Si decimos que una política pública es el conjunto de cursos y programas de acción que surgen primordialmente de los gobiernos, pero que la sociedad transforma con el propósito de cumplir con las finalidades del Estado, se aceptan por lo menos dos premisas. Primero, que las políticas son cambiantes a través del tiempo y segundo, que las políticas se desarrollan por medio de la intervención de diversos actores sociales, gubernamentales y no gubernamentales. Esa intervención —claro está— no ocurre en condiciones de igualdad. Hay actores que pueden tener mayores recursos (legales, informativos, intelectuales, políticos y económicos) que otros y, por lo tanto, participar de manera diferenciada en los procesos de política pública. Hay asimetrías de poder, pues.
Idealmente, en una democracia la prensa constituye un recurso de poder e influencia sobre las políticas públicas. ¿Por qué? Porque la noticia periodística puede hacer más visibles los problemas que enfrentamos las personas, las omisiones de la sociedad y las negligencias de los políticos. Al haber apertura y libertad de expresión, se espera que surjan voces discordantes, que crezca la consciencia social y que la crítica pública aguijone la actuación de los hacedores de política. No obstante, la relación entre apertura política, prensa libre, crítica independiente y mejoramiento de las políticas no es tan lineal como algunos esperábamos.
Puede haber muchos periódicos, pero eso no necesariamente implica pluralismo, sino, acaso, más chayoteo. Puede haber mejores recursos mediáticos, pero eso no produce automáticamente juicios inteligentes. Puede haber muchos actores que levanten la voz, pero eso no necesariamente está relacionado con impulsar mejores políticas públicas. Si esos actores solo buscan autoafirmarse en sus posiciones e ideologías no habrá desarrollo educativo, sino al contrario. Pero esta regresión no es exclusiva de México. Javier Marías dice que en España existen muchos individuos que solo desean enterarse de lo que “previamente les gusta o aprueban, pretenden ser reafirmados en sus ideas o en su visión de la realidad nada más, y se irritan si su periódico o su canal favorito se las ponen en cuestión”. Gozan autoengañándose.
Si dentro de la frágil democracia mexicana los periódicos se convierten en meras cajas de resonancia o exclusivos amplificadores de un determinado grupo, no abonan mucho a la democracia ni mucho menos a la mejora de las políticas educativas. Menudo favor le hace el periódico de izquierda a la educación pública si no permite que a los rectores de las universidades o a la UNAM se les toque con el pétalo de una crítica. Del otro lado del espectro ideológico tampoco se cantan mal las rancheras, al asumir que la agenda empresarial es el camino verdadero para la transformación educativa.
Por el papel central de la prensa escrita en el desarrollo de las políticas educativas hay que insistir en su crítica y no ser complaciente con la calidad de los periódicos. Es sintomático que en México la confianza en los periódicos no era de las más altas. Según la Encuesta Nacional de Lectura (ENL), su nivel de confianza registraba un promedio de 6.76 puntos cuando la familia y la Iglesia obtenían, respectivamente, 8.95 y 7.91.
Pero, ¿acrecentaría la prensa su influencia —y tiraje— si construyera mejor sus noticias y produjera más constantemente reportajes sobre los grandes problemas del país? ¿Leeríamos los mexicanos el periódico más frecuentemente si tuviéramos una oferta periodística distinta? Según la encuesta referida, cuatro de cada diez mexicanos lee el periódico y la razón principal de ello es informarse más que “aprender”. ¿Acaso son inocuas las noticias del periódico dentro de nuestras primarias, secundarias y bachilleratos? ¿Lo que ocurre “afuera” del salón y que reporta la prensa no importa para el currículum formal? ¿Por medio de los infumables noticiarios de TV Azteca y Televisa podremos fomentar las capacidades democráticas que requieren las niñas, niños y jóvenes de México? Lo dudo.
El papel de la prensa escrita es central para el desarrollo de las políticas educativas. Evitar visiones maniqueas del mundo y alabanzas al caudillo o al “jefe nato”, ofrecer opiniones diversas sobre un problema, basar sus notas en datos y evidencia, así como introducir comparaciones internacionales para demostrar qué tan profundos y graves son nuestros problemas son parte de su responsabilidad pública. La de los ciudadanos será leernos críticamente.
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