Desde hace varias décadas, la información y el conocimiento se han convertido en los principales productores de riqueza. La economía global comienza a transitar de una economía de cantidad por una de calidad. Lo que cuenta en el valor del producto es la información que contenga. Cuando uno compra una medicina, lo que nos venden es el valor de la información contenida en una pastilla. La calidad de un producto se fundamenta en la información que contiene y ésta, a su vez, en el conocimiento que se genera gracias a la educación.
Los países industrializados cuentan con sistemas educativos robustos, sobre los cuales descansa la generación de conocimientos e información novedosa que se traduce en patentes de todo tipo y en productos que se comercializan mundialmente (medicamentos, equipos electrónicos, etc.) Los países del tercer mundo son consumidores de estos productos y no alcanzan a producir más que productos de poco valor agregado (perecederos, petróleo, etc.) El petróleo vale si se puede extraer del subsuelo y ello requiere de tecnología y conocimientos, sobre todo si está a grandes profundidades; México no tiene esta tecnología.
Las sociedades del conocimiento basan su economía en la generación de información y ésta en la calidad de su educación. Pero la educación de un país solo puede lograrse cabalmente si se cumplen tres condiciones: 1) que los niños y jóvenes asistan a la escuela, 2) que permanezcan en ella y 3) que aprendan. En la medida que se cumplan con las dos primeras condiciones, es imposible esperar (aunque no asegurar) que se dé la tercera. Y si no se da ésta, no podremos salir del bache en que se encuentra el país. Por ello, la premisa de AMLO de incluir a todos los niños y jóvenes del país en el sistema educativo es correcta; lo difícil será poder cumplir con esta aspiración y que ésta se traduzca en aprendizajes. Por ahora, México no ha podido cumplir con la meta de tener en las aulas a toda la población de niños y jóvenes en edad de estudiar la educación obligatoria.
De acuerdo con el informe del INEE (2018) La Educación Obligatoria en México, en 2015, cerca de 6% de la población mayor de 15 años era analfabeta. En cuanto a la cobertura educativa del país: 22.3% no asiste al preescolar (niños entre 3 y 5 años), 2.3% a la primaria (niños entre 6 y 11 años), 6.7% a la secundaria (jóvenes entre 12 y 14 años) y 26.8% a la Educación Media Superior [EMS] (jóvenes entre 15 y 18 años). En total, no ingresan al sistema educativo una cantidad importante de niños y jóvenes en edad para estudiar. De los escolares que ingresaron al sistema educativo en el ciclo escolar 2015-2016, abandonaron sus estudios: 0.7% en primaria, 4.4% en secundaria y 15.5% en EMS.
Estas cifras representan cerca de 1.2 millones de estudiantes que abandonan anualmente sus estudios. Finalmente, de los alumnos que permanecen en la escuela y terminan la educación obligatoria, una tercera parte no logra adquirir las competencias básicas de lectura y dos terceras partes no logran adquirir los conocimientos y habilidades básicas de matemáticas que les permita utilizarlas para resolver problemas cuantitativos de la vida real.
Los bajos niveles de desempeño con que egresan los estudiantes de la educación obligatoria y la baja proporción que ingresa a la educación superior (cerca de 35%) son dos componentes que se suman a una pobre política de formación de científicos, ingenieros e inventores que hacen que México tenga un registro de patentes muy bajo, comparado con países desarrollados, e incluso subdesarrollados. Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, en 2014 México procesó 284 patentes, Brasil 581, EU 61 mil 492, y Japón 42 mil 459.
Por lo anterior, el país enfrenta graves problemas que le impiden generar conocimiento e información de alta calidad y con ella poder transitar a un tipo de sociedad donde el conocimiento sea la materia de mayor valor agregado de su economía. De este tamaño es el reto educativo que tendrá AMLO, a partir del 1º de diciembre.