Carlos Ornelas
Aunque todavía no concluye y quizá será endémico, el covid19 derrumba un sistema escolar ya de por sí lastimado. La pandemia devastó la vida institucional, entorpeció lo que funcionaba más o menos y fastidió lo que andaba con muletas. El rezago educativo es uno de los males indisolubles del sistema, pero hoy alcanza cifras de tragedia.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía informó que 5.2 millones de personas entre 3 y 29 años de edad no se inscribieron en la escuela en el ciclo 2020-2021. Esto incluye el rezago histórico. Mexicanos Primero estima que más de 1.3 millones de estudiantes que estaban registrados ya no regresaron a las escuelas; para México Evalúa, la cifra es de alrededor de medio millón.
Y a nadie sorprende que la Secretaría de Educación Pública no ofrezca cifras, vamos, ni siquiera estimadas. Pero si abona a que el rezago crezca. Nada más de enero a mayo dejó de ejercer más de 715 millones de pesos presupuestados para la atención de niños con discapacidades. Esa falta de ejercicio afecta primero a los pobres. Las familias de clase media, aunque sufran, pueden paliar de alguna forma la falta de atención oficial.
Marion Lloyd, de la Universidad Nacional Autónoma de México, estima que el rezago puede ser de hasta cuatro años. Los riesgos que señala no son menores, implican verdaderos dramas: “Hablamos de millones de estudiantes que no estudiaron y que probablemente trabajan, son ninis o están en riesgo de entrar al mercado de las drogas. Desafortunadamente son las opciones para las personas más marginadas” (La Razón, 23/07/22).
El rezago en la adquisición de conocimientos puede ser mayor pues, aunque se hayan inscrito y aprovechado —los que pudieron— los cursos remotos y las ventajas del internet, no puede asegurarse que hayan asimilado lo que se esperaba. El déficit en la adquisición de capacidades es inconmensurable.
Lloyd apunta que “En algunos países han implementado estrategias para contactar a los alumnos que abandonaron la escuela y son los maestros, incluso los directores de escuela, quienes acuden directamente a las casas de esos estudiantes, hablan con las familias y, en algunos casos, ofrecen incentivos a los niños para que regresen a las aulas”.
Tal vez muchos maestros y directores de escuela lo hagan en México, pero sin el apoyo —y hasta la indiferencia— del gobierno federal; en algunos estados las autoridades locales hacen intentos, pero son insuficientes. La pandemia anonadó al funcionariado de la SEP, que está más preocupado por el destino político de la secretaría Gómez Álvarez y por echar a andar un nuevo marco curricular, cuando ni siquiera ha evaluado los efectos de la plaga.
Colegas investigadores, maestros y autoridades locales parece que —como en las tragedias griegas— hacen coro para sugerir (algunos implorar) al gobierno de la 4T que asigne más fondos a la educación, que se aplique a resolver problemas. Pero es hacerse ilusiones. ¿Para qué pedir más presupuesto si la SEP no va a ejercerlo?
Con esa política, el rezago no sólo aumenta, también engorda, diría Catón.
Retazos
Piso disparejo. Excélsior (25/07/22) informó que la SEP y la Profeco sancionaron al Liceo Franco Mexicano con 540 mil pesos por negligencia en el caso de un estudiante que se accidentó y se rompió ambas manos en sus instalaciones durante su clase de gimnasia. ¿Alguien mortificará a la SEP por no rehabilitar a las más de 45 mil escuelas que los vándalos desmantelaron y por no apoyar a los niños que se han lastimado? Lo dudo.
La amenaza y el chantaje. La CNTE de Chiapas se opone al horario extendido: “Las autoridades deberían revocar la ‘mal llamada’ reforma educativa y cubrir los adeudos con los maestros”, dice. Exige plazas y que el presidente la reciba a la brevedad.