El Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (Crefal) abrió sus puertas en 1951 por acuerdo de la UNESCO y el gobierno mexicano. El objetivo era formar docentes y especialistas en el campo de la educación de adultos, así como elaborar material para apoyar la educación “de base”. La visión de Jaime Torres Bodet, entonces Director General de la UNESCO (1948-1952), era que la resolución de los problemas educativos tan lacerantes como el analfabetismo requerían de la cooperación multinacional.
Sin duda alguna, la visión de Torres Bodet era adelantada para su tiempo dado que vivíamos el periodo de la posguerra, del nacionalismo-revolucionario y estábamos por entrar al desarrollo estabilizador o “milagro mexicano”, que para algunos historiadores no lo fue tanto. ¿Cómo podía México ser un país desarrollado si una parte considerable de su población era analfabeta o no había tenido la oportunidad de concluir la educación básica y obligatoria? Según datos del INEGI, en 1970, 25 por ciento de la población mexicana mayor de 15 años era analfabeta. Este porcentaje se ha reducido sustancialmente desde entonces. En 2015, sólo 5.5 por ciento de la población total del país no sabía leer ni escribir. En términos absolutos, estamos hablando de un poco menos de cinco millones de personas.
Que México, ubicándose entre la quince economías más potentes del mundo, aún registre este número de personas analfabetas es una vergüenza nacional. Si a esto le sumamos el número de personas mayores de 15 años que no han terminado la educación básica, estamos hablando de alrededor de 30 millones de personas que enfrentan el rezago educativo. Los mexicanos tenemos una deuda social que hemos ido aplazando y lamentablemente, no ha habido una Reforma Educativa que busque resolver esta privación de libertades.
Dentro de este escenario, se ubica el Crefal, que ha iniciado una serie de vigorosos cambios liderados por Sergio Cárdenas, un destacado investigador educativo y una persona nada propensa al protagonismo y a la vulgar ambición. Los retos y oportunidades que tiene enfrente el Crefal para posicionarse como un referente en el campo de la educación de jóvenes y adultos (EPJA) son múltiples y variados. Enumero tres.
En primer lugar, creo que sería muy relevante que Crefal definiera más claramente su misión en virtud de que la educación de adultos, como campo de estudio, ha cambiado radicalmente desde los tiempos de Torres Bodet. Ahora quienes más alimentan el rezago educativo son los jóvenes de 12 a 14 años, hay un número alarmante de ninis, personas en situaciones de vida que no pueden involucrarse en un proceso de aprendizaje tradicional y una población adulta que desea reescolarizarse. ¿Cómo responder a estas demandas del conocimiento y de la diversidad? Seguramente, el flamante equipo de jóvenes que empieza a dar vida académica al Crefal ya está explorando soluciones viables y duraderas.
Segundo, al conocer la historia de generosidad con que se constituyó el Crefal y el conocimiento acumulado por tantos investigadores que han pasado por ahí, creo que no podría perder de vista su compromiso por la igualdad y la justicia educativa. En México, hace falta un centro de investigación, think tank u organización que abogue por estas causas pero desde una perspectiva intelectual renovada y no pobrista o monofocal. Así como el tema de la transparencia y rendición de cuentas ya tiene “incómodas” voces de la sociedad civil que las defienden, la igualdad y la justicia educativa también demandan una defensa (advocacy) articulada e inteligente que esté basada en el estudio riguroso, la pluralidad y el diálogo multinacional.
Un tercer reto – combinado con oportunidad – será atraer a personas que deseen formarse dentro del bello ambiente que les ofrece Pátzcuaro, en Michoacán. La oferta académica del Centro mantiene programas de posgrado a distancia, pero está a discusión la puesta en marcha de una maestría en Análisis de Políticas Educativas (MAPE), que sería presencial y algo más valioso: al ser una centro autónomo y con recursos propios, la oferta de posgrado del Crefal puede no estar sujeta a los encuadres de evaluación como el PNPC (Programa Nacional de Posgrados de Calidad de Conacyt).
El Crefal puede entonces, ser “innovador”, como diría Alma Maldonado, en su oferta dado que no tiene que ponerse grilletes evaluativos restrictivos o únicos. En mi opinión, al no entrar al juego del PNPC, se recupera la idea original del centro de dedicarse a promover la “educación fundamental”, es decir, aquella que es entendida como “una educación integral, más que como un mínimo de conocimientos necesarios”. Enhorabuena los cambios en el Crefal.