El día 18, como cada miércoles, en la primera edición deImagen Informativa, que conduce Pascal Beltrán del Río, participé en mi sección, “Contiendas por la educación”. Comenté el programa de mediano plazo del Sistema Nacional de Evaluación Educativa. El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación lo dio a conocer el día anterior.
No recuerdo las palabras que utilicé, pero sí que dije que ese programa es centralista, como toda la Reforma Educativa. También hablé de que se les pondrá atención a las escuelas multigrado. Éstas conforman casi 48 por ciento de los planteles, aunque, debido a su tamaño, concentran poco menos de 20 por ciento de la matrícula. Me pareció una buena noticia ya que la mayoría está en el abandono.
Quizá dije algo incorrecto sobre el papel del INEE, pues de manera amistosa Sylvia Schmelkes, consejera de su Junta de Gobierno, me llamó por teléfono y, con el mismo tono cordial, Paco Miranda, titular de la Unidad de Normatividad y Política Educativa del mismo instituto, me escribió un mensaje. En pocas palabras, me dijeron que exageraba, que el programa no es centralista.
Tal vez puse mucho énfasis al usar la noción de centralismo, pero en lo fundamental mi apreciación —pienso— es correcta. Además, no recuerdo haber hecho juicios de valor, cosa que sí voy a efectuar ahora. No veo mal el centralismo. Lo que algunos llaman federalismo educativo —la descentralización administrativa de 1992— no fue federalista. En múltiples piezas he argumentado que el federalismo mexicano es ficción, parece que el artículo 40 de la Constitución es una broma de mal gusto; México no es una república federal ni representativa. Pero nos negamos a reconocer que tenemos vocación histórica al centralismo… en todo.
La descentralización de 1992 condujo a un desbarajuste gigante; las secciones del SNTE colonizaron más la administración de los sistemas escolares de los estados. Crecieron las nóminas, los beneficios para los dirigentes locales y el número de aviadores. La corrupción —que ya existía desde la fundación del sindicato— llegó a extremos nunca vistos. El gobierno se ha anotado éxitos al recentralizar el pago a los maestros federalizados y al auditar la nómina. Hoy, las denuncias de la Auditoría Superior de la Federación no son sólo para notas de prensa, ha interpuesto demandas penales contra funcionarios. Por eso insisto en que debemos discutir con seriedad las ventajas que puede ocasionar un sistema unitario en lugar de presumir un federalismo inexistente.
Sin embargo, Sylvia Schmelkes y Paco Miranda tienen razón: a lo mejor exageré. El INEE, con todo y las admoniciones que les hacen colegas, señala Paco en su carta: “busca, a pesar de las restricciones normativas y política que tenemos, impulsar una propuesta basada en un esquema cooperativo y concurrente entre las autoridades educativas, federal y locales, y el INEE”. El consejero presidente,Eduardo Backhoff, declaró “en conjunto las entidades han presentado 130 proyectos, todos alineados entre sí y con compromisos y objetivos comunes” (La Jornada, 18 de octubre).
Concedo crédito a Paco cuando señala que los 130 programas “fueron construidos a iniciativa y con un amplio margen de maniobra por los propios equipos técnicos de los estados”. Pero el impulso provino del gobierno federal, no de las entidades. El centralismo que observo está en ese esquema cooperativo y concurrente y la alineación de 130 proyectos para cumplir objetivos comunes.
Pudiera insistir en otras palabras de Eduardo Backhoff sobre asesoría del INEE que en conjunto ofrecen una visión de convergencia, no de pluralidad. Un centralismo soft, si se quiere, pero sin él no habría plan de mediano plazo y más de la mitad de los estados no tendrían un solo proyecto ¡No lo veo mal!