La política educativa se desarrolla normalmente en un terreno de pluralidad y constante debate. Bajo este ambiente tuvo lugar el taller: Desafíos de la Educación Terciaria en México, el cual fue organizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) el pasado 17 de julio.
El hecho de que un organismo financiero internacional se interese por los asuntos educativos de México ha servido para levantar suspicacias y construir visiones particulares sobre los procesos de política pública. “Son estos organismos los que dictan unilateralmente las políticas”, piensan algunos, como si no hubiera mediación, discusión e incluso, pugna entre las élites locales y las internacionales. Un mirada más analítica —y menos simplista— es necesaria para investigar la política educativa de México.
¿Qué pasaría si hay coincidencias entre un activista político y un chief executive del BID? ¿Cómo procesar las profundas diferencias entre un académico, un rector y el Banco? ¿Son realmente tan profundas esas diferencias? Descalificar a priori o recurrir al argumento ad hominem para cuestionar alguna propuesta de algún actor con el que no simpatizamos política o ideológicamente no parece ser una buena fórmula para tratar de impulsar el cambio educativo. ¿O es que nos interesa más profundizar las diferencias que discutir los distintos caminos para que los jóvenes aprovechen mejor los beneficios de la educación?
El seminario del BID tuvo como propósito “compartir” los resultados de un documento que presentaba el estado de la educación superior de México, “intercambiar ideas” entre autoridades del Banco, servidores públicos, académicos y representantes de las asociaciones de las universidades para poder “contar con sugerencias sobre los estudios que pudieran realizarse para abordar algunos problemas que ciertamente existen en el sector universitario de México. Menciono al menos dos: (1) la precaria medición de la calidad y pertinencia y (2) la sustentabilidad de los actuales esquemas de financiamiento para las Instituciones de Educación Superior (IES).
Cada actor político y social tiene su propia visión, ideología y agenda. Pocas cosas son neutrales; pero uno como académico tiene mayor libertad de expresar abiertamente sus puntos de vista. Bajo esta idea, diría que coincidí con la necesidad de construir una noción de calidad que oriente mejor la medición de dimensiones distintas y más amplias de las que actualmente se han utilizado. A este respecto, comentaré tres puntos.
Primero, resulta limitado y erróneo valorar la calidad o la pertinencia de la educación por lo que revelan sólo determinados indicadores del mercado laboral. De acuerdo con algunas teorías que rebasan los supuestos del Capital Humano, se ha visto que el mérito académico regularmente no constituye el criterio de mayor peso para seleccionar, contratar y promover al personal. Lamentablemente, en México, “más vale tener conocidos que conocimientos”, comentaría Manuel Gil Antón o “el que no alaba, no avanza”. Con esta realidad a cuestas, es difícil alcanzar cierta validez en las mediciones de la calidad educativa basadas preponderantemente en las tasas de empleo o ingreso.
Segundo, la pertinencia de la educación no puede ser definida como la relación mecánica entre la carrera estudiada y el puesto laboral desempeñado. Sobre este punto, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) coincide y señala que la pertinencia “no se reduce simplemente a que la educación superior dé respuesta a las demandas de corto plazo de la economía o del sector laboral”. La educación, desde mi perspectiva, es pertinente cuando le ofrece al individuo la posibilidad real de ampliar sus libertades o posibilidades de vida (Sen) y para ello, se requiere poner mayor atención en la agencia y diversidad humana, las prácticas pedagógicas y en los diversos tipos de reglas con que operan las universidades del país.
Tercero y último punto, considero que la noción de calidad tendría que incorporar un punto que es central pero que ha sido omitido en las evaluaciones y acreditaciones interinstitucionales: el nivel de aprendizaje que adquieren los jóvenes en las distintas IES del país. Para ello, pese a sus limitaciones, pueden ser útiles los exámenes generales de egreso (EGEL) que elabora el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (Ceneval). Es necesario que en México se rebasen los rankings o valoraciones sociales hechas sobre la tradición y el comentario de boca en boca.
El interés del BID en la educación superior llega en un momento en donde diversos investigadores de este nivel han señalado la urgencia de que haya un cambio de timón en las actuales políticas universitarias. Incluso la ANUIES se ha manifestado en este sentido. Si el Banco es sensible a esta demanda, se allega de mejores evidencias y sigue mostrando su apertura, puede contribuir a marcar una diferencia en el sector educativo y disipar la idea de que los organismos financieros internacionales pueden llegar a hacer más daño que bien.
Publicado en Campus milenio