Desde luego que sí, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), ha causado revuelo y polémica, no sólo en las redes sociales y en los diversos espacios públicos que conocen sobre el tema, sino también – y de manera concreta –, en los distintos niveles educativos que conforman el ya de por sí complejo Sistema Educativo Mexicano (SEM). Y esto es así, por las inconsistencias e irregularidades que hasta la fecha, se vienen suscitando en el propio instituto y en varias entidades de mi querida República Mexicana.
El caso más reciente, que conocimos quienes nos encontramos inmersos en el medio educativo, fue el del personal que realiza funciones de Asesoría Técnica-Pedagógica (ATP), por la evaluación a la que fueron sometidos y que, para acabar pronto, fue invalidada por la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente (CNSPD), de manera conjunta, con el INEE. Que si hubo certeza en la decisión de invalidar los instrumentos de evaluación; que si el INEE en esta ocasión hizo valer su autoridad y autonomía; que si fue mejor que se invalidara la evaluación antes de dar a conocer un “fatídico” resultado; que si esto, que si lo otro, que si aquello.
Insisto, varias versiones y/o posicionamientos se escucharon al respecto. Sin embargo, hubo – y sigue habiendo – una voz que, por más que se diga lo contrario, no está siendo comprendida y, mucho menos, escuchada. Me refiero precisamente a la voz de los ATP, quienes aún padecen las consecuencias de una decisión que afecta – aunque no quiera verse de esta manera – su ejercicio profesional. Y es que mire usted, desde que apareció el INEE en este sexenio – cabe mencionar que ya existía, tal vez no con la figura que hoy se piensa ostenta –, las leyes que se crearon para tal efecto, se elaboraron con la intención de “mejorar” la calidad de los servicios que los profesionales de la educación prestan en el SEM. Para ello, se apostó por una evaluación que, con base en una serie de indicadores y parámetros, mejoraría la labor de esos profesionales que refiero. Sin embargo, los hechos son otros. Basta con escuchar las voces de cientos de maestros y maestras que continuamente manifiestan su inconformidad porque el proceso de evaluación al que fueron sometidos, no fue tal y como se esperaba.
Que si no valora el desempeño del docente frente a un grupo de alumnos; que si las preguntas planteadas en un examen no tenían relación con lo que a diario acontece en un salón de clases; que si hubo fallas en el sistema y, por obvias razones, tuvo que reprogramarse; en fin, varias circunstancias son las que han propiciado que el INEE en nuestros días, no goce de la credibilidad ni legitimidad que, un organismo “autónomo”, debe poseer. Vaya, no vayamos tan lejos, aún tengo en la memoria, las declaraciones que hace unos días emitió su Presidente Consejero, Eduardo Backhoff, en cuanto al apoyo que debería dársele a lo que han llamado “reforma educativa”. O bien, las ideas que en su momento, Gilberto Guevara Niebla, ha difundido para sostener que la reforma educativa y la evaluación educativa propuesta por este sexenio, han sido de los mayores logros de este gobierno. ¿Estos hechos son una muestra de autonomía?
No, no se trata de descalificar de buenas a primeras lo que es evidente. Quienes tenemos la posibilidad y fortuna de aprender a diario de cientos de docentes de educación básica – por ejemplo –, conocemos la serie de infortunios por los que están atravesando y las angustias que les genera, no sólo la evaluación a la que son sometidos, sino la incertidumbre que les produce el recibir un resultado de un organismo que, hoy por hoy, insisto, no goza de la credibilidad ni legitimidad que se requiere.
No, tampoco se trata de que no se reconozcan las disculpas que pueden desprenderse de un acto de tal naturaleza. Ahí tenemos la aplicación del examen “fallido” en la Ciudad de México y del que la misma Comipems reconoció públicamente, los errores en la calificación respectiva y, por ende, en la asignación de un resultado a jóvenes aspirantes a cursar el bachillerato. Reconocerlo, es bueno, pero lo es aún más, el que una vez reconocido este error, se tomen las medidas más pertinentes para que los “afectados”, por circunstancias ajenas a ellos, quedaran satisfechos.
¿Por qué la mejor decisión que tomó la SEP y el INEE fue la de programar una nueva evaluación a los ATP cuando ellos mismos reconocieron el “error” cometido?, ¿por qué no hubo la asignación de plazas una vez que los ATP pasaron por los procesos de evaluación al que fueron sometidos? En política, bien de dice que la forma es fondo, y, en este caso, la forma no fue la adecuada porque el fondo es escabroso.
Hasta donde mis conocimientos llegan, ningún funcionario de la SEP o integrante del INEE, salió en conferencia de prensa a contestar las preguntas que, imagino, muchos reporteros tendrían al respecto. ¿Acaso el tema no es de tal relevancia para ellos? Reza el dicho: cuentas claras, amistades largas. Y, desde mi perspectiva, ni hubo cuentas claras y, supongo, no habrá amistades largas.
Sí, ya sé. Con seguridad se me cuestionará o argumentará que fue mejor no validar la evaluación porque a partir de esa decisión el INEE dio muestra de su autonomía pero, ¿esa respuesta deja satisfechos a quienes fueron evaluados?, ¿por qué no los escuchamos?
Ciertamente, y en este rubro coincido con algún comentario que leí recientemente, no se trata de descalificar el actuar de las instituciones y de los que representan a estas instituciones, como el INEE, por ejemplo. Si analizamos los hechos, el propio instituto y sus consejeros, se han descalificado y desacreditado por sí mismos. La autonomía, su autonomía, así como la plantean, sigue siendo un eufemismo porque no aterriza en la realidad que viven los maestros. Así de fácil, así de complejo.