Carlos Ornelas
En el calendario chino comenzó el 4,720, el año del tigre. Cuenta la leyenda que Buda, en su lecho de muerte mandó llamar a los animales de la tierra para dictarles su testamento y honró a los primeros 12 en acudir dedicándoles un año y un símbolo.
Los tigres son fieros e inteligentes; se ocultan para medir las capacidades de sus adversarios. Su agudeza, pudiera decirse, le proporciona una mente estratégica. En la simbología del zodiaco chino, el año del tigre es de contingencias y oportunidades. Es el período donde las decisiones que se tomen definirán la superación de problemas o el infortunio.
¿Qué marcará la política educativa de la Cuarta Transformación en este año crucial? A juzgar por las decisiones de la primera mitad del gobierno del presidente López Obrador, no hay pensamiento estratégico, la burocracia reacciona a los caprichos del gobernante —es irracional, pues— y parece que en asuntos clave se actúa con extravagancia. Lo mismo para el regreso a clases que para acosar a las instituciones de educación superior y, en lugar de plantear cómo recuperar la pérdida de aprendizajes en el alumnado por la pandemia, la Secretaría de Educación Pública propone elaborar libros de texto que glorifiquen al gobierno de AMLO.
Según la mayoría de los estudios elaborados por investigadores, la SEP atacó los efectos de la peor manera. Si bien en marzo de 2020, ante la emergencia del covid19, las vicisitudes justificaron las improvisaciones. Pero ya no para el inicio del ciclo escolar 2020-2021. Con todo y que hubo cierto tiempo para planear acciones, el Programa Aprende en Casa II, resultó igual de intuitivo.
Las escuelas siguieron cerradas, se dejó la responsabilidad a docentes y familias y, aunque hubo innovaciones valiosas de maestros y madres de familia, la SEP no tuvo pericia para aprovecharlas. Además, se incrementó la desigualdad social. Como siempre, los pobres, sufrieron más. Y, lo peor, las autoridades abandonaron a las escuelas.
Pero había que regresar a clases el 30 de agosto de 2021, lloviese, tronase o relampaguease, ordenó el presidente. Hoy vivimos las consecuencias: escuelas desmoronadas (es literal), desconfianza de familias por la falta de vacunas y desmoralización del magisterio por la inseguridad sanitaria y las órdenes de presentarse en sus centros de trabajo.
Los ataques del presidente contra la educación superior escalan desde gruñidos en la mañanera (la Universidad Nacional Autónoma de México neoliberal y conservadora, rectores fifís), hasta zarpazos rugosos, incluso perversos, contra el Centro de Investigación y Docencia Económicas.
La ausencia de vocación estratégica se percibe nítida en la convocatoria que lanzó la SEP para modificar —de nuevo— el modelo educativo. No se trata de una iniciativa pensada, con base en premisas lógicas, sino con el afán de que parezcan decisiones populares. Será una reforma que surja de asambleas y se propone que las masas decidan qué y cómo enseñar. Un desprecio manifiesto por el saber experto.
En suma, ante la infinidad de problemas que aquejan a la educación nacional, el gobierno produce inventivas para justificar —en la retórica y los símbolos— la grandiosidad de la 4T, pero no acomete lo fundamental. Más allá de reabrir las escuelas, no plantea nada para recuperar la pérdida de aprendizajes, redimir el daño emocional que padecen niños, docentes y familias por el encierro, ni como revertir la tendencia al abandono escolar.
Mientras tanto, el tigre, aquel con que amenazó López Obrador el 1 de abril de 2018 en la asamblea de los banqueros en Acapulco, espera agazapado para brincar a la palestra en este su año.
Pienso que en 2022 tendremos más contingencias que expectativas de un futuro mejor en la educación. Sin embargo, espero equivocarme.