Los maestros de educación básica pasan por un mal momento; trabajan duro, como siempre, en medio de carencias de todo tipo (alumnos mal alimentados, reacios a la disciplina y el trabajo; familias irresponsables de la educación de sus hijos, pesada carga administrativa, etc.), pero, sobre todo, han perdido la seguridad que antes tenían respecto al desempeño de su trabajo.
La labor del docente se ha convertido en un difícil crucigrama bajo el régimen de trabajo docente que impuso –desde el año escolar pasado, la Nueva Escuela Mexicana (NEM). A diario, los maestros enfrentan dificultades e incertidumbres ante un extraño modelo educativo que no acaban de comprender del todo, entre otras cosas porque las autoridades no han ofrecido la capacitación indispensable para manejar el nuevo sistema de enseñanza.
Es un modelo sumamente complejo, pero no ha habido capacitación para manejarlo. Claro, por vocación y compromiso, los maestros no han expresado queja alguna y día con día se disponen, con resignación, a “sacar al buey de la barranca”. Pero la tarea no ha sido fácil, cada docente, por su lado, trata, primero, de entender los términos de este sofisticado proyecto, un proyecto complejo que ha introducido una nueva jerga teórico-pedagógica y, en segundo lugar, cada docente se esfuerza por dominar una práctica totalmente novedosa, de la cual en México –ni ningún otro país en el mundo—se tenía antecedentes; un proyecto que, además, abunda en prescripciones absurdas.
Es difícil comprender la teoría porque incluye disparates inexplicables. Por ejemplo, la NEM elimina la jerarquía que debe existir entre maestro y alumno. Ella postula que el alumno no es inferior jerárquicamente al maestro y, por tanto, puede fungir como maestro ante su maestro. Los maestros, a su vez, debe actuar como alumnos de sus alumnos. ¿Cómo resolver esta paradoja?
Otro ejemplo, la educación de la NEM no se propone fomentar el “desarrollo del alumno” –una idea convencional, que a todos nos parece obvia–; no, lo que se propone es “transformar la sociedad”, pero no transformar la sociedad en tanto nación, sino la sociedad entendida como “comunidad”, es decir, como el territorio que rodea a la escuela (barrio, colonia, municipio, o ranchería). La comunidad es, dice la NEM, el núcleo rector del proceso de enseñanza-aprendizaje. O sea, el centro de la educación ya no es el alumno ni la escuela, ahora el centro es la comunidad (es decir, el barrio).
Pero hay más despropósitos. En la pedagogía de la NEM, el aprendizaje se da en el intercambio continuo que existe entre los miembros de la escuela (alumnos y maestros) con los miembros de la comunidad (trabajadores, artesanos, comerciantes, sacerdotes, etc.). No se trata de que la escuela vaya a enseñar algo a los miembros de la comunidad; desde luego que no. Es al revés: alumnos y maestros visitan la comunidad para aprender su lenguaje, sus tradiciones, sus costumbres, sus valores, su memoria colectiva, sus producciones artesanales, etc.).
Es decir, el conocimiento escolar, no prima sobre la cultura popular de la comunidad, sino que la cultura popular está por encima de la cultura escolar. En el dilema entre conocimiento y folklore, la NEM enaltece al folklore y subordina al conocimiento. Aunque usted no lo crea. Los alumnos –en su mayoría pobres—van a la escuela de sus barriadas pobres y la escuela los regresa a sus barriadas para que ahí aprendan, “los saberes populares”. Por otro lado, la NEM atribuye a la familia tareas que hasta ahora eran privativas de la escuela y la carga de responsabilidades. Lo que el sentido común aconseja es guardar mayor cautela: tanto los miembros de la comunidad como los miembros de la familia están siempre agobiados por la lucha por sobrevivir, es decir, saturados por el trabajo propio y no disponen de tiempo para malgastarlo en asuntos de la escuela.
La enseñanza en la NEM descansa en el método de “proyectos”. El proyecto es una unidad de enseñanza que parte de la definición de un problema de la comunidad y enseguida se realizan una serie de actividades –organizadas en etapas–, para resolverlo. La teoría dice que el proyecto debe ser creación de maestros y alumnos, pero en la práctica son exclusivamente los maestros (y el libro de texto) los que intervienen para definir, objetivo, contenido y resultados de cada proyecto. Los alumnos, en los hechos, son dejados al margen (probablemente con razón).
La retórica de los documentos de la NEM busca adular a los maestros, dice: los maestros son actores sociales destacados como lo fueron los maestros guerrilleros Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, a quienes se menciona en los libros para los maestros. En cambio, se ignora los centenares de maestros mártires del pasado que fueron torturados o muertos por su anhelo de llevar la ilustración a los pueblos más remotos y olvidados del país. No solo eso: los maestros destacados o brillantes rara vez están relacionados con la política o con la violencia, más bien pasan desapercibidos a lo largo de sus vidas sin recibir el reconocimiento que merecen de la sociedad.
Al mismo tiempo, la NEM reitera el lema de que bajo este proyecto se logra la “autonomía profesional” del magisterio. Pero, nos peguntamos: ¿cuál autonomía? ¿Pueden los maestros no enseñar por proyectos? ¿Pueden regresar al modelo de educación anterior? ¿Se suspendió el control que ejercen directores e inspectores sobre el trabajo docente? Este es sólo un pálido reflejo de la demagogia que guía este proyecto educativo.
Los maestros de educación básica pasan por un mal momento; trabajan duro, como siempre, en medio de carencias de todo tipo (alumnos mal alimentados, reacios a la disciplina y el trabajo; familias irresponsables de la educación de sus hijos, pesada carga administrativa, etc.), pero, sobre todo, han perdido la seguridad que antes tenían respecto al desempeño de su trabajo.
La labor del docente se ha convertido en un difícil crucigrama bajo el régimen de trabajo docente que impuso –desde el año escolar pasado, la Nueva Escuela Mexicana (NEM). A diario, los maestros enfrentan dificultades e incertidumbres ante un extraño modelo educativo que no acaban de comprender del todo, entre otras cosas porque las autoridades no han ofrecido la capacitación indispensable para manejar el nuevo sistema de enseñanza.
Es un modelo sumamente complejo, pero no ha habido capacitación para manejarlo. Claro, por vocación y compromiso, los maestros no han expresado queja alguna y día con día se disponen, con resignación, a “sacar al buey de la barranca”. Pero la tarea no ha sido fácil, cada docente, por su lado, trata, primero, de entender los términos de este sofisticado proyecto, un proyecto complejo que ha introducido una nueva jerga teórico-pedagógica y, en segundo lugar, cada docente se esfuerza por dominar una práctica totalmente novedosa, de la cual en México –ni ningún otro país en el mundo—se tenía antecedentes; un proyecto que, además, abunda en prescripciones absurdas.
Es difícil comprender la teoría porque incluye disparates inexplicables. Por ejemplo, la NEM elimina la jerarquía que debe existir entre maestro y alumno. Ella postula que el alumno no es inferior jerárquicamente al maestro y, por tanto, puede fungir como maestro ante su maestro. Los maestros, a su vez, debe actuar como alumnos de sus alumnos. ¿Cómo resolver esta paradoja?
Otro ejemplo, la educación de la NEM no se propone fomentar el “desarrollo del alumno” –una idea convencional, que a todos nos parece obvia–; no, lo que se propone es “transformar la sociedad”, pero no transformar la sociedad en tanto nación, sino la sociedad entendida como “comunidad”, es decir, como el territorio que rodea a la escuela (barrio, colonia, municipio, o ranchería). La comunidad es, dice la NEM, el núcleo rector del proceso de enseñanza-aprendizaje. O sea, el centro de la educación ya no es el alumno ni la escuela, ahora el centro es la comunidad (es decir, el barrio).
Pero hay más despropósitos. En la pedagogía de la NEM, el aprendizaje se da en el intercambio continuo que existe entre los miembros de la escuela (alumnos y maestros) con los miembros de la comunidad (trabajadores, artesanos, comerciantes, sacerdotes, etc.). No se trata de que la escuela vaya a enseñar algo a los miembros de la comunidad; desde luego que no. Es al revés: alumnos y maestros visitan la comunidad para aprender su lenguaje, sus tradiciones, sus costumbres, sus valores, su memoria colectiva, sus producciones artesanales, etc.).
Es decir, el conocimiento escolar, no prima sobre la cultura popular de la comunidad, sino que la cultura popular está por encima de la cultura escolar. En el dilema entre conocimiento y folklore, la NEM enaltece al folklore y subordina al conocimiento. Aunque usted no lo crea. Los alumnos –en su mayoría pobres—van a la escuela de sus barriadas pobres y la escuela los regresa a sus barriadas para que ahí aprendan, “los saberes populares”. Por otro lado, la NEM atribuye a la familia tareas que hasta ahora eran privativas de la escuela y la carga de responsabilidades. Lo que el sentido común aconseja es guardar mayor cautela: tanto los miembros de la comunidad como los miembros de la familia están siempre agobiados por la lucha por sobrevivir, es decir, saturados por el trabajo propio y no disponen de tiempo para malgastarlo en asuntos de la escuela.
La enseñanza en la NEM descansa en el método de “proyectos”. El proyecto es una unidad de enseñanza que parte de la definición de un problema de la comunidad y enseguida se realizan una serie de actividades –organizadas en etapas–, para resolverlo. La teoría dice que el proyecto debe ser creación de maestros y alumnos, pero en la práctica son exclusivamente los maestros (y el libro de texto) los que intervienen para definir, objetivo, contenido y resultados de cada proyecto. Los alumnos, en los hechos, son dejados al margen (probablemente con razón).
La retórica de los documentos de la NEM busca adular a los maestros, dice: los maestros son actores sociales destacados como lo fueron los maestros guerrilleros Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, a quienes se menciona en los libros para los maestros. En cambio, se ignora los centenares de maestros mártires del pasado que fueron torturados o muertos por su anhelo de llevar la ilustración a los pueblos más remotos y olvidados del país. No solo eso: los maestros destacados o brillantes rara vez están relacionados con la política o con la violencia, más bien pasan desapercibidos a lo largo de sus vidas sin recibir el reconocimiento que merecen de la sociedad.
Al mismo tiempo, la NEM reitera el lema de que bajo este proyecto se logra la “autonomía profesional” del magisterio. Pero, nos peguntamos: ¿cuál autonomía? ¿Pueden los maestros no enseñar por proyectos? ¿Pueden regresar al modelo de educación anterior? ¿Se suspendió el control que ejercen directores e inspectores sobre el trabajo docente? Este es sólo un pálido reflejo de la demagogia que guía este proyecto educativo.