Abelardo Carro Nava
Muchos nos hemos preguntado cuál es el destino final de los informes que cientos de docentes entregamos a nuestras autoridades educativas al finalizar el ciclo escolar. La respuesta, como seguramente habrá muchas y muy diversas, encuentran un punto de coincidencia: en los escritorios y archiveros de esas mismas autoridades educativas. Esto es así porque, generalmente, el contenido del informe ni se lee ni se toma en cuenta para diseñar alguna estrategia que, por un lado, permita analizar dicho contenido o, por el otro, llevar a cabo una serie de acciones que posibiliten atender la multiplicidad de situaciones que en su interior puede, el maestro o maestra frente a grupo, considerar para mejorar las condiciones de aprendizaje y del trabajo en el aula y en la escuela.
El informe del grupo atendido; el informe de la cooperativa; el informe de cada una de las comisiones que se tuvieron durante el ciclo escolar; o la rendición de cuentas del grupo son, entre otros, los documentos que, como he dicho, el docente tiene que elaborar y entregar al finalizar el ciclo porque, de lo contrario, su autoridad educativa inmediata superior, no le entrega la carta de liberación que le permite al profesor, acceder a su periodo de receso el cual inicia, dependiendo del calendario escolar, de las fechas en las que realizan la clausura de los trabajos, de las ceremonias de graduación que se hayan programado, de las demostraciones escolares que se hayan fijado; en fin, de todas aquellas actividades que pueden prolongarse unos días más de la fecha que estipula el calendario escolar para cerrar el ciclo, y que el colectivo acuerda, ya sea en sus consejos técnicos, o en reuniones extraordinarias programadas para ello.
Ahora bien, ¿sabe usted cuál es la estructura del informe que se les pide a los docentes? Para responder esta pregunta es indispensable tomar en cuenta que, si un informe tiene el propósito de comunicar INFORMACIÓN sobre “x” o “y” situación, hecho, dato, etcétera; precisamente esa “x” o “y” cobran singular importancia, porque de ello se desprende la estructura que pueda o no contener ese informe que, dicho sea de paso, los docentes en su mayoría, construyen por cuenta propia, más que por alguna sugerencia o recomendación que les haya dado el director, supervisor, etcétera.
Así, si tomamos como referencia el informe de grupo que líneas atrás he referido, un breve análisis que he hecho sobre estos documentos permite observar que, en dicha estructura, se hallan: a) una carátula u hoja de presentación que contiene los generales de la escuela, datos del grupo y del docente, el lugar, la fecha, entre otros; b) una introducción, en la que se brinda un panorama general de lo que trata el informe (a veces incluye alguna cita de algún autor que haya escrito sobre alguno de los tantos temas que se desprenden del ámbito educativo), así como también, cómo está estructurado dicho documento (lo que significa una descripción muy breve de cada uno de los apartados que lo conforman); c) contenido; es aquí donde hallé mayores variaciones y que pude agruparlas en: c1) lo pedagógico (orientaciones vinculadas con el desarrollo del grupo y, a veces, por cada uno de los alumnos; c2) lo técnico (relativos a la enseñanza y aprendizaje del grupo y, a veces, por cada uno de los alumnos; c3) lo administrativo (relacionados con la infraestructura y un diagnóstico grupal inicial y final del grupo puesto que muchas veces, ya no se asigna al docente el mismo grado y grupo); c4) lo social (en el que se abordan cuestiones relacionadas con el contexto, padres de familia y otros actores); d) conclusiones o resultados (apartado en el que se especifican brevemente los aspectos académicos, administrativos y sociales que se presentaron durante el ciclo escolar); e) y, finalmente, las referencias bibliográficas y los anexos, las primeras puede ser que se incluyan, esto dependiendo del manejo que se le da a la información expuesta en el contenido y, los segundos, si el docente consideró relevante incluir fotografías con pie de foto de las actividades desarrolladas durante el año escolar.
Como puede observarse, el informe no es una tarea sencilla de realizar porque, si bien es cierto que los profesores tienen en sus manos un instrumento que les ayuda para el cumplimiento de esta tarea como lo es el Diario de Profesor, también es cierto que, ante la indiferencia de las autoridades educativas y el poco valor que éstas le dan para la mejora del quehacer docente, dicho informe se ha convertido, en un mero trámite burocrático que los maestros tienen que entregar para que sean liberados.
¿Qué sentido tiene entonces elaborar un informe que nadie lee salvo el que lo construye?, ¿qué sentido tiene construir un informe del que no se generan una serie de propuestas que permitan mejorar los aprendizajes, las enseñanzas y las actividades escolares?, ¿qué sentido y utilidad tiene entonces ese informe? Desde mi perspectiva, los informes escolares son de gran valía en, sobre y para la toma de decisiones del colectivo docente, directivo y de las autoridades educativas que, de vez en cuando, se integran a éste. Por supuesto que, en su contenido, se hallan tremendas propuestas educativas (y para los investigadores: extraordinarios objetos de estudio) que pueden incidir en la mejora educativa, tanto de alumnos, como de los docentes y, consecuentemente, de las escuelas.
Desafortunadamente en México se le ha restado valor (si es que lo tiene) al trabajo administrativo que año con año los docentes realizan al finalizar los ciclos escolares. Y es que no conozco autoridad educativa ni directiva (ojalá pudieran compartirme una experiencia diferente a la que planteo), que se haya preocupado y ocupado por este asunto cuando, por su propia naturaleza, los datos contenidos son, repito, de gran valía para la toma de decisiones en los centros escolares.
Tal vez el problema no se halle en la elaboración de esos informes por parte de los profesores, sino en que nadie (o muy pocos) hayan propuesto una metodología para procesar esos datos y la información contenida en los mismos, pero también, en el hecho de que nadie (o muy pocos) hayan propuesto una estrategia que les permita compartir las valiosas aportaciones que en esos informes se encuentran.
Vaya en este sentido, son escasos (o muy escasos) los trabajos de investigación que investigadores han realizado al respecto. Tal vez, pienso, porque pueden llegar a pensar que de ello poco puede obtenerse para generar conocimiento cuando en realidad, ahí se halla un conocimiento valioso que puede colaborar en la mejora de una de las tantas actividades que trae consigo ejercer la docencia.
Finalmente resta decir, que en estos días en los que los candidatos exponen sus “propuestas” ante los congresistas para que, a partir de éstas se defina su integración a la Junta Directiva o el Consejo Técnico del organismo que sustituirá al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), no estaría mal decirles: que no basta con aventarse una propuesta que, con seguridad recibirá aplausos del respetable, como la de una menor carga administrativa para los maestros puesto que, en los hechos, sí se requiere una menor carga de esta naturaleza; eso cualquiera lo puede decir, sin embargo lo importante aquí es definir cómo se lograría.
Al tiempo.