Un espléndido estudio de Andreas Schleicher, Teaching Excellence through Professional Learning and Policy Reform: Lessons from around the World, publicado el mes pasado, aborda el tema de en qué consiste y cómo lograr la excelencia docente. El asunto es clave en general y especialmente relevante para México, dados los numerosos indicios sobre las limitaciones de los maestros mexicanos en lo que a calidad docente se refiere.
El trabajo de Schleicher nos ofrece un estado del arte sobre lo que sabemos (y no) en relación a la naturaleza y determinantes de la excelencia docente. El autor comienza señalando que, en el momento actual, un buen docente es aquel que prepara a sus alumnos para enfrentar con éxito los retos y oportunidades planteados por el mundo incierto del siglo XXI. Lo cito:
Los maestros de hoy necesitan preparar alumnos para empleos que aún no han sido creados, para usar tecnologías que no se han inventado todavía y para resolver problemas sociales que no se han presentado en el pasado.
En línea con todo el trabajo desarrollado por Schleicher en educación en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el punto de partida para evaluar, en este caso a un maestro, tiene que ver con definir un estado de cosas deseable centrado en lo que querríamos les diera a sus alumnos. Un docente excelente, nos propone, es aquel que va más allá de transmitir contenido y consigue desarrollar en sus alumnos la creatividad, el pensamiento crítico, la capacidad para colaborar con otros y las fortaleza de carácter de la que depende la convivencia productiva y civilizada. En suma, Schleicher empieza por donde hay que empezar en cualquier ejercicio de evaluación: definir un estándar compartido a partir del cual evaluados y evaluadores puedan hacer, en efecto, de la evaluación una herramienta para transformar conductas y mejorar resultados.
Uno de los motores de la reforma educativa mexicana iniciada en 2013 es, sin duda, la evaluación de los diversos actores y componentes del sistema educativo. Otro de sus motores, complemento indispensable de la evaluación en el caso de los docentes, es el impulso y renovación de fondo de la formación docente. Es de celebrar que una iniciativa centrada en ello, ambiciosa y mucho mejor fondeada que en el pasado, haya sido anunciada por el titular de la SEP, Aurelio Nuño, el lunes de esta semana.
Si de lo que se trata es de mejorar la calidad de la educación que reciben en las aulas del país los alumnos mexicanos, urgen muchas y muy variadas cosas. Destaca por su centralidad y urgencia entre ellas, sin embargo, el ofrecerles a los docentes mexicanos recursos de alta calidad y pertinencia para formarse, superar sus deficiencias y desarrollar sus fortalezas, así como para mantenerse actualizados.
Entrarle a este complicado asunto urge. De acuerdo a los resultados de Talis, 2013, encuesta a docentes desarrollada por la OCDE, México es el país con el mayor porcentaje de maestros de secundaria que manifiestan no estar en absoluto preparados para la docencia (ni en contenido disciplinario, ni en métodos pedagógicos) de entre los 34 países y regiones participantes en esa encuesta. Estos datos son consistentes con los resultados de la primera evaluación a maestros en servicio de básica y media superior dados a conocer recientemente y consistentes, también, con los muy pobres resultados de los alumnos mexicanos en pruebas estandarizadas nacionales e internacionales.
El nuevo programa de formación profesional para maestros de básica y media superior anunciado el lunes incluye muchos aspectos valiosos entre los que destacan: la elaboración de planes personalizados de formación para cada docente, el apoyo a estos por parte de ATPs, así como una nueva oferta de cursos a cargo de universidades públicas y privadas de alto prestigio.
Del anuncio al hecho hay, evidentemente, mucho trecho y habrá que ver qué tanto de todo lo anunciado logra materializarse y tener los efectos deseados en un tiempo razonable. Más allá de las interrogantes con respecto a la instrumentación, hay un faltante que valdría la pena cubrir a la brevedad. Me refiero a la necesidad insoslayable de hacer explícito el norte, la vara, de todo esto. Es decir: generar una definición clara y compartida sobre qué entendemos por un excelente docente (o dicho como lo puso Marco Fernández en una entrevista reciente: definir con precisión qué significa el que un docente sea evaluado con “insuficiente” o con “destacado”).
Básicamente, pues, para que la celebrable decisión del gobierno de darle a la formación docente una mayor prioridad surta los efectos deseados, esas definiciones resultan indispensables.
Twitter:@BlancaHerediaR