Fidel Ibarra López
Parto de lo siguiente: lo relevante no es hacer un cambio, sino desde qué perspectiva se hace. En función de eso, se tienen un conjunto de resultados en tal o cual sentido al final de un proceso. Y en el caso del gobierno de López Obrador, se tienen dos preguntas en torno a este proceso de cambio que está desarrollando el presidente: una, ¿hacia dónde va el gobierno de López Obrador?; esto es, ¿hacia dónde está conduciendo el presidente, los destinos de este país? Y dos, ¿cuál es la gramática del cambio que está desarrollando el presidente?; esto es, ¿cuál es la dinámica propiamente del cambio que está implementando el presidente? Lo segundo va directamente vinculado con lo primero, por ello nos ocuparemos en analizarlo en este espacio. Pero lo haremos en un aspecto en concreto: en el tema de la Ciencia y la agenda científica.
Pero antes de iniciar, me detengo en lo siguiente: nótese que, en el párrafo anterior, un servidor centra la atención en dos aspectos: en primer lugar, denomino “cambio” y no “transformación” al proceso de gobierno que está desarrollando el presidente. Un “cambio” involucra –en términos generales- un “hacer distinto algo”, para obtener resultados diferentes. Lo segundo, conlleva un cambio estructural de fondo en todo el sistema para salir adelante, por ejemplo, de una determina condición (crisis económica, pobreza, marginación y desigualdad social, inseguridad, etc.). El presidente alude –reiteradamente en su discurso-, que estamos ante un proceso de transformación, pero esa condición implicaría –como se señala- “un cambio de fondo en todo el sistema”. Y la pregunta obligada es: ¿estamos ante esa condición en el gobierno del presidente López Obrador? Podríamos afirmar que sí, pero no en todo el sistema, solamente en la agenda contra la corrupción. No obstante, esa agenda no involucra a todo el sistema. Es una parte del árbol nada más. Lo cual no significa que no sea importante, es de suma relevante. Este país ha padecido de forma atroz a una clase política que ha entendido el poder, como una vía para hacer negocios. Hasta llegar a constituir a este país como una Sociedad Anónima de Capital Variable. Sin embargo, la agenda contra la corrupción –como señalamos- es una parte del sistema. En medio hay otras agendas de suma importantes, como la económica, la educativa, la industrial, la energética, la de salud o la científica, por poner un ejemplo. En estas agendas, ¿está ocurriendo también una transformación? No. En estas agendas, en el mejor de los casos, se está “administrando al día a día” lo que se está realizando.
En segundo lugar, centro la atención en el hecho de que el presidente está encabezando el proceso de transformación. Un hecho que el propio presidente ha reafirmado reiteradamente en sus discursos. Y aquí reside un obstáculo per se: la transformación de un sistema, de una sociedad, no puede ser obra de una sola persona. ¿Por qué? Porque una transformación a ese nivel, demanda la participación de la sociedad, no puede ser obra del pensamiento único de un solo hombre. El proceso demanda, en efecto, que la figura que encabeza el poder presidencial se involucre de fondo porque se requiere de la voluntad política del presidente; pero la transformación –como señalamos- demanda la participación de la sociedad en su conjunto. Y esa condición no se ha cumplido en el gobierno de la 4T: antes que sumar, el presidente se ha conflictuado con todo aquel que no comparte su concepción de la transformación del país. Y una transformación no se puede llevar bajo esas condiciones. Para que ello ocurra, como diría Gramsci, debe de haber condiciones objetivas.
Y aquí hago un alto para señalar lo siguiente: en el caso de México, las condiciones objetivas estaban dadas para que la izquierda arribara al poder. La derecha –en sus dos vertientes, priista y panista- había agotado el modelo bajo el cual se ejerció el poder en México. Y se necesitaba un cambio de gobierno. Los priistas y panistas denostan al gobierno de López Obrador; pero ellos son los responsables directos de que este último esté en el poder. Y de eso nada dicen en público. Ahora bien, las condiciones estaban dadas para que la izquierda arribara al poder. Pero, ¿había condiciones objetivas para realizar una transformación del sistema en México? Me parece que sí, el problema radicó en el método. El presidente centralizó el proceso. Y la “transformación” terminó siendo una obra de un solo hombre. Y agrego un elemento adicional: el proyecto de transformación debió concebirse como un proyecto histórico de la izquierda y, como tal, su materialización implicaría una tarea de varios periodos de gobierno. En ese sentido, al gobierno de Obrador le correspondía la tarea histórica de “sentar las bases” (solamente) de la transformación, no de desarrollar la obra entera en su conjunto. No lo entendió así, y ahora el proyecto de transformación se tiene que entender como un proyecto de gobierno solamente, en el marco de un periodo de gobierno sexenal.
Ahora bien, una comunidad que debió integrarse al proceso de transformación del presidente López Obrador, es la comunidad científica y académica de este país. Y aquí hago otro alto para indicar lo siguiente: la oposición compara reiteradamente a López Obrador con Hugo Chávez, pero el cerebro político del comandante venezolano era Fidel Castro. En todo caso, la comparación debía hacerse con este último, y no con el otrora mandatario venezolano. Y señalo lo anterior, no porque la comparación tenga pertinencia, sino porque si algo se le debe “copiar” a Fidel Castro –en el marco del proyecto de gobierno del presidente López Obrador- es la priorización que hizo de la Ciencia en su gobierno. Fidel Castro entendió –a tiempo-, que la isla no podía seguir sosteniéndose en el futuro con la producción de azúcar –sobre todo con la invención de productos sustitutos del azúcar-. Y le apostó por entero a la Ciencia, al conocimiento. Hoy, Cuba es una potencia en Biotecnología y en Medicina, como resultado de haber apostado al desarrollo del capital humano. Y ese es un logro -innegablemente- de Fidel Castro. Además, Fidel entendió muy bien que su gobierno debía tener el respaldo de la comunidad intelectual. Y de hecho, por varios años lo mantuvo. Un hecho que fue vital para legitimar a la revolución cubana a nivel internacional. Y, sobre todo, para enfrentar la otra batalla política que debe dar un gobierno que llega al poder a través de una revolución política y militar: la batalla de las ideas.
En contraparte, en la 4T, el que lleva adelante ambos procesos, el ejercicio del poder y la batalla de las ideas, es el propio López Obrador. Nadie más está respaldando al presidente en ese campo. Por tanto, el presidente es, al mismo tiempo, el constructor e ideólogo de la 4T. A su vez, la 4T se ha desvinculado de la clase intelectual de este país. Y de la comunidad científica ni hablar. A los primeros se les ha denostado –hasta arrinconarlos con la acusación de que servían al poder en el régimen neoliberal-; y a los segundos, se les finca un proceso judicial por un supuesto uso indebido de recursos públicos. ¿Hay evidencias que prueben las acusaciones en ambos casos? En el primero, las acusaciones caen en el terreno de la política; en el segundo, corresponde a la Fiscalía probar las acusaciones que está realizando contra los 31 científicos. Pero el punto no es ese, sino que la 4T no tiene el apoyo y respaldo de los que hacen la ciencia y la academia en este país. Y un proyecto de transformación requiere del apoyo de la comunidad científica y académica. Y no por un tema de legitimidad política, sino para integrar a la ciencia en la solución de los grandes problemas nacionales.
Bajo este marco, bien se puede afirmar que hay un divorcio de la 4T con la comunidad científica y académica de este país. Un divorcio que, en honor a la verdad, no inicia con el gobierno de López Obrador. El divorcio ya existía en los gobiernos anteriores. ¿Y cómo se manifestaba? En la escasa o nula integración de la Ciencia en la solución de los grandes problemas nacionales. En ese sentido, el objetivo de la 4T debía consistir, precisamente, en integrar a la comunidad científica en la solución de los grandes problemas nacionales. Y para ello, debía hacerse un alto y revisar de forma estratégica, qué se tiene que cambiar en el Conacyt para que le dé frutos al país en términos científicos. Tenemos varios problemas por atender, y la solución pasa por la Ciencia.
¡Que las cosas estaban mal en el Conacyt -como afirma el presidente-!Sí, por lo que se debe ajustar lo que se tiene que ajustar. ¡Que algunos académicos disfrutaban del presupuesto para beneficio propio! Sí, por lo que se deben eliminar esas prácticas para aprovechar de forma estratégica el poco prepuesto que se le destina a la Ciencia en nuestro país. ¿Qué se está haciendo en su lugar? Confrontar e intimidar a algunos miembros de la comunidad científica. Y ese no es el camino. En nada beneficia al país con integrar a la comunidad científica con la imagen de la corrupción de los políticos que han gobernado nuestro país.
Así pues, sirvan las presentes líneas para llamar a las partes a la calma. Y en lugar de confrontación, se le abra paso a la sensatez y se llegue a los acuerdos necesarios para que la comunidad científica de este país le siga aportando a la formación de los nuevos cuadros académicos en las distintas universidades y centros de investigación. Pero, sobre todo, y esto también debe señalarse con honestidad, que sus investigaciones le aporten al desarrollo del país.
Si persiste la confrontación, el escenario previsible es que haya una fuga de científicos. Y ese escenario, en ningún sentido beneficia a nuestro país.
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