Termina un año e inicia otro, si bien estamos en un momento difícil para la humanidad y nuevamente en semáforo rojo aquí en Puebla, sigo pensando que podemos mejorar nuestras vidas, tanto colectiva como individualmente, reflexionando en aquello que nos ha funcionado y en aquello que podemos mejorar, porque si nos enfocamos en las sombras en lugar de las luces, poco podemos lograr.
De un tiempo para acá, las aves son mi fuente de inspiración, siempre las escucho y observo con atención. Todas las mañanas, dependiendo de la estación, me despiertan diversos trinos, lo mismo sucede al atardecer, cuando se preparan para la noche. No me gustan las jaulas, crecí con una abuelita que tenía muchas aves, pero encerradas, por eso desde niña me prometí que siempre las vería libres. Ahora disfruto verlas llegar a mi jardín revoloteando entre las flores y plantas que siembro y cuido para ellas, así como la algarabía que muestran al alimentarse con las semillas que tienen a su disposición en los comederos que coloco en el jardín.
Hay una en especial, que me maravilla aún más, que sigue siendo parte importante de la naturaleza y que es esencial en el equilibrio ecológico de nuestros ecosistemas: el colibrí. Son increíblemente fuertes a pesar de su tamaño (desde cinco centímetros del pico a la cola hasta los 20 centímetros) y pueden permanecer suspendidos en su vuelo o volar hacia atrás, son extremadamente fascinantes.
Estas hermosas aves de plumaje iridiscente, son capaces de percibir el espectro ultravioleta en las plumas de sus congéneres y en las plantas de su entorno, tonalidades que el ojo humano no percibe, además, poseen un cerebro muy complejo y son tan increíbles que pueden levantar el vuelo de manera vertical. Su corazón late más de mil veces por minuto y con su lengua hace movimientos fugaces para extraer el néctar de las flores. Entran en una especie de estado de hibernación llamado “topor” al caer la noche, que reduce su metabolismo al máximo para sobrevivir sin consumir alimento hasta el amanecer.
Cuando espero su visita por las mañanas, reflexiono en cómo es posible que en un mundo tan hostil para ellos y en general para todas las aves, puedan sobrevivir a la falta de flores, a la carencia de los diminutos insectos que también son su alimento, a los plaguicidas, a los contaminantes, a la ausencia de agua, al ruido estridente, a la caza de las personas que los matan y los venden como amuleto, viviendo en una modernidad en la que el aprecio a la naturaleza, se diluye ante el consumismo.
Sin duda, son unos guerreros, porque son ejemplo de resistencia natural y porque a pesar de todo, siguen aquí. Tal vez por eso en la cultura azteca se les vinculaba al Dios Huitzilopochtli, que significa “Colibrí del sur“, eran considerados unos guerreros, porque creían que, al morir un guerrero en el campo de batalla, regresaban al mundo de los nuestros convertidos en colibríes (Cárdenas 2019). Así como ellos, otras aves también sirven de símbolo para establecer las relaciones entre el cielo y la tierra.
Los colibríes siguen siendo grandes guerreros en este tiempo de incertidumbre, si ellos en el día a día se enfrentan a tantos riesgos y sobreviven ¿acaso nosotros no podemos enfrentarnos a los retos a los que hoy nos enfrenta la naturaleza? Las aves son ejemplo de fortaleza y de lo que los seres humanos podemos hacer en este tiempo, si bien, hemos avanzado como nunca en la modernización de las formas de vida de nuestra especie, estamos aniquilado paulatinamente a la naturaleza, que es nuestra fuente de vida.
En nuestros pequeños o grandes ámbitos de intervención, sigamos construyendo esperanza, aun cuando nuestras vidas tengan ante sí el reto constante de la adversidad, sigue siendo lo más maravilloso con lo que contamos todos sin importar raza, género, situación socio-económica o nacionalidad. La invitación que les hago es a seguir aprendiendo, porque aún en este mundo que parece devastado, existen puertas para seguir construyendo, para repensar lo pensado, resignificar nuestras experiencias vinculadas a nuestro actuar, caminando y apoyando a nuestros seres queridos y a los otros, en los diferentes caminos y senderos que tenemos que recorrer.
Recuerden en este año que finaliza, a los colibríes y su valioso ejemplo, como la voz que acompaña, que arrulla, que envuelve y que da significado a la vida y a otras vidas, como la representación de la naturaleza que tiene mucho que decirnos. Hemos sobrevivido a un año que ha requerido de diversos cambios, tanto sociales como personales, en donde en algún momento nos seguimos equivocado, como esta visión consumista de consumir y desechar todo.
En el horizonte inmediato están ya las vacunas que bien puede ser uno de los motivos para conectarnos emocionalmente, en un canto a la vida y a la esperanza, asumiéndonos como iguales, como parte de una humanidad que requiere transformar sus formas de vida y dando gracias por lo que somos y con lo que contamos.
Asumamos una dimensión simbólica ante la vida que se manifiesta de tantas formas en nuestro planeta, estos pequeñines que nos atraen por su belleza, resistencia, acrobacia, comportamiento, tamaño, ciclo de vida, colores y formas, nos dejan siempre maravillados ante lo que la increíble naturaleza nos brinda. Les invito a unirnos en el próximo año, en una profunda comunión compartida de sentimientos y prioridades, con pensamientos receptivos y un corazón cálido que nos permita lidiar con las situaciones y los estados de ánimo propios de esta crisis sanitaria, económica, social y hasta política, que seguiremos enfrentando este próximo año.
Para todas y todos, de corazón a corazón, un buen año 2021, donde sigue siendo posible, construir esperanza.
Referencia
Cárdenas, O (2019) Desde la ciencia, los colibríes, grandes guerreros. Letra Fría. En https://letrafria.com/desde-la-ciencia-los-colibries-grandes-guerreros/