Una querida colega, irritada, me confiesa: ¡es absurda la cantidad de tareas que deben llevar los hijos a casa! Entre paréntesis debo agregar: los suyos, como los míos, estudian en distintos colegios de paga; así que el incordio no es generalizable pero sí bastante común.
Por ese tipo de razones sostengo, tiempo atrás, que la escuela debe cambiar primero reformando la manera en que estamos pensándola y diseñándola. Entiéndase entonces el contenido de este artículo: no es la crítica a una, dos, tres escuelas, sino a una concepción que permea de forma casi generalizada y no admite alternativas.
Hecha la advertencia, explico una veta: a las 7 de la mañana estamos dejando a los hijos en la escuela para salir a las 14 horas (o más). Con tiempos justos, entre el traslado y la comida, a las 15:30 o 16 horas estarán terminando su comida. La cordura impondría un poco de reposo, pero a veces no se puede, porque hay actividades vespertinas, deportivas o de otros tipos, unas obligatorias por la escuela, otras que decidimos en casa.
Si solo tienen una actividad extracurricular, a las 6 regresamos, a bañarse o directo a las tareas. Una o dos horas, aunque, según contaba una profesora universitaria, su hijo, en secundaria tenía más actividades que los alumnos en la universidad y su jornada se prolongaba hasta la noche.
Con moderación, a las 19 o 20 horas los hijos estarán libres para cumplir el más sagrado de sus derechos: ser niños, esto es, para jugar, husmear, inventar, ver la televisión, sin mandatos externos, sin orientaciones ni prescripciones, eligiendo lo que ellos quieran. Sí, tienen menos tiempo libre que nosotros, ya lo recordarán los de mi edad y cercanos. Luego, cenar y dormir. Y así, cada día o casi todos los días, 200 al año.
Las comparaciones son odiosas, dicen, pero inevitables, y necesarias a veces. Un documental breve que circula en redes sociales de Michael Moore cuenta la visita a Finlandia para conocer por qué los habitantes de ese país sorprendieron al mundo con sus resultados escolares, y porque se le considera uno de los referentes mundiales.
No voy a resumir los diez minutos del video hecho por el irreverente cineasta. Solo traigo dos escenas. Una, de la entrevista que tiene con la ministra de Educación quien explica, palabras más palabras menos, el “top secret”: ¡en Finlandia no hay tareas para casa! Y luego lo confirma con jóvenes estudiantes que dedican 10 o 15 minutos al día. Un director de secundaria remata: el término “tareas” es obsoleto.
La segunda imagen es también impactante para Moore; pregunta a una maestra: ¿cuántas horas van los niños a la escuela? La respuesta es un mazazo a las creencias del capitalismo escolarizado de su cultura: tres o cuatro horas, depende, pero veinte a la semana. Cada uno puede seguir la reflexión por el hilo que le convenga.
Mientras escribo estas líneas el fin de semana en casa, un tuit de mi colega y amiga @rosamariatorres me liga a una nota publicada en España por “El Diario”: los padres de familia convocan a una huelga de deberes (tareas) para noviembre. Alegan que falta una materia en el currículum: Mi tiempo libre. El lunes continúo el debate español: el Partido Popular, el Socialista Obrero Español y Ciudadanos están enfrascados en el tema. ¡No es frivolidad, ni pereza!
Concluyo con una afirmación de otro dilecto amigo, Juan Miguel Batalloso: “La calidad de un proceso educativo no puede medirse por la cantidad de actividades, ejercicios, contenidos, disciplinas o asignaturas, sino por la relevancia para la propia vida personal, social y comunitaria del aprendiz”.
Con 46 años metido en la escuela yo no me fío, créanme, de la certificación ISO; me bastan los certificados del sentido común.