Eduardo Gurría B.
A partir del año 2013 y con el acuerdo 15/10/17 que establece los lineamientos, se estableció el Consejo Técnico Escolar (CTE), cuyo principal objetivo se centra en la mejora de la calidad académica a través de varios ejes que actúan en torno a una ruta de mejora continua y que son: objetividad, sistematización y metodologías, concretamente dirigidas hacia una mejora en el aprendizaje en lectura, escritura y matemáticas, disminución de la deserción escolar y el establecimiento de una normatividad escolar, enfocados, todos estos aspectos, a la situación de cada escuela en particular.
Hasta aquí se percibe la intencionalidad de una autonomía de la gestión escolar, por lo tanto, deberán involucrarse desde el director (gestión directiva), hasta todo el personal docente que labora en la institución, desde preescolar, hasta el nivel medio básico (secundaria), y que habrán de trabajar en forma colegiada para establecer estrategias de pedagogía acordes a su propio contexto situacional, con el fin de abatir el rezago educativo.
Por lo mismo, las decisiones deberán ser planeadas y ejecutadas de manera consensuada entre los actores involucrados; cada uno, buscando potenciar los logros educativos mediante propuestas, registro y proyección de evidencias, trabajo colaborativo, diagnóstico, etc., y que deberían desembocar hacia la autonomía, la autogestión, la participación, la reflexión, la crítica y el acompañamiento, sin perder de vista la mejora académica arriba mencionada.
Se trata, por demás, de un proyecto que se ha venido implementando por cinco años, muy ambicioso y que, como tal, y por ser producto de la burocracia, se ha venido polarizando, relentizando y, como siempre, gastando, ya que resaltan la falta de contenidos y el nulo seguimiento por parte de la SEP, así, se ha transformado en, tan solo, una simulación: polarizando, en función de intereses político-sindicales, gastando, en función del extravío de objetivos y relentizando en función de la aplicación de “capítulos” repetidos.
Como consecuencia de ello, sus resultados, efectos y viabilidad han caído en el cuestionamiento sobre qué resultados ha arrojado a lo largo de los últimos años y en posturas contestatarias.
Por ello, es necesario considerar las demandas de quienes en realidad participan en los CTE en primer lugar, y de quiénes se ven afectados, ya sea directa o indirectamente con su ejecución.
Luis Zamora (Alfadiario, 2017) afirma que los CTE se han convertido en reuniones que a nada han conducido a la educación pública, al ser sesiones limitadas a una agenda impuesta, sin posibilidades de análisis en diferentes direcciones… ( ) y con nulas propuestas de innovación didáctica.
Por el lado de los tiempos para las sesiones del CTE, este se lleva a cabo durante los cinco primeros días al inicio del ciclo escolar y continúa en jornadas en el último viernes de cada mes, en horario de clase, por lo que los alumnos y los maestros pierden clase una vez al mes, reduciendo el tiempo de calidad, y, si la sesión del CTE se lleva a cabo en sábado, ¿se toma como día trabajado con la consecuente paga? Ello, de cualquier manera, significa un importante incremento en la ya de por sí apretada agenda laboral.
Se presenta un incremento de trabajo para el docente, ya que tiene que realizar formatos, presentar evidencias y producir guías, en actividades que no corresponden al trabajo en el aula y frente a grupo, además de la carga administrativa.
Otros afectados son los padres: tal vez la SEP no tomó en cuenta el hecho de que gran cantidad de padres trabajan y el CTE les complica la situación laboral, al no saber qué hacer con sus hijos esos días.
Sin embargo, fuera de posturas individuales y de opiniones encontradas, debemos centrarnos en los resultados y que estos sean tangibles, vistos desde la óptica de la realidad y no a partir de los informes oficiales de la SEP, y aquí es donde se hace evidente la falta de funcionalidad de los CTE.
Por un lado, tenemos el aspecto de la obligatoriedad, ello implica inconformidad, por otro, la agenda de trabajo carece de objetivos claros, por lo que el diálogo se dificulta o se exalta, tampoco se sabe si se está dentro de una efectiva ruta de mejora, con resultados a corto plazo, sobre todo si por parte de la SEP no existe una revisión cabal, positiva y un seguimiento acorde al CTE interno –,se sospecha, incluso, que las evidencias y el papeleo van a parar al archivo, redundantemente muerto- .
Por otra parte, prevalece la idea de que las acciones del CTE carecen de efectividad al interior de cada escuela y que son, tan solo, una pantalla en la que, para colmo, no se aprecian los contenidos curriculares, que en todo momento deberían ser revisados, analizados y actualizados de acuerdo a las exigencias de los tiempos, porque así, los estudiantes, evidentemente, no leen mejor, no escriben mejor, no aplican el razonamiento, no sintetizan y otros muchos no.
También, se han agregado en los últimos años temas como la generación de estrategias para la convivencia escolar, lo que sea que ello signifique, la elaboración de una “guía para padres”, por lo que habría que integrar al CTE un equipo de psicólogos, y se establece un rubro para promover la autoestima –otra vez los psicólogos-, pero ¿y la ruta de mejora hacia el aprendizaje, urgente, de la lectura, la escritura y las matemáticas…?
Esto nos lleva a recordar, mas no añorar, las inútiles Academias, en las que, simplemente, nada se hacía, además de tomar café y galletitas.
Sin embargo, hay escuelas -desafortunadamente una minoría-, que se han tomado muy en serio a los CTE, gracias a la autogestión propuesta en los lineamientos y, con base en ello, docentes y directivos, plantean y desarrollan estrategias con miras a la propia mejora interna que, efectivamente, han repercutido de forma positiva en las acciones de los propios docentes y que han podido aterrizar en los alumnos, mediante aplicaciones didácticas mas o menos eficientes.
Entre estas acciones destacan la solución parcial a la deserción, la elevación del nivel académico, mediante un incremento en la currícula y acciones tendientes a la inclusividad; escuelas que, a fin de cuentas, no necesitan que la SEP les diga qué hacer y cómo para accionar correctamente y en función de una mejora académica y didáctica constantes. Esa minoría está, sí, en la ruta de mejora.
REFERENCIAS
www.educaciónyculturaaz.com
insurgenciamagisterial.com