Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Los niños que ingresaron a primer grado de preescolar en 2018 serán los únicos que hayan cursado un nivel educativo completo bajo el plan de estudios 2017, pese a que cuando salió a la luz consideraba una vigencia mínima que aseguraría 10 generaciones completas de preescolar, siete de primaria y 10 de secundaria. Los estudiantes que en ese año iniciaron la educación primaria, si las acciones anunciadas por el gobierno actual se cumplen a tiempo, transitarán un camino muy distinto: al concluir el nivel educativo habrán sido formados, en tan solo seis años, bajo tres planes diferentes (2017 primero, 2011 después y 2021 finalmente), un verdadero malabarismo curricular. La implementación del plan de estudios 2017 quedó inconclusa: de los 12 grados que conforman la educación básica, sólo alcanzó a hacer presencia en siete de ellos.
En mayo de 2018, en Guelatao, Oaxaca, cuando el plan de estudios referido apenas estaba en fase piloto, el entonces candidato que se perfilaba con mayor fuerza a ocupar la silla presidencial leyó la sentencia de muerte: anunció la formulación de uno nuevo, elaborado bajo la confluencia de toda la comunidad educativa. El acta de defunción del plan actual se empezó a escribir pues mientras apenas comenzaba a ver la luz, en plena alternancia del poder. La orfandad política, como a muchas otras iniciativas efímeras en el ámbito educativo, le costó la vida. Previo al arranque de ciclo escolar 2019-2020, el proceso de implementación del plan de estudios se detuvo y se anunció que para el 2021-2022, en algunos grados de educación básica, se pondría en curso uno nuevo, para ya abarcar toda la educación básica al siguiente ciclo lectivo.
En su discurso inaugural, la nueva secretaria de Educación, Delfina Gómez Álvarez, ha adelantado que la vida académica de las escuelas mexicanas tendrá como interés superior una formación humanista, a la cual deberán supeditarse la ciencia y la técnica. Tal declaración va en sintonía con la incorporación de la filosofía y las humanidades dentro de los preceptos del artículo tercero constitucional. Aunque el plan de estudios actual hace alusión a la vigencia del Humanismo, tanto en su justificación como incluso en los rasgos del perfil de egreso, basta revisar la distribución del tiempo lectivo para darse cuenta que el acento está en áreas como lenguaje y comunicación, pensamiento matemático o ciencia y tecnología.
Se esperaría entonces un cambio importante en la malla curricular de educación básica: campos actuales, como Exploración y comprensión del mundo natural y social y Desarrollo personal y social, tendrían que incrementar su peso dentro de la vida escolar. Espacios curriculares como Artes, Educación Socioemocional, Geografía, Historia o Formación Cívica y Ética, que en educación primaria no superan el 5% de la jornada escolar, recibirían mayor atención.
Existe pues una combinación nociva en asignaturas de corte social: poco tiempo y muchos aprendizajes, conjugación que deriva en un abordaje superficial. Esto se relaciona con otro de los señalamientos al plan de estudios 2017 en relación a que promueve una lectura acrítica del mundo social, dando una atención insuficiente a problemas nacionales y mundiales graves como la distribución de la riqueza, el hambre, la explotación, la corrupción y la inseguridad. Si bien a lo largo de la educación básica en Geografía se analizan temas como la calidad de vida, el medio ambiente y la sustentabilidad y los retos locales, los aprendizajes que se promueven no parecen apuntar hacia una comprensión profunda de tales situaciones. En Historia, el tsunami de contenidos impide revisar con detenimiento la raíz de los procesos de cambio.
A pesar de que en su título se leía la frase “Aprendizajes clave”, lo cierto es que el plan de estudios que está a punto de desaparecer no rompió con la histórica sobrecarga de contenidos. La organización curricular siguió girando en torno a asignaturas abundantes y fragmentadas, pese a que la misma Ley General de Educación abre la posibilidad a que se consideren “unidades de aprendizaje”, concepto más amplio que podría ser aprovechado para dejar atrás el tratamiento disciplinar y aislado del conocimiento. Inquieta aquí el hecho de que la actual administración federal haya decidido, en plena pandemia, cuando se hacía más visible la pesadez del currículum actual, agregar una nueva asignatura: ¿ave de mal agüero?
Sin duda es conveniente que en la formulación del nuevo plan de estudios se valoren aspectos positivos del que se liquida. Aunque la autonomía curricular fue una propuesta que no perduró, la idea de dotar a las escuelas de margen para enfocar sus acciones en las necesidades particulares no parece desdeñable. Sin embargo, debe perfeccionarse con respecto a la experiencia anterior: orientarla no sólo hacia espacios optativos o complementarios sino a la distribución de las horas lectivas y ciertos contenidos, así también cuidar que la autonomía curricular no sea, como muchas críticas han señalado, motivo para la injerencia de la iniciativa privada en los procesos educativos ni factor de desigualdad entre las escuelas a las que asisten los que menos tienen y los mejor acomodados.
Deberá conservarse un perfil de egreso que apunte equilibradamente, no sólo en las metas sino en la práctica, hacia todas las aristas del desarrollo humano. Hacer realidad lo que con este plan de estudios no se pudo cumplir, es decir, aspiraciones más allá del sexenio en turno y constantes revisiones y actualizaciones que eviten el desafortunado “borrón y cuenta nueva” que tanto alcance resta a las acciones educativas: ¿será posible lograr un proyecto curricular sólido, bajo la confluencia de las más diversas voces, y blindarlo de los vaivenes de la vida política?
Aunque el currículo funja como aspiración de la vida escolar del país, no debe convertirse en una utopía al chocar con la realidad de los centros escolares. ¿De qué sirve que se enuncie como rasgo del perfil de egreso el empleo de habilidades digitales cuando hay escuelas que no tienen electricidad regularmente? ¿Cuál es el sentido de establecer la vigencia del humanismo cuando medimos nuestro éxito educativo en función de pruebas estandarizadas enfocadas en aspectos técnicos y científicos? Ojalá, por el bien de la educación del país, el nuevo plan de estudios finque las bases para un mejor desarrollo educativo y no termine convirtiéndose, como muchas otras “innovaciones”, en una mera vanidad política.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85