Abelardo Carro Nava
Recuerdo una amena charla que sostuve hace varios años con un profesor, hoy jubilado, cuando coincidimos en el trámite de lentes en las oficinas del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) de cierta entidad de la República Mexicana; como era de esperarse, la fila de trabajadores que acudían a realizar dicho trámite era de proporciones considerables.
Después de un breve diálogo sobre la hora en la que tuvimos que salir de nuestra casa para llegar a la capital del estado, si nos habían dado “permiso” en las escuelas para ausentarnos unas horas y sobre las actividades cotidianas que implicaba la labor que realizábamos en nuestros centros escolares, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) salió a relucir pues, como sabemos, algunas de las gestiones que, por alguna extraña razón, las Delegaciones Sindicales han asumido como parte de sus actividades, pueden contribuir a este propósito, el de facilitar que ciertos trámites administrativos sean menos “engorrosos” para los trabajadores.
A pregunta directa de mi parte: Oiga profesor, ¿y no fue al SNTE? Él sonrío y expresó algo que me dejó atónito: “Imagínese, hace un par de años fui a las oficinas de la Sección Sindical para solicitarles el apoyo para la obtención de un préstamo y, el compañero que me atendió, me dijo que me anotaría en una lista solo que, si lo obtenía, tendría que cubrir una cuota de trescientos pesos por los gastos derivados de la gestión realizada; obviamente no acepté, porque si mi necesidad era la de obtener un recurso extraordinario para cubrir la necesidad que tenía en ese momento, por qué habría que darle trescientos pesos a este compañero; un par de días después acudí al ISSSTE y después de moverme aquí y allá, logré obtener dicho préstamo”.
Dicho esto, pasamos a otros tantos temas que, desde luego, hicieron que la espera no fuera eterna.
Ya rumbo a la escuela, reflexionaba sobre varias cuestiones, pero una en particular incrementó el deseo de seguirme preguntando: ¿para qué sirve el SNTE?
Obviamente que, cuando mis tiempos lo permitieron, consulté los estatutos conocidos de esta organización sindical y, en ninguno de sus artículos se señalaba que era una atribución, tanto del Comité Nacional como el de las Directivas Estatales, colocar a cierto trabajador de la educación en una lista para que pudiera ser acreedor a un préstamo y, mucho menos, que tuviera que dar una “cuota” por “gastos” de “representación y de gestión”. No se señalaba hace unos años en este documento y, en el actual, tampoco está escrito. Esta fue una práctica que, si bien es cierto que no en todos los Comités aplicaba, si se había institucionalizado como parte de un ejercicio denominado de “gestión sindical”.
Hoy día, como sabemos, el “negocio sindical” que representaba el otorgamiento de esos préstamos llegó a su fin, pues a través de un sorteo, el ISSSTE abrió la posibilidad para que el trabajador realice su trámite sin intermediarios.
No obstante, lo anterior, la pregunta sigue siento bastante pertinente en estos momentos; dadas las condiciones actuales en nuestro país, ¿para qué sirve el SNTE?
Con mucha seguridad, tal pregunta podría ser hasta cierto punto incómoda para cierto sector del magisterio, y se entiende. Por años se ha construido la idea de que, el trabajador, al tener esta representación sindical, podrá ser “defendido” ante cualquier abuso de alguna autoridad. De hecho, si leemos el estatuto del SNTE, en su Artículo 10, sobre su objeto social y fines, Fracción I, observaremos con claridad lo siguiente: Defender los derechos laborales, sociales, económicos y profesionales de sus miembros. Un acto que remite a un servicio, es decir que, como órgano constituido en un Congreso, tendría como finalidad la defensa y mejoramiento de los intereses que les son comunes a todos los trabajadores de la educación, pero, desafortunadamente, esto no ha ocurrido ni ocurre de esta forma; hecho que me lleva a formular otra sencilla pregunta, ¿cuáles han sido y son esos intereses? Derivado de lo que en los últimos años hemos visto, saltan a la luz varios eventos.
¿Cómo olvidar a La Maestra, ex líder vitalicia de esta organización sindical, y su vínculo con los gobiernos de Salinas de Gortari, Zedillo, Fox y Calderón?, ¿cómo olvidar a la misma Maestra y su paso por el Partido Revolucionario Institucional y en el prácticamente extinto Nueva Alianza?, ¿cómo olvidar a otro ex líder sindical de apellidos Díaz de la Torre y su vínculo con el gobierno de Peña Nieto?, ¿cómo olvidar aquella imagen de este mismo ex líder sindical levantándole la mano a Meade Kuribreña ex candidato del partido tricolor en las elecciones del 2018?, ¿cómo olvidar que el actual dirigente del SNTE apoyaba a este mismo ex candidato del PRI, pero cuando las urnas hablaron por sí solas para darle el triunfo al lopezobradorismo, se declaró aliado de la cuarta transformación a través de su ejercito intelectual? En fin, ¿cómo olvidar que la defensa irrestricta de los derechos laborales, sociales, económicos y profesionales del magisterio no ha sido la prioridad de lo que alguna vez fue conocido como el Sindicato más grande de América?, ¿acaso esta organización sindical, en su momento, movió un solo dedo para detener los ataques, vejaciones y humillaciones que se desprendieron de la implementación de la mal llamada reforma educativa caracterizada por una evaluación a todas luces punitiva? No, no lo hizo.
Hoy, los hechos hablan por sí solos; fiel a su costumbre, el SNTE a través de sus líderes, ha quedado sumido y maniatado a los designios del gobierno en turno. Claro, como se sabe, las negociaciones siempre dejan buenos dividendos, pero no para el grueso del magisterio, quienes siguen padeciendo los estragos de la aplicación de ciertas políticas que vulneran los derechos de estos trabajadores ante el autoritarismo y verticalidad de ciertas autoridades educativas. Por ejemplo, ¿realmente tendría que festejarse y anunciarse con bombo y platillo la “mejora” salarial obtenida en las negociaciones de este año? Vaya, no sé si algún integrante de este magisterio se haya preguntado, ¿por qué un trabajador afiliado al Instituto Mexicano del Seguro Social tiene un mejor salario que el que perciben los trabajadores de la educación?, ¿qué papel jugó la organización sindical del IMSS para que eso sucediera y por qué el SNTE no demandó y exigió un aumento salarial equiparable o mejor a éste? Si no fue escuchado, ¿por qué no hizo efectivo el derecho a huelga establecido en sus propios estatutos y en otros ordenamientos jurídicos? En fin, ¿por qué guardar silencio?
Esto último trajo a mi mente, una declaración que, recientemente, pronunció el secretario general de la Sección 30 del SNTE: “mi gran orgullo, mi sueño ya lo cumplí, soy el secretario general, por eso digo, quienes me critiquen o no me critiquen, si fui bueno o malo, yo ya logré ser secretario general de la Sección 30… pues algunos ni siquiera al comité seccional han entrado”. Declaración que pinta, tal cual, lo expresado en estas líneas.
Urge renovar, refundar o transformar esta organización sindical; un grupo de rufianes la tiene secuestrada.
Al tiempo.