A Sandra Aguilera, querida observadora ciudadana de la educación.
Al igual que en muchas universidades del país, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Autónoma de Querétaro se realizó una mesa de discusión para reflexionar sobre la importancia del 2 de octubre. ¿Qué lecciones extraer del movimiento estudiantil surgido hace 50 años? ¿Sirvió de algo para el desarrollo de las Ciencias Sociales? ¿En qué se asemeja y diferencia el 68 de los otros movimientos universitarios como el del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) de 1986 o el #MasDe131 en 2012?
El 68, al igual que el movimiento del 86 y el #MásDe131, surgió, entre otras cosas, por una notable capacidad de agencia de los propios jóvenes universitarios. El entonces compló comunista o conjura del “exterior” resultaron ser pura fantasía. A pesar de que a finales de la década de los sesenta, las bondades del “desarrollo estabilizador” compraba adhesiones y conformismos en el mundo adulto, los jóvenes eligieron ir más allá de los “espejismos del desarrollo”. Se trataba, como diría José Agustín, “de romper con la enajenación al utilitarismo y al trabajo con el solo objeto del lucro, el poder y el enriquecimiento personal”. Frente a la “estabilidad” que supuestamente ofrecía el régimen autoritario encabezado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), los jóvenes del 68 comenzaron “a actuar por cuenta propia y a tomar la iniciativa”, tal como observa Gilberto Guevara Niebla.
En el caso del CEU en 1986, aún son memorables los diálogos públicos entre la parte oficial de la rectoría de la UNAM y los entonces líderes estudiantiles. Muchos bachilleres celebrábamos la capacidad de nuestros compañeros por hablarle de tú-a-tú a los señores de traje. El movimiento de 86 fue clave para hacerle saber a la autoridad universitaria que los jóvenes tienen voz y sobre todo, el derecho a expresarla en cualquier asunto que les incumbe.
26 años más tarde, en la Ibero de la Ciudad de México, varios académicos nos volvíamos a emocionar con la determinación de los estudiantes para cuestionar pública y abiertamente al entonces candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. Esta acción razonada de los muchachos dio paso al conocido movimiento #YoSoy132, el cual nos hizo acariciar la idea de que la imposición del gobernante, ahora por una vía más sutil y mediática, podía interrumpirse. Desafortunadamente, no fue así; pero a las legítimas demandas del 68 y del 86 se sumó un nuevo objetivo: la “democratización de los medios de comunicación”.
¿Qué aprendimos de estos tres movimientos (68, 86, 2012)? Primero, pese a la imposición de las políticas de evaluación, acreditación y control burocrático por parte de la Secretaría de Educación Pública (SEP), y ante el adverso contexto socioeconómico y cultural, las diversas instituciones de educación superior (IES) han posibilitado el surgimiento de un “currículum oculto”, cuyo objetivo ha sido despertar la consciencia juvenil y la crítica social. Y es que la existencia de la Universidad, como escribe Octavio Paz en Postdata, es una prueba y una garantía de la permanencia de la crítica, algo que por cierto, algunos desean que desaparezca, recuerda el gran intelectual mexicano.
Segunda lección: aunque al 68, 86 y #MásDe131 los une la capacidad de agencia del joven estudiante, los tres movimientos tuvieron propósitos distintos. El 68 y el #MásDe131, por ejemplo, se propusieron revertir algunas reglas con las que operaba – y opera – el régimen político del país. Luis González de Alba afirma que las demandas en 1968 eran planteadas “directamente al gobierno y no a la Universidad” o a sus autoridades, como sí fue el caso del CEU en 1986. Esto, claro, sin menospreciar el alcance del movimiento universitario de la UNAM.
Las demandas en el 68, prosigue González de Alba, eran “demandas políticas generales que surgían del sentir de toda la población”. ¿Y cuáles eran estas demandas? Guevara Niebla las enlista: “Libertad a los presos políticos”, “destitución de los jefes de la policía”, “desaparición del cuerpo de granaderos”, “indemnización a los familias de los estudiantes muertos y de los heridos” y algo muy importante: la “derogación de los artículos 145 y 145bis del Código Penal Federal, los cuales consideraban como delito la protesta contra el gobierno (sedición). ¿En qué democracia está prohibido protestar? En ninguna. La agitación política y la protesta social son funcionales para cualquier régimen democrático, pese a lo que digan las “buenas consciencias”.
En verdad, el 68 marcó el largo y sinuoso camino hacia nuestra democracia y por lo tanto, no habría que menospreciar esta lucha (sangrienta). Pero si la “masacre de Tlatelolco destruyó la fe estudiantil en la democracia” (Guevara), el 2018 tendría que mandar un mensaje radicalmente distinto. El Gobierno Federal entrante (2018-2024) estará formado por diversos personajes – algunos francamente cuestionables –, pero otros con una notable historia de lucha democrática. Desde 1997, ha habido gobiernos democráticamente electos que han incluido a universitarios inconformes, disidentes, luchadores sociales y personas que antes eran políticamente marginales. La democracia mexicana avanza pese a los políticos.
En este punto de avance democrático y de relativo triunfo de los movimientos estudiantiles, vale la pena preguntar: ¿cómo se hará crítica desde la universidad a partir del 2018? ¿Seremos los académicos y jóvenes universitarios libres para cuestionar a la administración encabezada por Andrés Manuel López Obrador? El ejercicio de gobierno está invariablemente plagado de contradicciones y ahí es donde la mirada crítica del universitario será necesaria, independientemente de quien ocupe la presidencia de la República.
¿Se atreverá algún rector – o rectora – a defender razonada y frontalmente la autonomía universitaria? ¿Se incentivará y apoyará a que las universidades públicas mexicanas generen evidencia y conocimiento científico orientado a la búsqueda de la verdad o entraremos en una etapa en donde sólo se utilizará la “evidencia basada en la política” del Licenciado? ¿Estamos frente a una etapa de anti intelectualismo por la fascinación que el triunfo de AMLO creó en la “izquierda”?
La democracia mexicana está en un buen momento. Los actuales modelos de crítica pública y oposición podrían renovarse y en esto, la universidad mexicana tiene una gran oportunidad. La supuesta “Cuarta Transformación” va a demandar inteligencia y una constante vigilancia crítica del universitario. ¿Estaremos a la altura? Vamos a ver.
Twitter: @flores_crespo