Es 1492, los cardenales electores están confinados. Rodrigo Borgia busca ocupar la Silla de San Pedro. No tiene los votos suficientes. De acuerdo con su hijo, César, rompe el sigilo obligado. A través de palomas mensajeras, imparte instrucciones: comprar votos a cambio de prebendas o silencios y amenazas. Los interfectos se enteran de las proposiciones: oro u olvido. En la siguiente ronda, aún no alcanza los votos suficientes. Más mensajes, actividad febril fuera del recinto. Hasta que el Cardenal Borgia es elegido. Humo blanco: habemus papam. Así inicia la serie Los Borgia y, salvando todas las distancias, enormes en ciertos aspectos y no tanto en otros, pienso en el actual proceso de sucesión en la UNAM.
Agosto 28 de 2015. Treinta y dos académicos de la Universidad Nacional hacen pública, en La Jornada, una carta que entregaron el día anterior a la Junta de Gobierno. No he sido testigo, antes, de un impacto tal en la reflexión crítica y debate sobre un proceso que, desde 1945, ha tenido como características esenciales la opacidad y el secreto: luego de auscultar, sin más explicación, los Notables anuncian, Campus et Orbi, quién fue designado.
¿Qué solicitaban los colegas? Que sin modificar la reglamentación que a sí misma se da la Junta de Gobierno, ésta organizara la presentación pública de los programas de los candidatos en la radio y televisión universitaria (información); que las comparecencias de los aspirantes ante la Junta —para exponer sus propuestas y ser cuestionados en torno a la situación de la UNAM y su futuro— fuesen públicas (transparencia), y que argumentaran su decisión, ya sea mediante un informe sustantivo de sus deliberaciones, las minutas respectivas o transmitiendo sus procesos de diálogo en vivo (rendición de cuentas).
Bien visto, las propuestas se orientaban a que la UNAM se pusiera al día: alcanzara al país. No sin dificultades y límites, se han enraizado entre nosotros los valores de la información, la claridad en los procederes y la argumentación fundada en aspectos de interés público. Hemos visto, por ejemplo, en un canal de televisión público, a la Corte discutir y decidir si es acorde a la Constitución que las parejas del mismo sexo tengan derecho a la adopción. Cada ministro fundamentó su voto, varios a favor y uno en contra.
La misiva a la que refiero fue considerada, por muchos, un atrevimiento o un acto estéril de unos cuantos ilusos sin alcurnia. No ha sido así: pronto alcanzó un poco más de 13 mil manifestaciones de acuerdo en las redes sociales. La Junta, al convocar, previó la presentación abierta de los programas en los medios electrónicos de la Universidad. Surgieron iniciativas de debates; los medios de comunicación asumieron como un proceso de interés público, nacional, la renovación de la Rectoría de la universidad que tiene en su nombre ese mismo término: nacional.
Muchos de los firmantes consideran insuficiente lo logrado. Llevan razón, pero a mi juicio no es tan importante que se cumplan todas las peticiones, como el hecho que se movió fuerte un terreno apacible y considerado “natural e inmutable”. La cuestión que abrieron es si la UNAM continuará privilegiando el paternalismo, dada la noción de una comunidad menor de edad a la que hay que tutelar, o se unirá a las mejores causas de un país que ubican en el signo de “el tapado” los resabios más claros de un tiempo ojalá ido. ¿Cónclave confidencial selectivo —hay palomas mensajeras modernas— o apertura organizada en un proceso que implica a los universitarios y más allá? ¿Esperar la voz de un dios ubicuo o escuchar las consideraciones de quienes, adultos, la hacen posible desde distintos lugares? No es menor lo que, esos pocos, han puesto en la discusión de tantos. Enhorabuena.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
Twitter: @ManuelGilAnton