Aún tengo en mi memoria, el trabajo que el Profesor Refugio realizaba hace un par de años en alguna de las escuelas que se encuentran ubicadas en la Sierra Negra del Estado de Puebla. “Su escuela”, como él le decía, era multigrado. Solo tres pequeñas aulas conformaban esa institución educativa, cuyas carencias en infraestructura y mobiliario, estaban a la vista de todos. Sin embargo, y pese a las adversidades, jamás le escuché expresar un pretexto o justificación para no realizar las actividades que se desprendían de su profesión. Siempre, lo recuerdo muy bien, el buen ánimo y el deseo de que sus alumnos aprendieran lo llevaban a poner en marcha, un conjunto de acciones para favorecer los aprendizajes de sus alumnos.
Atendía a niños de 4º, 5º y 6º grado y, como seguramente usted imaginará, éstos provenían de las pequeñas casas que se encontraban alrededor de la comunidad. La lengua de los pequeños, el náhuatl, no era ni representaba una limitante que pudiera dificultar el trabajo docente. Por el contrario, el profesor conocía muy bien esa zona. Varios años de servicio podían observarse en su rostro y en sus palabras. De hecho, así lo afirmaba, las tradiciones y costumbres y la propia lengua que hablaban los lugareños, le permitía conocer el contexto y la manera en que podría abordar los contenidos que los libros de texto le marcaban como parte de su programa.
El día lo comenzaba como cualquier docente, llegaba temprano para hacer el aseo del aula, además de colocar el papel sanitario en las letrinas y ver que éstas estuvieran limpias. Irrisoriamente, los baños para los niños y los maestros, no estaban ni siquiera comenzados, y eso que tenía poco más de tres años de que la Secretaría de Educación Pública (SEP) de su entidad, había autorizado su construcción, pero bueno, con una sonrisa en el rostro, siempre daba un argumento para no hacer sentir ese pesar que, muy probablemente, llevaba por dentro.
Después de pasar un poco la escoba por aquí y por allá, se disponía a colocar las butacas para que sus alumnos tomaran asiento, así como también, los materiales que trabajaría ese día con ellos. En un par de filas ubicaba a los de 4º, en otras dos a los de 5º, y en dos más, a los de 6º. Era de llamar la atención la forma en que trabajaba con sus pequeños: iniciaba con la bienvenida y el saludo para todos los niños, les cuestionaba sobre las actividades que habían realizado el día anterior en casa, así como las que correspondían a la tarea que les había encomendado; sus estudiantes contestaban, siempre participativos y entusiastas. Tal parece que la magia en ese instante emanaba.
Luego, con los materiales que previamente había colocado, abordaba el contenido que le tocaba conforme a la asignatura que él había considerado trabajar ese día. Primero, se dirigía a sus alumnos de 4º año, preguntaba sobre el tema, generaba las respuestas y conducía las actividades que deberían realizar los pequeños, siempre con consignas claras y aclarando las dudas que surgieran en ese momento. Posteriormente, realizaba lo mismo con los de 5º y pasaba con los de 6º, para regresar nuevamente con los de 4º, cuyo trabajo era verdaderamente bueno. De esa misma forma evaluaba los productos y, de esa misma manera, generaba sus evidencias de aprendizaje.
Era, repito, de llamar la atención la forma en que conducía el trabajo de sus alumnos; digo, quienes hemos laborado en escuelas primarias de organización completa, sabrán a lo que me refiero.
No había duda, tal parece que el profesor Refugio, o el “Profe” como a él le gustaba que le llamaran, había sido capacitado para realizar tan noble labor con esmero y conocimiento.
La hora de receso llegó y, al compartir unas deliciosas “chalupas” que él mismo había preparado por la mañana, la pregunta no esperó ni un solo momento: Profe, ¿pues cómo le hace usted para organizar el trabajo con sus pequeños? La respuesta fue contundente: “Mira, desde que egresé de la normal del estado, pocos han sido los cursos que la SEP nos ha dado; generalmente, me informo por cuenta propia lo que se viene trabajando en las primarias, entró a internet, leo sobre algunas estrategias y las pongo en práctica en el aula; aquí pocas veces se para un supervisor o un asesor; como te diste cuenta, el viaje para llegar a esta escuela lleva su tiempo y, con seguridad, por esta razón, no nos visitan muy seguido. Algunas veces, nos mandan a llamar a la “Subcorde” que se encuentra en la cabecera municipal, nos informan de los cambios y las políticas que se implementarán en lo sucesivo, pero nada más; lo demás, lo vamos haciendo nosotros… las políticas educativas, muchas veces no tocan nuestras puertas y, si las tocan, son para exigir una rendición de cuentas que no tiene sentido… nos piden evidencias, nos piden productos, nos exigen nuestras planeaciones, pero no nos retroalimentan… hay compañeros que van a ser evaluados y yo me pregunto: qué van a evaluarme si mis condiciones no son las mismas que las de otros compañeros que se encuentran en la zona; tú ya viste, el compañero que está conmigo, además de estar frente a grupo también tiene a cargo la dirección de la escuela y, cuando se ausenta porque tiene que llevar papeles a la “Subcorde”, me hago cargo de su grupo, qué me van a evaluar entonces, mi grupo o lo que realizó con el otro grupo…”.
Palabras más, palabras menos, éste es un breve relato que tengo registrado de alguna de las investigaciones que, varios colegas, hemos realizado en la Sierra Negra de Puebla. Muy probablemente, se parezca a otros tantos relatos que en este y otros momentos, puedan estar registrados en las grabadoras y libretas de otros tantos maestros, y que hoy, justo cuando el debate se ha tornado intenso por la declaración que hace unos días emitió quien, a partir del 1º de diciembre ocupará la Presidencia de la República en cuanto a la desaparición del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), encuentra sentido. Y encuentra sentido porque como hemos visto, el diálogo que ha surgido entre “detractores y defensores” de tal idea, se ha ocupado en demasía, en la permanencia o no de un Instituto que, desde mi perspectiva, ha fracasado en su intento por influir en la toma de decisiones que los políticos han tomado hasta el momento, olvidándose por completo de quien hoy por hoy, tiene el mayor peso dentro del Sistema Educativo Mexicano (SEM): el maestro.
¿Cuándo se ha escuchado la voz de los maestros y maestras de México en medio de ciertos conflictos educativos como del que ahora somos testigos? Si mi mente no me falla, la respuesta es inequívoca: nunca. No hay espacio para ellos. Sí, no hay espacio para esos maestros cuya voz se muere en la garganta porque hay quienes piensan que el maestro no está facultado para ello. Su función es otra y, prácticamente, los consideramos ignorantes del proceso educativo.
Hace unos meses, Gil Antón reflexionaba en alguno de los Foros que el IISUE (de la UNAM) organizó con la idea de hacer un balance sobre el sexenio peñista en materia educativa, y afirmaba, que el maestro es considerado como un infante porque su papel en el SEM se reduce a ver, oír y callar; y no se equivocaba.
Lamentablemente, esa concepción tiene forma y sentido en este instante cuando, repito, el debate, se ha tornado intenso por la desaparición del INEE.
¿Hasta cuándo se le dará voz al maestro? Es una pregunta que me parece bastante pertinente plantear en estos momentos, porque es cierto, el docente en México, tal vez no tenga grandes investigaciones, tal vez no brinde conferencias magistrales en diversas partes de la República Mexicana, tal vez no tenga en su haber varios libros publicados; sin embargo, creo, se nos olvida, que cada día, en cada sesión, en cada clase, el docente ofrece una espléndida conferencia a sus alumnos, les muestra las producciones que ha venido realizando, les habla de sus descubrimientos a partir de los que la vida le va obsequiando, vaya, les genera un aprendizaje y un motivo más, pienso yo, por el cual deben seguir estudiando.
Sí, a todos se nos olvida que sin el INEE o con el INEE, la vida escolar es un “continuum” que va más allá de la permanencia o no de ese Instituto; caray, por qué no volteamos a ver lo que sucede en los diferentes espacios educativos en México: el aula, por ejemplo.
En suma, muchos, esperamos un ejercicio de autocrítica por parte de los actuales consejeros del INEE. Tal vez, pienso, por ahí podríamos empezar para hablar o no de su permanencia, y luego, considerar que si se hacen ciertos señalamientos hacia el trabajo que han realizado, no es porque ello signifique que no hayan hecho lo que pudieron o no haber realizado en todo este tiempo. Cierto es que han aportado, desde su visión y conocimiento, la información que pudo haber generado un cambio y mejora en la educación en México, pero como el “hubiera” no existe, las consecuencias de sus actos y decisiones, supongo, habrán de asumirlas en los próximos días cuando por fin, se aclare el panorama educativo en manos de un nuevo gobierno.
Personalmente, creo que los consejeros saben y conocen que no gozan de la simpatía de buena parte de los profesores; las acciones que los llevaron a generar esa antipatía, supongo, también la conocen. Algunos docentes, me incluyo, la llamamos “subordinación” a la autoridad en turno, aunque otros prefieran llamarla falta de autonomía.
En cualesquiera de los casos, considero que la autocrítica es viable, pero también, los argumentos que lleven a replantear o reconfigurar un instituto que nació alejado de los maestros o… ¿me equivoco?
Con negritas:
Si Guevara Niebla ha sido invitado a formar parte del equipo de transición en materia educativa del próximo gobierno, por qué su voz no se ha escuchado en los pasillos de la cuarta transformación de México. ¿Será que el significado de infante que he descrito líneas atrás lo ha envuelto?
Al tiempo.