Por Bruno Velázquez
Hay que saber qué es lo que queremos y el hecho mismo de querer
Nietzsche (El Ocaso de los Ídolos)
En su texto clásico “Pedagogía”, Kant argumenta que el ser humano es el único animal que debe ser educado para adquirir su carácter esencial y definitorio. Esto es, que la educación es el único camino que tiene nuestra especie para “humanizarse” (aprehender los valores morales y conquistar su autonomía –darse su propia ley-) por lo que, desde aquí, Kant y todo el pensamiento ilustrado entenderá que “la humanidad” es destino y, en ese sentido, un proyecto que siempre está aún por hacerse.
La civilización entonces es un fruto, siempre perfectible y por ello inacabado, del fenómeno educativo. Un logro histórico de nuestra especie que se sostiene gracias a esfuerzos descomunales pues, no podemos ignorar, ésta se halla perpetuamente amenazada por la barbarie, la irracionalidad y los impulsos egoístas de muy cortas miras –todas ellas, características también inherentes a nuestra propia naturaleza–.
Kant entiende por educación los cuidados (sustento y manutención), la disciplina y la instrucción, juntamente con la formación cultural e intelectual, y considera que el poner los medios necesarios para que ésta ocurra de manera adecuada es (debe ser) una obligación irrenunciable del Estado con sus ciudadanos. Sobre todo en lo que respecta a la fundación y sustentación de escuelas y centros de formación para los educadores de las generaciones futuras.
Por otra parte Kant relaciona a la educación con el concepto de Bildung –construcción-. Así, nos dirá, todo proyecto educativo ha de ser tratado como una obra arquitectónica que requiere diseño, cimentación, materiales óptimos, estrategia para su correcta edificación, contextualización socio-ambiental y, en última instancia, apuntar a la generación de hábitats aptos y agradables (vale recordar que para Kant habitamos desde nuestra moralidad o, puesto de otro modo, que es mediante la moral y los actos morales que habitamos humanamente el mundo).
Desde esta base Kant presenta una serie de tesis fundamentales, por ejemplo: que el fin de todo proyecto educativo debe ser crear personas autónomas y autosuficientes; que la educación es un arte y, por ende, que el educador debe ser un artista (alguien con vocación que domine su técnica, conozca sus materiales, innove, genere pensamiento crítico que interprete la realidad en aras de transformarla, aplique responsablemente la libertad creativa en su área profesional y, en última instancia, que sea capaz de transformar el arte educativo en una ciencia); también, Kant nos dirá que no se debe educar a los niños conforme al presente, sino conforme al futuro que se desea tener. Lo que hace imperativo el haber antes construido y dejado en claro un ideal social y de humanidad que nos sirva de guía al tiempo que dirija los procesos, esfuerzos y herramientas educativas. Por lo que será esencial antes preguntarse ¿qué se puede saber?, ¿qué se debe hacer?, ¿qué se puede esperar?, y, sobre todo, ¿qué tipo de seres humanos se quiere formar?
En lo referente a la coyuntura nacional en torno a nuestro sistema educativo público y su reforma se podría comenzar a reflexionar, aunque mejor tarde que nunca por parte de las autoridades, sobre los ideales que se persiguen. Esto es, consensuar, definir, aclarar, explicitar y proyectar qué tipo de nación y qué tipo de humanidad queremos construir para el futuro. ¿Una egoísta, sometida por el miedo, acrítica, irracional, incapaz del dialogo, intolerante, clasista, autoritaria, mediocre, convenenciera, utilitaria, prosaica, ambiciosamente individualista, incapaz de ser empática, que no innova ni invierte en la generación de conocimientos y desarrollos tecnológicos propios, que desprecia los saberes tradicionales por tener una idea monolítica de sí misma, una carente de sentido de solidaridad y colaboración, y que es incapaz de acometer grandes empresas –por obnubilada e impotente– como sería cambiar nuestro modo de vida y de gobierno, para dejar de explotar y expoliar las riquezas de la Tierra sin juicio ni beneficio a largo plazo?
Eso o, entre otros males no menores, se buscará responder a la urgencia de disminuir las desigualdades, la pobreza, la violencia, la corrupción, el acaparamiento y derroche de los recursos públicos por intereses privados, corregir la injusticia social que nos carcome y, desde allí fundar una democracia real, ergo basada en un pueblo libre y soberano, que mande obedeciendo las necesidades sociales y ajuste su trabajo a un equilibrio entre lo que las mayorías demanden y lo que el país todo requiera, para ser autosustentable y capaz de dirigirse a un mejor futuro donde “el buen vivir” (“Sumak Kawsay” en la andina voz kichua) sea el eje del cambio civilizatorio .
En reciente entrevista el muy mediático filósofo esloveno Slavoj Žižek, entre aspavientos y una que otra de sus bufonadas, reflexionaba que, en la actualidad cabría darle un giro a lo planteado por Marx en su onceava “Tesis sobre Feuerbach”, que a la letra dice “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”.
Lo anterior, diría Žižek y lo suscribimos, debido a que pareciera que, guiados por la filosofía capitalista neoliberal (esto es, por la interpretación y puesta en operación que han llevado a cabo los poderes fácticos de la misma) ya bastante hemos transformado el mundo y nuestra sociedad pero hacia peores escenarios. Por lo que hoy cabría detenernos un poco para volver a reflexionar e interpretar la realidad, entender qué hemos hecho mal, remediar lo remediable, evitar el colapso civilizatorio y medioambiental, y volver a plantear nuevas utopías que salvaguarden el futuro para esa posible humanidad venidera.
Maestro en Ciencias
Facultad de Ciencias, UNAM
bruno.velazquez@ciencias.