Miguel Ángel Rodríguez
La Encuesta Nacional Sobre Discriminación 2017 del INEGI ya está circulando y, como siempre, nos muestra el profundo racismo que limita los horizontes de vida de la población con piel más oscura y privilegia y premia a la piel más clara. Es una oportunidad para hablar sobre un tema casi tabú en la sociedad mexicana, pero mucho más en el estado de Puebla que según los recientes resultados la ubican como la entidad más racista de todo el país y, al, mismo tiempo, para pensar en perspectiva la emergencia de un Estado Racial en la fase neoliberal del capitalismo en México.
Por la mentada encuesta sabemos que el proverbial racismo poblano alcanzó, tanto globalmente como por género, el lugar de honor a nivel nacional. Y también sabemos que la discriminación por el color de la piel traza destinos y ofrece posibilidades de vida muy por debajo de lo que se considera una vida digna.
La encuesta de marras clasifica a los pueblos afrodescendientes e indígenas con “tonos más oscuros de piel”. Luego aparecen, en el segundo cajón, los “tonos intermedios” con las letras F y G y, finalmente, el tercer grupo integrado por las letras H, I, J y K que corresponde a las personas con “tonos más claros de piel”.
Los resultados son ilustrativos y podrían configurar en algunas entidades, notoriamente Puebla, como ya dije, una suerte de Estado racial. El desafío de resistir la negación del ser afrodescendiente e indígena que, por todos lados, impone la cultura predominante, se agrava en Puebla por los petulantes y ridículos supuestos orígenes nobles de los españoles que vinieron a poblar y residir en la colonial y escolástica Puebla de los Ángeles.
Una megalomanía de raza y sangre blanca que, lamentablemente, se puede observar muy viva todavía entre las élites económicas y la blanqueada clase política poblana. La historia religiosa de Puebla tiene mucho que decir al respecto, pues la memoria no puede pasar por alto que la clasificación de las jerarquías raciales, para el tomismo aristotélico cultivado por los jesuitas en el curriculum Carolingio, estaban grabadas por el dedo de dios.
Se difundía entonces la existencia de un orden natural inmutable y eterno que sólo podía ser trastornado al costo de desafiar la voluntad divina. Se trataba en los hechos de una sociedad cristiana de castas y estamentos, una idea que aún envenena el aire no solo de la élite económica europea y árabe de Puebla sino también de la maquillada clase política y un registro muy amplio de la meteca clase media poblana. Veamos.
La Encuesta Nacional Sobre Discriminación 2017 del INEGI revela que en Puebla el 28.4 por ciento de la población mayor de 18 años declaró haber sido discriminada por algún motivo o condición personal en el último año. La más alta tasa de discriminación del país.
La misma tendencia se registra para las mujeres mayores de 18 años que declararon haber sido discriminadas por algún motivo o condición personal, pues el 27.4 por ciento de ellas sufrió discriminación durante el último año. El primer lugar del país.
Y, finalmente, los hombres que dijeron haber sufrido discriminación por algún motivo o condición personal en el último año se ubican en el 29.6 por ciento. Adivinaron, de nuevo Puebla se lleva el deshonroso primer sitio.
Pero las cosas no están mejor a nivel nacional, pues la misma encuesta registra que cuando se desglosan los motivos de la discriminación el 51.3 por ciento de las mujeres y el 56.5 por ciento de los hombres se lo atribuyen a la apariencia, es decir, “tono de piel, estatura, forma de vestir o arreglo personal”.
Y frente a la pregunta de “¿cuánto se respetan en el país los derechos de…las personas indígenas entre los mayores de 18 años, el 65.5 por ciento de los encuestados respondió que “poco o nada”. Es decir, la percepción de que los indígenas viven en un estado de excepción que los abandona y expone a la muerte roza las dos terceras partes del total de los encuestados.
Sabemos, por ejemplo, que a nivel nacional el 44 por ciento de los trabajadores en servicios personales, actividades de apoyo y agropecuarios, los empleos más precarios, como los esclavistas mercados de trabajo de los inmigrantes indígenas, corresponden a las personas de la A a la E con colores de piel más oscura. Son seres humanos sin derechos ni libertades. Residen donde clava su diente corcovado e impune la miseria humana.
En cambio la población con los tonos claros de piel, de la letra H a la K , sólo el 28.4 por ciento se dedica a esas “degradantes” labores, frecuentemente insalubres y con pesadas jornadas de trabajo.
Por otra parte al revisar quiénes desempeñan, por tono de piel, los trabajos más relevantes como altos funcionarios, jefes, directores, profesionistas y técnicos resulta que las personas con los tonos de piel más oscura, de la A a la E, suman apenas un 14.8 por ciento. Mientras que la población correspondiente a las letras H,I J y K, que son la población de piel más clara (blanca), alcanzan un 27.6 por ciento.
David Theo Goldberg, profesor de Sudáfrica radicado en Calfornia, escribió en el 2002 El Estado Racial y en 2008 publicó La amenaza de la raza. Reflexiones sobre el Neoliberalismo Racial. Dos obras centrales para pensar la evolución del Estado contemporáneo.En el último de los trabajos se dedica a pensar en la larga tradición de racismo latinoamericano. Y entre los descubrimientos más significativos está el del tabú que se niega a hablar públicamente de las razas: ¿qué es lo que está oculto, sin descubrir, cuando pocos hablan de racismo en México?
Ese silencio es una estentórea muestra de la negación absoluta del ser a los seres humanos nacidos en una cultura no blanca y ese silencio, debemos saberlo, es parte de una estrategia de seguridad del Estado neoliberal racial que tiene un claro objetivo en la testa: “…una transformación regional de la heterogeneidad en el logo de una política etno-racial homogénea.”
Para el Estado racial, según Goldberg, la raza es consustancial a la idea de modernización globalizadora, desde la configuración y contenidos modernos del ser y el pertenecer hasta la complejidad del aparato estatal.
El neoliberalismo, pues, no combate la idea biológica de raza sino que, por el contrario: “Asegura un espacio para extender las intervenciones socio-raciales como “exclusiones” demográficas, menosprecios, formas de control, [y] “humillaciones”-que el Estado ya no puede llevar a cabo por sí mismo, precisamente porque el neoliberalismo “sirve” para proteger la esfera privada de la incursión estatal.”
En esa visión nos encontramos en el pasaje de una concepción del Estado natural-racial a una visión de historicismo racial del Estado, donde la característica de este último es el silenciamiento del discurso racista explícito. Y también por la desaparición institucional de las categorías raciales, pero en la realidad se despliega una política salvaje de “excepción temporal y espacial de la raza en la historia y en la geografía.”
Uno no puede dejar de pensar que la privatización de la seguridad social y, sobre todo, de la seguridad pública, que fragmentó el monopolio de la violencia legítima del Estado, han sido fuentes de los abusos más violentos contra los pueblos afrodescendientes y originarios de México.
El Estado racial al que se aproxima México, y Puebla a la vanguardia, con botas de siete leguas trasciende la biopolítica, pues tiene como como fundamento la necropolítica.