El humo negro de los vehículos, el hollín de las chimeneas industriales, de las estufas de leña y de los incendios forestales contiene carbono negro, un contaminante que daña la salud e interviene en el cambio climático del planeta. Se trata de un compuesto volátil, cuyas pequeñas partículas de 0.1 a 0.5 micras penetran en el tracto respiratorio y afectan sus funciones, afirmó Xochitl Cruz Núñez, investigadora del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la Universidad Nacional Autónoma de México.
La investigadora destacó que este compuesto tiene una vida corta en la atmósfera, que va de horas a días y, por ello, mitigar sus emisiones apoya de inmediato la reducción del efecto invernadero.
Aunque las emisiones de carbono negro son bajas comparadas con las de otros contaminantes como el dióxido de carbono y el metano, su impacto en el cambio climático es importante, pues una de sus características es que absorbe la radiación solar que emite como radiación infrarroja, lo que contribuye al efecto invernadero. “En la atmósfera, sus partículas interaccionan con las gotas de agua de las nubes y con el hielo de los glaciares y los polos, oscureciéndolo; además, acelera su derretimiento”, apuntó.
Emisiones de carbono negro y metano
La universitaria, integrante del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), explicó que el bienestar humano y planetario está amenazado por ese fenómeno y por la degradación de la calidad del aire. “El estado de la ciencia actual enfatiza la necesidad urgente de abordar su estudio de manera integral”.
El carbono negro y el ozono troposférico permanecen en la atmósfera por poco tiempo y por ello se consideran agentes climáticos de corta vida. El primero es emitido por procesos naturales y actividades humanas, por la combustión incompleta de combustibles fósiles, los biocombustibles y la biomasa. “Las fuentes primarias de carbono negro incluyen los motores diésel, pequeñas fuentes industriales, fuentes domésticas de carbono, los biocombustibles sólidos para cocinar y para calefacción y los incendios agrícolas y forestales”, remarcó.
En tanto, el metano (precursor del ozono troposférico) es la segunda causa del calentamiento global, después del dióxido de carbono, y se incluye como uno de los seis gases de efecto invernadero del Protocolo de Kioto.
La universitaria documentó que las concentraciones atmosféricas de metano han aumentado 2.5 veces desde la era agro-industrial, de unas 700 partes por billón en el año 1800 a la concentración global media de mil 770 partes por billón en el 2005, como resultado de la ganadería, el cultivo de arroz, la generación de residuos (rellenos sanitarios, estiércol y aguas residuales), la minería del carbono y sistemas de petróleo y gas.
Asimismo, planteó que la reducción de emisiones de carbono negro y metano se puede obtener con tecnologías existentes y conllevará, en el corto plazo, a beneficios significativos en salud, cultivos, ecosistemas y en el clima. “A pesar de estos beneficios, la reducción del calentamiento global en el largo plazo requerirá acciones en el presente para aminorar principalmente las emisiones de dióxido de carbono, un contaminante que permanece hasta 150 años en la atmósfera”, destacó.
La única estrategia de fondo para terminar con el cambio climático es reducir la emisión de todos los contaminantes, aunque algunos efectos se vean a corto plazo y otros sólo sean percibidos por las próximas generaciones, concluyó.