La semana pasada recogimos aquí algunos de los principales logros y avances que la UNAM consiguió durante el rectorado de José Narro Robles. No obstante los rasgos positivos del diagnóstico, el propio titular de la rectoría ha reconocido y comentado algunas insuficiencias del trabajo desarrollado. La primera consiste en la suspensión del proyecto de reforma al Estatuto del Personal Académico (EPA), norma que establece los derechos y obligaciones de los investigadores, profesores y técnicos académicos de la institución. Otro aspecto se refiere a la imposibilidad de articular la reforma curricular del bachillerato de la Universidad.
El rector también ha reconocido que en varios ángulos de la vida universitaria se pudo haber hecho más, o acelerado procesos de transformación. Es el caso, por citar un ejemplo, de los niveles de productividad de los sectores de investigación en ciencias y humanidades, así como en materia de desarrollo tecnológico y vinculación. En materia de equidad de género en la Universidad, el rector señaló: “debemos reconocer que la mujer universitaria aún enfrenta rezagos importantes y oportunidades limitadas en algunos campos” (Discurso en la celebración del Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo de 2014).
No menos importante, en el ejercicio autocrítico, el señalamiento de un balance incompleto, poco armónico, entre los procesos de incremento de la matrícula y mejora de la eficiencia terminal, y el correspondiente crecimiento de la planta docente universitaria. En el mismo renglón, el rector ha expresado que persisten rezagos en torno a la preparación disciplinaria y docente del profesorado universitario, así como en la formación de competencias docentes relacionadas con el uso de tecnologías digitales para la formación de estudiantes.
Cada una de las insuficiencias anotadas tiene una explicación puntual. En algunas se perciben fallas de diseño institucional. Es el caso de la reforma al Estatuto, encomendada al Claustro Académico para la Reforma del EPA. El órgano logró, al cabo de más de seis años de trabajo, integrar una propuesta general y específica de renovación normativa, pero ésta se friccionaba, al parecer, con la perspectiva de las autoridades universitarias al respecto. La tensión quedó resuelta mediante la disolución formal del cuerpo de trabajo, la entrega de resultados a comisiones del Consejo Universitario y la suspensión indefinida de la reforma. No obstante la importancia del proyecto, la rectoría no brindó una explicación pública de su desenlace.
En torno a la posible reforma de los planes de estudio de bachillerato, prevaleció la decisión de evitar pugnas de interés. Uno de los pocos conflictos serios que confrontó la administración de Narro se ubica, precisamente, en esa dimensión. En febrero de 2013, ante el anuncio de cambios en el plan de estudios del CCH, un grupo de activistas irrumpió en la Dirección General del Colegio de Ciencias y Humanidades, mantuvo varios días la toma de instalaciones en el campus de Ciudad Universitaria y generó manifestaciones de protesta en los planteles. Detectado el foco conflictivo, las autoridades optaron por congelar las posibilidades de una reforma sustantiva en el marco curricular.
Otros obstáculos de la política académica de rectoría se relacionan con las formas de delegación de autoridad, de comunicación, y de las posibilidades de implementación de cambios. En repetidas ocasiones el rector hizo notar la distancia entre una buena idea o proyecto, incluso una directriz convenida, y la disposición de asumirla y concretarla al seno del cuerpo directivo. En resumen, no en todos los casos fue posible transmitir con efectividad las prioridades de la rectoría en la operación cotidiana de la institución.
A lo largo de los ocho años del rectorado de Narro se criticó, por exceso o defecto, su protagonismo en el debate público. Algunos comentaristas cuestionaban las expresiones disidentes del rector de la UNAM en la era del PAN en la presidencia. Otros lamentaron el cambio de actitud una vez que el PRI se reinstaló en la primera magistratura. Es posible que Narro haya moderado su enfoque crítico con el cambio gubernamental, pero también es claro que no dejó de comentar asuntos relevantes sobre la realidad económica, política y social de México. ¿Cambio de tono? Tal vez.
De sus intervenciones públicas hay una que puede calificarse de error: las declaraciones en torno a Ayotzinapa. El 29 de octubre de 2014, en entrevista improvisada, Narro afirmó que la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural era un asunto de Estado, “pero del estado de Guerrero”. (El Universal, 29 de octubre 2014, nota de Nurit Martínez). Más adelante y en repetidas ocasiones el rector daría muestras de una mayor sensibilidad y buscaría enmendar la postura inicial. Para algunos, sin embargo, la figura de Narro como crítico del Estado se había debilitado notablemente.
Con todo y matices la gestión del rector, que en breve concluirá, ha de calificarse de exitosa. Narro dedicó todo su tiempo, toda su energía y toda su imaginación a la causa universitaria. ¿Quién tomará la estafeta?