¿Cual es la mejor escuela para mis hijos? Con frecuencia en mi bandeja digital o al final de mis conferencias algunos papás me preguntan sobre ésta o aquélla escuela; si es mejor una escuela tradicional o progresista, etc. La verdad es que no existe “la mejor escuela”.
Gracias a los avances de la neuroeducación hoy sabemos que la mejor escuela es el hogar. Niños pobres, abandonados, con tensión tóxica (permanente) o sujetos a negligencia muestran, en las imágenes, cerebros dañados. Por el contrario, infantes y niños que viven un ambiente cordial, relajado, emocional y cognitivamente rico en casa, muestran cerebros sanos, neurológicamente activos. Estos cerebros, a partir de un ambiente positivo y colaborativo en casa, son ejemplo de una entonación o sinergia virtuosa de las neuronas: neuronas que se disparan juntas se quedan juntas. Lo que un ambiente de esta naturaleza ofrece en el hogar son los cimientos para una vida socialmente positiva, cognitivamente abierta y emocionalmente equilibrada. En general, estos son los niños ideales para enseñar y aprender.
Este conocimiento derivado de las ciencias del cerebro y la mente, o del desarrollo infantil, es corroborado por la economía y la sociología de la educación que sostienen que lo que pasa en casa, desde el punto de vista socioeconómico y cultural, es más importante que lo que pasa en la escuela para explicar la diferencia en el desempeño académico de los niños y jóvenes.
Entonces el hogar es más importante. Dicho eso, la sociedad y la escuela, aunque en menor escala, son importantes también.
Los niños que del hogar llegan a la escuela con cerebros serenos, acostumbrados a un ambiente seguro y relajado, si encuentran en la escuela un ambiente similar, tendrán el mejor espacio para potenciar su desarrollo. Y los cerebros que provienen de ambientes tensos y difíciles, más impotentes serán si llegan a un ambiente social y escolar, tenso e inseguro; se potenciará su subdesarrollo cerebral.
De ahí que la escuela del siglo XXI heredada del siglo XX no tenga casi nada que ver con la escuela de la era de la neuroeducación. Desde los primeros maestros de occidente, los sofistas, hasta las primeras escuelas grecolatinas, el énfasis escolar ha sido el desarrollo cognitivo, a cualquier costo: “la letra con sangre entra”. La versión moderna de esta sentencia es el frenesí por las pruebas estandarizadas de alto impacto pero sobre todo los esquemas de rendición de cuentas; léase, evaluación de maestros atada a los resultados de sus alumnos. No se trata de decir no a las pruebas, se trata de que las pruebas y uso de sus resultados, estén entonados con las ciencias del desarrollo cerebral y humano.
Las escuelas formadoras de maestros en el mundo, excepto, quizá, las de Finlandia, están en crisis. Los maestros no quieren ser maestros: mal capacitados, mal pagados, mal apreciados y, todo el tiempo, examinados; no suena como a un buen trabajo y menos a un proyecto de vida. Así, ¿quién quiere ser maestro? Necesitamos urgentemente cambiar tanto la formación de maestros como el concepto de escuela.
Un detalle simple: la evidencia neurológica se abulta para sugerir que el arte y su enseñanza y el aprendizaje en movimiento, es decir, niños que practican moviéndose, aumentan la cognición y el aprendizaje de la geometría y las matemáticas; además de que producen con más facilidad los químicos o el coctel de la felicidad: oxitocinas, endorfinas, dopaminas y serotoninas; que son esenciales para la motivación desde la casa hasta la vida.
¿Qué significa esto para la política educativa? Más horas de matemáticas a costa del arte puede ser perverso. Regalar iPads o tabletas, ciertamente aumenta algunos químicos de la felicidad como los que producen euforia y satisfacción; sensación de recompensa. El problema es que para mantener a los niños felices, así, necesitamos darles a cada rato una mejor tableta. No, lo que realmente ayudaría es repensar por completo la atracción, formación y retribución de la carrera docente y reinventar a la escuela.
Las escuelas no deben verse más como recintos donde se enseña por horas a cerebros naturalmente desinhibidos a ser inhibidos—lo cual es una aburrición para niños y maestros—sino como espacios donde se desarrollan cerebros.
Actualmente las escuelas son fábricas de inhibición, obstaculizadoras de la creatividad y la sabiduría; debemos convertirlas en verdaderos laboratorios humanos de desarrollo cerebral. ¿Qué tipo de profesionales necesitamos para esa desafío? ¿Qué les ofreceremos a cambio? Bueno, para empezar un salario digno, pero más importante, un ambiente profesional y un proyecto de vida.
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