Estamos a punto presenciar la danza mayor de los políticos. En cuestión de días o semanas se abrirá la caja de Pandora. En esta ocasión se escuchará con más fuerza tan solo por el crecimiento de medios electrónicos. Los ciudadanos observaremos cautivos una obra de mentiras envueltas por falacias que parecen verdades.
Olvidémonos de principios, de verdades y pensamientos sinceros. La moral de los políticos no es la moral de los ciudadanos. Los ejemplos de Brexit y el triunfo de Trump, precisamente en los dos países de las dos últimas economías imperialistas de los dos últimos siglos, con sistemas educativos de vanguardia, con las mejores universidades del mundo, con enormes cantidades de dinero invertidas en todos los niveles educativos, muestran cómo los ciudadanos fueron cautivados por discursos segregacionistas, nacionalistas, globafóbicos y a partir de “verdades falsas” y propuestas superficiales.
Así como el buen uso de las tecnologías de la información y la comunicación ha aumentado increíblemente la interconexión en el mundo, también su mal uso ha propiciado dos fenómenos de igual fuerza, pero perversos: desinformación y superficialidad.
Vivimos en la era de la ignorancia que parece conocimiento (porque hay mucho) y la superficialidad que parece profundidad (porque llega a todas partes). El mal uso de la tecnología al mismo tiempo que puede catapultar la productividad también puede empoderar prematuramente a los niños y jóvenes, y engañar a los adultos con falacias llamadas posverdades.
Los niños y jóvenes se sienten empoderados porque poseen un teléfono inteligente que “les da todo el conocimiento del mundo” con una búsqueda de “google”, con una aplicación chida o con una comunicación viral. Ya no es necesario estudiar ni leer, porque todo está disponible con un clic. Como bien lo sugiere Nicholas Carr es el reino de la superficialidad. Así, el presidente de la nación más poderosa del mundo puede gobernar con un tweet. Y la gente lo cree.
El problema real y profundo es que los políticos que están en el negocio de “persuadir” a los ciudadanos sobre sus “verdades” a cualquier costo, no les queda de otra que subirse al tren de la ignorancia y la superficialidad.
¿Cómo rescatar al mundo y a México de este infortunio? Bueno, en el largo plazo todos podríamos decir “que con más y mejor educación”, “que con mejores maestros”, “que con más lectura”, “que con mejores libros y bibliotecas”, etc. Pero los políticos no ganan elecciones en el largo plazo sino en el corto plazo. Es lo que es.
El político verdadero y profundo no existe. Ser político significa ser superficial, sucumbir ante los encantos del rating, del populismo, del “tweet”. Sin embargo, el mundo y México desesperadamente necesitan nuevos líderes, que hablen con la verdad verdadera y con el ejemplo, y no con la fuerza de la publicidad ni de la mercadotecnia. Para regar sobre mojado, los políticos también son narcisistas. Tienen una enorme necesidad de ganar, de aparecer exitosos, de que el mundo les rinda homenaje, aplauso (aunque sea fingido), de adorarse en su propia imagen.
Por tanto, ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie para distinguir entre el océano de superficiales al líder verdadero? Aquí van algunas pistas: 1. El líder verdadero habla con el ejemplo (honestidad, frugalidad, sencillez). 2. El líder verdadero no está rodeado de un séquito de fotógrafos (para tomarle fotografías de todo tipo y escoger la del “Facebook” y no la del “pasaporte”); ni está rodeado de un número interminable de ayudantes, oportunistas, secretarios particulares, privados, técnicos, especiales y ad hoc. Nunca llega tarde a las reuniones ni mítines, ni llega precedido por una caravana de bufones que anuncian su llegada; ni se sienta en el centro de la mesa. 3. El líder verdadero no hace promesas, escucha, es empático, no carga bebés, ni saluda a viejitos. 4. El líder verdadero se rodea de gente que lo cuestiona, lo critica, lo limita. 5. El líder verdadero camina solo, anda en bicicleta (sin fotógrafos), no interrumpe reuniones, ni organiza mítines con acarreados. 6. El líder verdadero no es mesiánico, ni poseedor de la verdad universal; su autoridad nace de la cooperación, y su logro, del servicio y no de la ambición. 7. Finalmente, el líder verdadero está dispuesto a ceder el liderazgo para que otros lideren y nunca piensa que él/ella es el salvador/a de México. ¿Dónde vamos a encontrar a tal persona?
El autor es investigador visitante en la Universidad de Nueva York e integrante del consejo Editorial de Educación Futura.