Desde mi perspectiva, quienes se encuentran al frente de los diversos espacios que conforman la Secretaría de Educación Pública (SEP) de nuestro país, han subestimado, y subestiman, el trabajo que realizan los docentes de México. Esto viene a colación, por lo que se ha generado a partir de las decisiones que, derivadas de la pandemia por el COVID-19, se tomaron en el pleno del Consejo Nacional de Autoridades Educativas (CONAEDU). Un espacio en el que, desafortunadamente, no concurren docentes de todas las latitudes, solo funcionarios, muchos de ellos, alejados de lo que sucede a diario en las escuelas.
Al respecto, habrá quien me diga que esos funcionarios visitan las escuelas, que tienen datos y/o estadísticas que reflejan sus comportamientos (diversos entre ellas), que conocen sobre las problemáticas en cuanto a su infraestructura y necesidad de materiales, que saben sobre lo que implica el establecimiento de un Consejo de Participación Social o bien, que están al corriente en cuanto al funcionamiento de los Comités de Protección Civil; en fin, de todo aquello que se deriva del quehacer escolar cotidiano; sin embargo, el que se tenga un conocimiento sobre estos hechos, no significa necesariamente que eso sea una verdad inequívoca, por el contrario, el continuum escolar, ese que se vive a diario en las instituciones, en las aulas, en los pasillos de éstas, etcétera, son una realidad que, en muchas ocasiones, dista mucho de la visión que tal o cual funcionario tiene con relación a éstas.
En este sentido, diversos momentos de la historia de México nos han hecho ver, por un lado, la inexorable fuerza de la naturaleza, pero también, lo que la misma sociedad ha propiciado a partir de sus ideologías e intereses (comunes). En consecuencia, ambos casos, han alterado el curso de los ciclos escolares que, como parte de la organización del Sistema Educativo Mexicano (SEM), se han implementado con el propósito de que los miles y millones de seres humanos que concurren en las aulas, aprendan (algo). No obstante lo anterior, y a pesar de los infortunios, la escuela mexicana, sus maestros y sus alumnos, han salido avantes.
¿De qué manera la escuela mexicana se sobrepuso a la pandemia del 2009 cuando el virus H1N1 se hizo presente en nuestro país?, ¿acaso el grueso de maestros no reconoce las enfermedades cuando, a diario, ven a estudiantes con alguna de ellas, las cuales, pueden ser graves?, ¿por qué tener en mente que, esos profesores, son neófitos en los diversos asuntos que les ocupan y preocupan en sus alumnos?
Pues bien, si nos adentramos un poco a estos “misterios” puedo decir que, en efecto, el maestro realiza los ajustes que considere necesarios a su planeación con el propósito de que sus alumnos continúen con su aprendizaje. Éste es un asunto, que no necesariamente el docente implementa en razón de lo que la autoridad educativa determine. Lo han hecho, aún sin la orientación que brinda, por ejemplo, la guía para los Consejos Técnicos muy cuestionada en estos tiempos. De hecho, bien valdría la pena preguntarse en estos momentos, desde cuándo se implementaron esos “consejos” y cuáles han sido sus resultados porque, desde mi perspectiva, proponer que el colectivo docente vea y discuta lo que a través de un video el actual Secretario de Educación expresa, no es muy didáctico que digamos. En fin.
Volviendo al tema que me ocupa, debo señalar (en menor medida porque sobre este asunto ya lo han hecho diversos colegas míos, como Sergio Martínez Dunstan http://www.educacionfutura.org/el-covid-19-cimbra-al-sistema-educativo-nacional/ y Rogelio Alonso https://profelandia.com/coronavirus-retos-para-la-escuela-mexicana/), que la escuela mexicana y sus actores, adolecen de lo que muchos conocemos: una infraestructura inadecuada para la prestación del servicio educativo; servicios básicos y de primer orden, a todas luces, insuficientes; aulas hacinadas y poco propicias para la generación de aprendizajes y conocimientos; insuficiente participación de padres de familia, en diversos rubros; en fin, un conglomerado de situaciones que, como decía, no profundizaré en demasía, pero que me permiten contextualizar que, a pesar de estas cuestiones, los docentes cumplen su cometido. Por ello es que vuelvo a mi argumento inicial, el que la SEP subestima y ha subestimado al magisterio.
Al respecto, si usted revisa la Guía para el Consejo Técnico en su Sesión Extraordinaria para la Organización Escolar a fin de Enfrentar la Emergencia Epidemiológica del COVID-19, podrá darse cuenta de ello. En ella, además de “chutarse” el mensaje del Secretario de Educación, los docentes conocerán sobre el COVID-19, además, de proponer una forma de organizarse para que los niños, niñas y jóvenes, avancen en su proceso formativo. No olvidando, desde luego, lo que se propone para que se reanuden las clases sin riesgos. Medidas que, de cierta forma, son básicas. No obstante: ¿acaso los maestros y maestras no son hijos o padres de familia y, ante un tema de vital importancia como lo es esta pandemia, no están informados?, ¿acaso no tienen en mente y han trabajado sobre las actividades que podrían, en la medida de sus posibilidades, trabajar con sus alumnos?, ¿acaso no saben que tendrán que asegurar sus espacios para que, a su regreso, no haya ni corran riesgos? Tal parece que la SEP no ha aprendido la lección porque, si bien es cierto que todo lo anterior es necesario, también es cierto que hay cientos de realidades en nuestro país y que, como tales, deben ser tomadas en cuenta si es que en verdad se desea implementar una política de largo alcance, que no sólo atienda lo urgente, sino lo prioritario, en cuanto al bienestar de los mexicanos.
Muchos niños y jóvenes, desafortunadamente, en estos días de aislamiento voluntario, acompañarán a sus padres y/o familiares porque, lamentablemente, esas familias van al día y, desde luego, tienen que generar las condiciones para asegurar su bienestar.
En este orden de ideas, pensar en un plan de trabajo para que los docentes aseguren el aprendizaje de sus alumnos, así tal cual lo señala dicha guía, no tiene mucho sentido y mucho menos lo tiene cuando, desde las Secretarías de Educación de los estados, se giran instrucciones para que los maestros acuerden este trabajo con sus directivos, supervisores y/o jefes de sector (https://www.elsoldetlaxcala.com.mx/local/deberan-docentes-crear-tecnicas-para-estudios-a-distancia-4984139.html?fbclid=IwAR1-5yeSOGnccI5wRqODCo3a3ajkd2i6VfRZ6Z24NftCiMTg-Uq23x71l8E). ¿Cómo asegurar que el alumno realice sus actividades si el padre de familia se lleva a un niño a la venta de pan o lo incorporan en la maquila de algún producto?, ¿qué es lo que hace o tendría que hacer un docente en medio de este asunto?, ¿no tendría que pensarse en el ajuste de las planeaciones de los profesores para que, a su regreso, establezcan una estrategia con la finalidad de “nivelar” a los estudiantes que no contaron con los medios para trabajar en casa con aquellos que sí lo hicieron? Estoy seguro que, sobre esta última pregunta, todo docente lo tendrá contemplado y de ninguna manera se negará a ello.
Ciertamente, hay de realidades a realidades; y esta realidad, como seguramente habrá otras, son las que viven miles de niños y niñas en México. En consecuencia, si el brote del coronavirus se detectó en los últimos meses de 2019, ¿por qué la SEP no comenzó a informar sobre ello?, ¿por qué no sensibilizó a los profesores y, sobretodo, a los padres de familia sobre este asunto?, ¿acaso pensó que somos seres súper dotados, con escudos protectores, y que no afectaría a la población del mundo?, ¿por qué no se revisó el antecedente inmediato relacionado con el H1N1? La respuesta, creo, se halla en la importancia que se le ha dado a las orquestas musicales y no al fortalecimiento de una cultura física, de salud y bienestar en los seres humanos, de los mexicanos.
Al tiempo.