Tanto en textos políticos como académicos que analizan proyectos de mudanzas en la educación escolarizada pueden encontrarse aspiraciones de lo que es ser un buen maestro. Los reformadores recurren a tipos ideales para delinear los dispositivos intelectuales y prácticos que ese profesor ejemplar debe asimilar para desarrollar una práctica docente eficaz y conducir a sus alumnos al aprendizaje.
La Reforma Educativa que impulsa el gobierno de Enrique Peña Nieto puede ser un ejemplo paradigmático de esos afanes. Si bien, al igual que en muchas otras latitudes, el gobierno pidió en préstamo nociones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos para el diseño del proyecto de reforma, pronto nacionalizó los preceptos. La OCDE es el motor principal de lo que Pasi Sahlberg denomina GERM (Global Education Reform Movement).
Por contrato con el gobierno mexicano, la OCDE hizo recomendaciones precisas para guiar una reforma en el sistema escolar. Ocho de 15 planes implicaban a los maestros. El informe, Mejorar las escuelas: estrategias para la acción en México, introdujo la noción de estándares. La primera recomendación: “México necesita definir claramente los estándares docentes para que la profesión y la sociedad sepan cuáles son el conocimiento, las habilidades y los valores centrales asociados a una enseñanza eficaz” (p.75).
El tipo ideal incluía: 1) planeación de contenidos; 2) gestión del ambiente de clase; 3) gestión curricular; 4) didáctica (presentación curricular; atención diferenciada: organización del grupo; relación de aprendizaje alumno-alumno; recursos didácticos y espaciales; manejo del tiempo; indicaciones; explicaciones; preguntas; actividades dirigidas y no dirigidas); y 5) evaluación del aprendizaje y de sí mismo.
Esa visión, con todo y el enfoque tecnocrático, parecía razonable a los ojos de los reformadores. Pero “estándares” devino en incorreción política. Sospecho que el rechazo a esa postura se debió al marcado acento que el subsecretario de Educación Básica en el gobierno de Calderón, Fernando González Sánchez, yerno de Elba Esther Gordillo, puso en los estándares; incluso contrató con la Universidad de Londres un grupo de expertos para que elaborara los del currículo.
El Servicio Profesional Docente sustituyó la noción de estándares por la de perfiles de desempeño. Para los cuales también diseñó parámetros e indicadores. El INEE define los perfiles de desempeño en educación básica que configuran a un buen maestro como el docente que: 1) conoce a sus alumnos, sabe cómo aprenden y lo que deben aprender; 2) organiza y evalúa el trabajo educativo, y realiza una intervención didáctica pertinente; 3) se reconoce como profesional que mejora continuamente para apoyar a los alumnos en su aprendizaje; 4) asume las responsabilidades legales y éticas inherentes a su profesión para el bienestar de los alumnos; 5) participa en el funcionamiento eficaz de la escuela y fomenta su vínculo con la comunidad para asegurar que todos los alumnos concluyan con éxito su escolaridad (Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, La educación obligatoria en México: informe 2017, p. 117).
Si se pone atención al lenguaje, el SPD propone que los maestros —que se consideran trabajadores de la educación— alcancen atributos de profesionalismo: capacidades intelectuales y prácticas eficaces; ética profesional; compromiso con —amor a, diría Weber— su trabajo y resultados palpables de su labor: el aprendizaje de los alumnos.
A primera vista, es mucho pedir. Cierto, no es un modelo perfecto y quizá muchos maestros no se identifiquen con él, pero —pienso— vale más tener maestros educados y capaces. La alternativa sería la mediocridad. ¿Quién desea la mediocridad?