David Manuel Arzola-Franco*
Con el desarrollo de los medios de comunicación masiva y de manera particular con el avance imparable de las Tecnologías de la Información y la Comunicación han aparecido también futurólogos que auguran el fin de la escuela. Se argumenta que gracias a la disposición de las herramientas digitales, y un acceso ilimitado a la información, la escuela terminará por entrar en una etapa de obsolescencia.
Tales posiciones pudieran tener cierto nivel de respaldo si observamos por un lado la emergente oferta de estudios en línea, que ha crecido y se ha diversificado de manera exponencial. Desde pequeños centros hasta universidades de prestigio ofrecen actualmente servicios de educación a distancia vía medios, con la ventaja de que los estudiantes pueden tomar clases desde cualquier lugar del mundo donde se tenga acceso a internet y con la flexibilidad que dan las opciones de asistencia asincrónica.
Por otro lado tenemos también el contexto de la pandemia que nos da quizás una oportunidad para atisbar un poco en ese futuro que se pregona. Es innegable que la educación en línea se ha potenciado convirtiéndose en un recurso valioso que permite continuar atendiendo a los estudiantes sin quebrantar las medidas de confinamiento.
Sin embargo el primer obstáculo sale a la luz de inmediato: las desigualdades sociales. En el caso de México es evidente la exclusión de los grupos vulnerados, que componen la mayoría de la población, niños y jóvenes que no disponen de los recursos y medios para acceder a la educación en línea y que obligaron a la SEP a implementar estrategias alternas: radio, televisión, materiales impresos.
Podemos agregar también los problemas de los docentes que deben enfrentar retos pedagógicos inéditos, familias que tienen que ajustarse a la dinámica del trabajo en casa, pasando por el diseño de contenidos y materiales educativos que se ajusten a la realidad emergente del país; por mencionar solo algunos de los retos más evidentes.
Pero a fin de cuentas la experiencia del trabajo desescolarizado, con todas sus limitaciones, está ahí y pudiera verse como el primer paso de la ruta hacia el abandono definitivo de las aulas. No obstante lo que se advierte en el ánimo social es todo lo contrario. Hay una necesidad apremiante por volver a la escuela, los jóvenes y niños, los padres y madres de familia, están a la expectativa esperando el momento para volver a la “normalidad”.
Porque sucede que la escuela es mucho más que los planes y programas de estudio, mucho más que los contenidos y los materiales educativos, mucho más que las aulas y mucho más que la información que nos pueda proporcionar.
La escuela es un espacio donde se manifiesta nuestra humanidad con todas sus contradicciones, es al mismo tiempo un espacio de encuentro y desencuentro, de opresión y liberación, de aprendizaje y desaprendizaje, de inclusión y segregación, de arraigo y desarraigo. Pero por encima de todo es un espacio de oportunidad para interactuar con el otro y por lo tanto un lugar donde surge el potencial para el diálogo, un lugar donde podemos encontrarnos y reconocer a través de los otros nuestra propia condición humana. Todo eso solo puede darse a través del contacto cara a cara.
En las comunidades pequeñas, con una economía agrícola de subsistencia, todos tienen la oportunidad de interactuar, de tratarse y conocerse, de afianzar los vínculos de solidaridad indispensables para sobrevivir. En contraste, la sociedad industrial, con sus grandes urbes nos ha vedado de los ambientes propicios para la humanización, cada vez estamos más aislados y nos identificamos menos con el otro, de manera abierta o soterrada el egoísmo gana terreno y se convierte en un valor. De ahí que la escuela sea de los pocos lugares en los que todavía podemos desarrollar esa parte de nosotros que nos ha permitido ser tan exitosos como especie: la socialización.
La necesidad que tenemos del contacto cara a cara forma parte de nuestro ser, es una necesidad apremiante que no puede ser colmada por los recursos digitales y las toneladas de información que están disponibles en internet. En la emergencia sanitaria descubrimos con asombro que necesitamos a la escuela más de lo imaginábamos.
La escuela es un producto histórico, no ha existido desde siempre y no hay razón para suponer que seguirá existiendo eternamente, o al menos mientras exista la humanidad. Pero es evidente que su fin no está tan cerca como algunos agoreros anuncian alegremente. Para esta sociedad y en este momento histórico la escuela sigue siendo un bien socialmente relevante.
*Profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia de los Servicios Educativos del Estado de Chihuahua