discursos, palabras y palmadas a favor de la defensa de los derechos de los trabajadores de la educación, fueron de los hechos que más recuerdo. ¿Cómo no podría sentir emoción y nervios si todo lo que desde la tribuna se expresaba se acoplaba con lo que había construido con el apoyo de mis compañeros maestros? Con seguridad, pensé, el trabajo que representa el “sentir” de la base trabajadora de mi escuela será tomada en cuenta para que haya un cambio sustancial en esta organización sindical. Con seguridad, volví a pensar, mis compañeros y yo, estaremos muy contentos.
En esos pensamientos estaba cuando de repente se realizó la inauguración del congreso y se dio paso a las mesas de trabajo. Allá me dirigí, pensando que se trabajaría de la misma manera en que se había desarrollado en mi escuela (porque así lo estipulaba la convocatoria). Mi primera sorpresa, el moderador ya estaba designado y, el relator, también lo estaba; y, mi segunda sorpresa, la ponencia que representaría a la sección sindical de la entidad donde radicaba ya estaba seleccionada y, quienes estábamos ahí presentes, tendríamos 5 minutos para exponer lo que habíamos elaborado, pero con la consigna (así nos lo hicieron saber desde el principio), que solo se tomaría aquello que “podría” fortalecer el trabajo elegido por los “evaluadores”. ¿De qué tipo de democracia estábamos hablando entonces? – Me pregunté una y otra vez mientras esperaba a que pasara–.
Curiosamente cuando esto sucedía (las exposiciones de mis compañeros de mesa), noté que ninguno de los maestros ahí reunidos estaba inconforme con la decisión que minutos antes se nos había dado a conocer. Paciente fui y, cuando terminó de exponer una maestra, levanté mi mano con la idea de formular algún cuestionamiento. Hecho que me fue negado rotundamente, pero como era de esperarse, mi inquietud fue más allá de aquello a que se me obligaba. ¿Cuáles fueron los criterios que los llevaron a elegir cierta ponencia?, ¿por qué, la profesora que elaboró el trabajo seleccionado, no lo expuso desde el principio? Es más, ¿quién es la maestra que es autora de esa ponencia? – Inquirí con cierta fuerza –. La mesa enmudeció y, desde luego, las miradas se posaron en el inquiriente. No hubo respuestas, no hubo comentarios, no hubo argumentos; solo silencio, y la mesa continuó su trabajo.
Desde luego que, llegado mi turno, me negué a participar. Hecho que a nadie pareció importarle más que a un profesor que venía del “nacional”: maestro, que bueno que nos acompañó y que elaboró una buena ponencia; dejé las cosas así y verá que nada pasará o… ¿acaso no quiere usted avanzar? – comentario y pregunta que me dejó atónito, pero no callado –. ¿Y quién le dijo a usted que yo quiero avanzar si en mi escuela estoy muy contento? – Respondí a la vez que le soltaba la mano –.
Los segundos, los minutos, las horas pasaron y, debo ser honesto, aún no sé por qué permanecí ahí, hasta el final. Lo que si recuerdo muy bien fue que, al cerrar los trabajos del congreso, uno de esos líderes expresó con una sonrisa que se le pintaba en el rostro de oreja a oreja que, en ese estado, se había dado una muestra más, de que el sindicato, “nuestro” sindicato, era democrático. Y terminó con un par de palabras que me significaron una bofetada en el rostro: ¡Viva la democracia!
Años han pasado de tal suceso; por familiares, compañeros de trabajo, amigos y conocidos, tuve conocimiento que, en alguno de esos congresos sindicales, hasta computadoras les habían regalado y bueno, hoy que se avecina un proceso democrático al interior de lo que fuera el Sindicato más grande de América Latina, habría que preguntarse: qué es democracia, cómo se concibe, para qué sirve y cómo se vive.
Es cuanto.
– Par de palabras que, dicho sea de paso, escuché decir a ese mismo representante sindical del “nacional” que, hoy día, comprendo para que se emplean, pero sigo sin entender el motivo por el que ese profesor las expresó en un escenario donde la conciencia y el raciocinio estaban determinadas por lo que dijera La Maestra –.