Miguel Casillas
El retorno a las actividades presenciales en las universidades y otras instituciones de educación superior representa un reto para la imaginación y un desafío ante una situación inédita. Es ante todo una oportunidad para hacer avanzar la reforma de la educación y para expandir la cobertura.
A pesar de los discursos que expresan representaciones sociales sobre la educación muy arraigadas y tradicionalistas, no hay posibilidades de un retorno en la historia. El pasado ya pasó y es la base del presente. La perspectiva del regreso a las actividades presenciales como si fuera un retorno al pasado es un sin sentido y una aspiración profundamente conservadora.
En primer lugar, el regreso a las actividades presenciales debe ser un momento para realizar un balance crítico de la educación durante el periodo de la Pandemia: tenemos que reconocer los problemas e insuficiencias, las causas y el tamaño de la deserción; deberíamos recoger las experiencias personales de profesores y estudiantes, evaluar las acciones institucionales. Sólo sobre esa base será posible identificar las ventajas y desventajas, los avances o retrocesos, los nuevos problemas que se han generado. Además, es indispensable reconocer las nuevas condiciones de que disponen los estudiantes, pues miles ahora, gracias al esfuerzo de sus familias, disponen de equipos de cómputo y de conectividad a Internet, aunque sea de modo precario. También los profesores se han actualizado en sus habilidades digitales y adquirido o actualizado sus equipos y mejorado su conexión a la red. No somos los mismos que al arrancar la pandemia: hay un aprendizaje social acumulado por más de año y medio donde nos hemos adaptado a una situación de emergencia y sostenido las clases, los exámenes de grado y el egreso de los estudiantes; se han mantenido las acciones de difusión cultural y la producción de los conocimientos. Se tiene que valorar y reconocer el esfuerzo que millones de universitarios han emprendido para mantener activa la educación superior de México y sostener su continuidad, a pesar de la ausencia de políticas educativas claras y de apoyos institucionales insuficientes.
También, el regreso a las actividades presenciales es una oportunidad para cambiar, para hacer avanzar la educación superior sobre la base de la innovación. Las estrategias seguidas durante la pandemia que han orillado a que los alumnos y profesores trabajemos a la distancia y haciendo uso de las TIC abrieron un nuevo escenario para enfrentar a los viejos métodos tradicionalistas y autoritarios de la educación: actividades rutinarias como el pase de lista, el dictado, el predominio del rollo del maestro están perdiendo vigencia. Las participaciones estudiantiles en las pantallas o en los foros de discusión han favorecido una nueva actitud proactiva para exponer su opinión, el autoestudio se ha vuelto más importante, los viejos libros y concepciones son contrastadas con sus antagonistas en la red sin pedirle permiso a nadie. En términos docentes, estamos ante la oportunidad de acordar nuevas estrategias pedagógicas acordes a la nueva realidad que combina lo presencial y lo virtual, de establecer relaciones más igualitarias y horizontales entre estudiantes y profesores, de precisar los objetos del aprendizaje y realizar planeaciones didácticas que incorporen el uso de múltiples recursos que enriquezcan la experiencia de construcción de conocimientos de los estudiantes.
Más allá de la demagogia y de los discursos rimbombantes de las autoridades universitarias, las intituciones deben definir con precisión las bases materiales y sociales de la educación híbrida. En este sentido tenemos que garantizar las más amplias y mejores condiciones de acceso para los estudiantes y profesores que no tienen equipo de cómputo o que no les es suficiente para realizar sus estudios superiores. Algunas instituciones ofrecen equipo a préstamo durante los estudios para los estudiantes y también se ofrece a los profesores posibilidades de créditos blandos para su adquisición. En el mismo sentido a favor de la equidad, las instituciones deben ofrecer becas de conectividad que garanticen que todos los estudiantes y profesores que lo requieran se mantengan conectados a la red.
Por otro lado, para confrontar las desigualdades y favorecer la equidad debemos generar las condiciones básicas de apropiación tecnológica para todos los universitarios, ofeciendo cursos y tutorías especializadas para los estudiantes, y garantizar una amplia y suficiente oferta de cursos de capacitación para los profesores.
Las universidades deberán enfrentar el reto de una infraestructura tecnológica suficiente, capaz de sostener la educación híbrida, en la que los estudiantes y profesores hacen uso permanente de las TIC durante su proceso educativo. Por tanto, deberán ofrecer acceso a una red de Internet suficiente y estable, conformar laboratorios de cómputo especializados por área de conocimiento y reconvertir sus bibliotecas en espacios de servicios de información multimodal.
Las autoridades y los profesores universitarios tenemos la obligación de formar a los estudiantes universitarios del presente, que serán los profesionistas en activo de mañana. No hay en ese escenario lugar para la nostalgia del viejo mundo analógico que la pandemia ayudó a desplazar.