En las últimas semanas, mis escritos han abordado temáticas como la Pedagogía de la Alegría, la Educación que Emociona, Formar para la Empatía etc., con la intención de aportar desde diversas miradas, la reflexión sobre la importancia de las emociones como fundamento de todo lo que hacemos en nuestro vivir y que forman parte importante de la transformación personal y colectiva a partir de la convivencia.
Se que el abordaje de estas temáticas puede despertar controversias y dudas sobre su legitimidad, pero creo firmemente en la importancia central que tienen en el contexto actual, partiendo de la pregunta: ¿Cómo lograr en momentos como este que la educación sea un medio de contención para que nuestros alumnos, sus familias y nuestras familias puedan enfrentar una realidad de incertidumbre, dolor, enfermedad y hasta muerte?
No es fácil y aún con las mejores condiciones de vida, afrontar esta etapa inédita, por ello, es necesario insistir tomando como pretexto este día, llamado comercialmente el “Día del Amor y la Amistad”, nos detengamos un momento en reflexionar, como lo escribe Maturana, en diseñar espacios familiares, escolares y ambientes de aprendizaje como espacios de acción, reflexión y de convivencia que posibiliten el hacer y el convivir a partir de una educación fundada en la biología del amor y como tal “en el encanto del ver, del oír, del oler, del tocar y del reflexionar, descubriendo lo que hay en cada mirada que abarca su entorno y lo sitúa de manera adecuada” (Maturana y Nisis 1997, p.22).
Educar es enriquecer la capacidad de acción y de reflexión del ser aprendiz, lo que implica que, desde la perspectiva autopoiética, educar es un fenómeno biológico fundamental que envuelve todas las dimensiones del vivir humano, desarrollarse en comunión con otros seres. Pero ¿qué significa este neologismo? La autopoiesis o autopoyesis designa la cualidad de un sistema capaz de reproducirse y mantenerse por sí mismo, fue propuesto por los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela en 1973, para definir la química de auto mantenimiento de las células vivas.
Desde esta perspectiva, la tarea docente debe de estar enfocada en la formación humana de los aprendices, donde los contenidos solo sean los vehículos relacionales para su consecución y donde lo más importante sea una educación que sea capaz de crear condiciones que permitan a cada uno ser un ciudadano feliz. Educar, por tanto, a partir de la biología del amor, es reconocer que la emoción es la base de la razón y que, como afirma Maturana (1999) el amor puede ser la terapia del universo.
¿Y entonces, cómo enfocarse en el amor, en las emociones en la educación? Mi experiencia personal tiene que ver con la narrativa. Cotidiana y espontáneamente, siempre estamos utilizando el lenguaje, el lenguaje de la vida, ya sea de manera escrita u oral nos estamos comunicando para otros o con nosotros mismos. En ese andar cotidiano sobre cómo nos sentimos, cómo nos definimos o sobre nuestra posición frente a determinada situaciones, nos definen y diferencian de otros y a la vez dan sentido a las acciones, a los eventos vividos, restituyendo de alguna manera nuestra propia existencia.
De ahí que hablar, escuchar leer y escribir sean fundamentales para trasmitir nuestras emociones y fomentarlas en los procesos educativos permiten la expresión de ese sentirpensar que promueve Maturana. Un diario, una carta, un relato son expresiones de nuestras emociones y su realización permiten también convivir en respeto mutuo.
Tomemos en cuenta que todos los fenómenos sociales no existen por sí mismos, separados de los individuos que los viven, producen, sufren y gozan de sus consecuencias. Por eso, en esta época de pandemia, cobra especial relevancia fomentar el lenguaje del amor y no porque debamos de convertirnos en seguidores de la publicidad y del mercantilismo, sino básicamente, porque somos parte de una sociedad que hoy requiere de una convivencia armoniosa y saludable, aceptando y respetando al otro, no solo en los espacios educativos, sino en todos los ámbitos sociales que permitan lograr una convivencia mucho más cercana con el otro.
No olvidemos que lo anterior también tiene que ver con las relaciones sociales que hemos establecido a lo largo de nuestra vida a través de un grupo de células especiales en nuestro cerebro llamadas neuronas espejo. Las investigaciones han encontrado que las neuronas espejo nos garantizan que, al vivenciar nuestras emociones, las podemos compartir y que explican neuro fisiológicamente las formas complejas de cognición e interacción sociales que nos permiten establecer nuestras relaciones sociales para una mejor convivencia (Iacoboni,2009).
Por eso, hoy en este 14 de febrero un buen detalle, será la escritura de una carta a quien amamos, en donde el lenguaje de la vida y del amor florezca para siempre.