Fernando Gutiérrez Godínez /
Abordaré en dos entregas sendos problemas sobre la formación profesional de los maestros de México, tema omiso en la reforma legal educativa. Uno, de orden netamente pedagógico: la formación del maestro como sujeto del proceso educativo. El otro, la gestión de las escuelas formadoras de maestros, tópico apenas presente superficialmente en la reforma constitucional y en los foros recientes sobre el modelo educativo.
Esos foros, mandatados por un transitorio de la última reforma a la Ley General de Educación que establece que “las autoridades educativas deben proveer lo necesario para revisar el modelo educativo en su conjunto, los planes y programas, los materiales y métodos educativos” (Art. 12), podrían pasar como simples espacios post-legitimadores de las decisiones políticas en marcha, o podrían ayudar a esclarecer y plantear soluciones reales a ambos problemas al abordar el modelo educativo, pues definirían un nuevo y mejor enfoque formativo que considere el justo lugar del maestro en la educación, así como el adecuado accionar de las escuelas donde se forman.
Pero ha sido muy poco aleccionador el Documento Base del Foro Educación Normal, que en su introducción (concorde con el Plan Sectorial Educativo 2013-2018, línea de acción 1. 4. 8), señala que “la solución curricular se ha intentado muchas veces” y no basta, que lo que se pretende ahora es “recabar propuestas” para Formular un plan integral de diagnóstico, rediseño y fortalecimiento para el Sistema de Normales Públicas… Es decir, ya está decidido lo que se pretende: atender a la gestión de las escuelas formadoras (para un mejor control?). Después de asistir y presentar una ponencia (en 2 minutos) en el foro realizado en la ciudad de Guanajuato el 19 de marzo del año en curso, constaté que no existió apertura ni diálogo (nadie se escuchó ni fue escuchado realmente); además, veo que es materialmente imposible incorporar realmente la aportación de los participantes. Pero entremos en materia.
Centralidad del desempeño docente
Como sabemos, la reforma se centra en la evaluación de los maestros porque se la ve como el factor que elevará su desempeño y hará posible el mandato constitucional de una “educación de calidad”. Por tanto, da por supuesto que el ejercicio profesional del maestro determina la calidad de los aprendizajes de los niños y jóvenes, y por eso extraña aún más la omisión legislativa de su formación inicial sistemática. Se pretende obtener calidad del trabajo de los maestros sin asegurar su preparación conveniente, sólo evaluándolos. Es como querer sacar agua de un pozo donde no la hay, sólo lanzando y volviendo a lanzar la cubeta. No descalifico a los buenos maestros por experiencia, que sobre todo por su convicción moral honran su profesión. Pero es muy discutible técnicamente que un sistema de evaluación, por sí sólo, genere calidad en la enseñanza-aprendizaje; en cambio, es esencial formar a los maestros de la mejor manera posible, pues eso es la base de un desempeño cualitativamente adecuado a los perfiles, parámetros y estándares que se pretende.
¿Cómo escoger al maestro que queremos formar?
Para que una semilla crezca, siémbrese en terreno fértil. Se trata de la decisión sobre quién puede ser maestro de México. ¿Quién es digno para disponer de la mayor riqueza de nuestra nación, los niños y jóvenes?, ¿A quién y por qué podemos considerarle una persona indicada para llevar a cabo tan trascendente tarea?. ¿Cuáles son los requisitos de perfil personal que el estado y la sociedad mexicanos demandan para admitir a alguien en la preparación magisterial?, ¿Cómo queremos que sean formados los elegidos?
El punto de partida es una selección rigurosa, que excluya cualquier “recomendación o compadrazgo”, y evite lleguen a la carrera quienes no quieren exigirse en otra profesión o no tienen ya otra opción. Esta es una profesión de vida entregada a los demás, por lo que debe descubrirse este resorte íntimo en los pretendientes.
El perfil para poder ser formado como maestro, debe considerar un logro excelente en el nivel educativo requerido como previo, pero ante todo identificar las cualidades personales, psicológicas y éticas, las capacidades intelectuales y sociales, las disposiciones culturales y técnicas que son indispensables.
Más que seleccionar por exámenes estandarizados, hechos por administradores, debe privilegiarse la entrevista por los propios directivos y académicos de cada escuela formadora. Si no única, conviene que la entrevista reciba la ponderación más alta para decidir colegiadamente la aceptación, pues aporta más sobre los resortes íntimos de la personalidad del candidato o candidata, y en ella debe explicar convincentemente su pasión y compromiso moral con la educación. Sin éste no es posible aceptar a alguien a la carrera del magisterio.
Formarlos en la práctica, con la teoría necesaria
La enseñanza o docencia es una acción, y como tal debe ser abordada, comprendida y modificada por sus actores. Pedagogía y vida son convergentes: se trata de que los más jóvenes inicien y avancen en su maduración perfectiva, forjen una comprensión del mundo y alcancen un comportamiento acorde a la justicia y a las exigencias sociales. Como queremos que sea el futuro maestro, así hay que formarlo.
Es necesario que los programas para la formación profesional docente tengan equilibrio entre teoría y práctica, y ésta sea decisiva. No puede formarse un buen profesor a base de lecciones huecas o cátedras abstractas y lejanas de la realidad.
Su formación ha de ser sistemática y rigurosa, meticulosa en lo técnico y articulada, con lógica y método. Amplia y científica, es decir fundamentada en filosofía, antropología, psicología y pedagogía, para comprender al sujeto educativo y asumirse como tal, apreciando los constitutivos de la intersubjetividad y de las conformaciones socio-culturales. Una formación especializada, según los fines de la educación nacional y para atender a los niños con necesidades especiales de aprendizaje (por condición de vida, social, económica, psíquica, etc.); además, especializada curricularmente, conforme al nivel en que se está formando el docente.
El maestro en formación debe ser confrontado constantemente con la práctica educativa, con la realización de experiencias pedagógicas y didácticas, a las cuáles debe saber investigar y medir, apreciar y comprender, corregir y mejorar. Es como la formación de un artista, al que se induce para percibir la belleza y amarla, pero también se le invita a realizarla, a ejecutarla con maestría, poco a poco.
Tutoría para el maestro en formación
Es indispensable que el novel docente pueda recurrir a un profesor maduro pedagógicamente. Este tutor, con su experiencia y actitud constructiva habrá de observarlo y guiarlo en la difícil y compleja tarea de promover el aprendizaje de los demás, corregirlo en sus errores evidentes mostrándole que las fallas y caídas son una oportunidad pedagógica que también deberá saber aprovechar. Es un padre que sirve a los jóvenes maestros compartiendo generosamente la sabiduría pedagógica acumulada por la práctica milenaria de la humanidad de restituirse a sí misma. Actualmente se usa el recurso de la tutoría en las escuelas normales, pero no se conecta con la práctica y es más un aliciente económico y curricular para muchos viejos y amañados docentes de normalistas.
La tutoría asumida con profesionalismo es un recurso que utilizan los sistemas educativos avanzados, pues favorece la maduración personal y profesional, pedagógica y didáctica, social y nacionalista de los maestros. Sin ella y la práctica, los centros formadores derivan al manual y el discurso recurrente, mecanicista, en ambientes autoritarios anacrónicos, síndromes que replican hasta el cansancio con muy flacos resultados.
El alumno al centro
Esto es de perogrullo en cualquier discurso político y académico lo mismo que en programas educativos oficiales, pero hacer realidad este principio de la pedagogía es otra cosa. Se trata de reconocer al verdadero sujeto de la educación, al educando, con todo su potencial individual.
Para ello, nuestros procesos educativos en general tienen que superar el enfoque de control prescriptivo, la verticalidad y la ideología ocurrente como interpretación del mundo. Deben fundarse en la libertad y en las cualidades innatas de los educandos, en lo que los apasiona y mueve. La misión del sistema educativo y todos sus agentes es sólo convocarlos, y poniendo las condiciones apropiadas facilitar su desarrollo. Si el ser humano no es reconocido y convocado como sujeto a su proceso formativo, una consecuencia lógica es la exclusión; esto explica el efecto malévolo de la deserción, que conocemos muy bien en México, el cual no es responsabilidad del alumno ni de la familia, es de la escuela y del sistema.
Estamos ante un valor universal que las pedagogías clásicas desde la antigüedad han practicado y fundamentado; en la modernidad la psicología del desarrollo y las pedagogías activas lo exploran y recomiendan. Tiene aplicación en cualquier nivel, pero su exigencia es mayor para formar maestros, pues fundamenta la subjetividad de su vida profesional futura.
Conformación del profesor como sujeto
La verdadera rectoría de la educación corresponde a cada persona, y sólo por derivación se aplica a la autoridad de cualquier nivel. Sin aquella, como principio y fundamento, de nada sirve que se la atribuyan otros. El empoderamiento de cada individuo en los procesos educativos es la base para que estos se conviertan en algo mágico, convocantes, y redunden en su crecimiento auténtico. Sólo como sujeto activo podrá enfrentar y transformar las condiciones de la sociedad y de un entorno retadores y cambiantes.
El sujeto primario de la educación es siempre el alumno, ya que todo debe diseñarse en función de él, actuarse con su participación viva, evaluarse y corregirse también con su intervención: sólo así la educación resulta en un valor agregado. El maestro en el proceso formativo es también educando y por ello sujeto, pues diseña actividades, concita la imaginación y la libertad, actúa con técnica y flexibilidad, etc., todo con la intencionalidad del desarrollo de sus pupilos y mediante ello aprende y crece también él.
La conformación del maestro como sujeto significa que sea protagonista, agente que decide sobre el proceso de sus alumnos, a los que impulsa y alienta creativamente. Formarlos con esa lógica es empoderarlos para transformar la educación. Mientras en su preparación no sea superado el enfoque inductivo para adaptarse y simular con el fin de sacar el mayor provecho posible del sistema educativo, no desarrollaremos verdaderos maestros, capaces de introducirse e introducir a los niños y jóvenes en el misterio de la realidad, en los desafíos de elegir, de querer ser por sí mismos, de servir y entregarse a los demás.
*El autor es doctor en filosofía (U. de Navarra) y maestro en educación (U. La Salle); libros El trabajo, factor de humanización (1988), La conciencia, eclipse o despertar (1994) y artículos varios. Rector de UTNG y profesor en UDLAP, UPAEP, La Salle, UPN-113.