Ruth Mercado*
Hoy 5 de octubre de 2016, Día Mundial de Los Docentes, la escuela Leonardo Bravo está cerrada; los niños y los docentes con su director y padres de familia a la cabeza trabajan en la calle, frente al portón de su primaria. Once de sus doce maestros han sido cesados por la Secretaría de Educación Pública: “Faltaron a clase cuatro días”. Y sí, los veintiún maestros cesados en diferentes escuelas de la ciudad participan del movimiento magisterial nacional en contra de la reforma llamada oficialmente “educativa”. Lo hicieron construyendo acuerdos con los padres de familia para atender las tareas con los niños, las cuales quedaron cubiertas en esos días. ¿Es éste el precio de la reforma?
Conozco esa escuela hace unos años. En mis labores como investigadora de la educación buscaba una escuela primaria donde proseguir mi trabajo de campo, ahora en la Ciudad de México a diferencia de mis anteriores treinta años en estos menesteres donde había estado en escuelas de distintos estados del país.
Por una de mis estudiantes de posgrado en el 2012 accedí a una escuela en la Unidad Tlatelolco en la que ella había trabajado. Del maestro con quien me presentó mi estudiante en esa escuela, de nombre Francisco, sólo me había informado que seguramente aceptaría mi presencia en su aula pues era un docente de gran experiencia y muy abierto en su trabajo hacia otros profesores y padres de familia; yo no lo conocía. Hiceahí mi trabajo de campo durante varios meses hasta que terminó el ciclo escolar.
Por las conversaciones con el profesor Francisco supe de sus casi treinta años de servicio y de las dificultades y satisfacciones que tuvo al trabajar en contextos muy difíciles para la docencia, en barrios distintivos de la ciudad dada la dedicación de muchos de sus habitantes a la delincuencia. El maestro recordaba que al preguntar en ese entonces a uno de sus alumnos de primaria por la ocupación laboral de su papá la respuesta fue: “es ratero”.
Durante mi estancia en la escuela de Tlatelolco observé el trabajo del grupo en el aula del maestro Francisco, quien promovía actividades inspiradas en el modelo pedagógico Freinet, como la elaboración de textos libres que llevaban los alumnos cada lunes y que exponían ante sus compañeros, así como resultados de temas de investigación que los niños también presentaban y se comentaban en el grupo. Nunca vi o escuché que el profesor faltara; además de desempeñarse en la mañana a cargo de ese grupo, el profesor Francisco era director de una escuela en turno vespertino del barrio de Peralvillo: la Leonardo Bravo.
Al terminar el ciclo escolar el profesor fue designado como director de la escuela Leonardo Bravo que se convertiría en Escuela de Tiempo Completo conjuntándose ambos turnos en uno solo. Para el ciclo 2014-2015 con el permiso del director, de los demás docentes y padres de familia proseguí mi trabajo en ese plantel junto con mi nueva estudiante de maestría en ese momento, quien ha desarrollado su tesis (ahora en su etapa final) basada en ese trabajo de campo.
Durante ese tiempo videograbamos jornadas completas del trabajo escolar documentando el proceso de transformación de una escuela de dos turnos a una de tiempo completo, centrándonos en las relaciones entre familias y escuela. Constatamos la participación de toda la planta docente, del director y de los padres de familia en los complejos procesos implicados en ese cambio. Registramos el reconocimiento de los padres de familia al trabajo de los docentes y del director, quien no solamente era el primero en llegar y el último en retirarse, sino atendía en todo momento a quienes deseaban hablar con él, ya fueran padres de familia o estudiantes. Resolvía los problemas implicados en el arreglo del inmueble y la organización humana que permitiera alimentar -prácticamente de un día para otro- a trescientos niños sin las instalaciones indispensables.
Además el director, apoyado por los padres de familia y el personal docente, gestionó desde el principio el desarrollo de proyectos educativos, orientados hacia los niños, como el de lectura, fortalecimiento del trabajo de la profesora dedicada a los niños con rezago, el proyecto de ciencias, el tratamiento y resolución colectiva de problemas incluyendo a los alumnos en asambleas escolares, entre otros. Durante el 2014 en la escuela supe que el profesor Francisco era integrante de la Sección 9a de la CNTE, nunca fue tema presente en su trabajo. En septiembre de ese año vivimos el amargo día de la masacre a los cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa y en la fachada de la escuela una manta lo consignaba.
Televisión y radio hablan hoy de la escuela Leonardo Bravo, – y por supuesto del director Francisco Bravo- en tono de “denuncia” contra la planta docente despedida, aunque esos medios nunca se han ocupado de lo que pasa en miles de escuelas como ésta. Ahí cada día maestros y padres no sólo sostienen el costo económico escolar, sino el trabajo pedagógico en contextos difíciles y atienden las múltiples exigencias que les llegan del aparato escolar. Entre ellas las omnipresentes modalidades de evaluación, actualmente centro de todo discurso y acción oficial hacia escuelas de educación básica.
La educación pública mexicana pierde así en muchos lugares del país parte de sus mejores docentes -como los de esta escuela- con graves consecuencias para la educación destinada a la niñez que a final de cuentas resulta la más agraviada. Los cambios a la educación no se imponen por la fuerza, se construyen con la participación social, principalmente la de los maestros y solamente en una dictadura existen leyes “inabrogables” como las que hoy asfixian a nuestras escuelas y sus docentes.
*Investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas del CINVESTAV