Tremenda polémica nacional ha causado la propuesta sobre el matrimonio igualitario que, meses atrás, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, envío al Senado de la República con la intención de que se modificara el artículo 4º de la Constitución Mexicana y el Código Civil Federal para garantizar el matrimonio igualitario entre adultos en todo el país. Esto, a decir del mandatario nacional, con la intención de “incorporar con toda claridad el criterio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que las personas puedan contraer matrimonio sin discriminación por motivos étnico, discapacidad, condición social, género o preferencias sexuales” (Milenio, 17/05/2016).
La lucha férrea que han mantenido los que se oponen a tal propuesta y los que se encuentran a favor, ha generado a la fecha, que la mirada se desvíe de un asunto que, de manera personal, considero debe ser abordado con todo la seriedad que el caso amerita. Y es que mire usted, de buenas a primeras, pareciera ser que en el fondo del conflicto se hallan intereses contrapuestos y de muy diversa índole que, poco o nada, ayudan a la comprensión del fenómeno y encono social que prevalece en México.
Ciertamente, los que se identifican con una ideología fincada en la religión y la moral, han manifestado su postura brindando los argumentos habidos y por haber sobre el rechazo a la iniciativa presidencial. Los que se encuentran a favor, también han brindado sus opiniones dejando en claro que su aprobación, debe darse en términos meramente legales. Sin embargo, la pregunta que da inicio a esta serie de ideas, cobra relevancia y sentido, en tanto se discutan estos temas desde su carácter legal, pero también, del educativo.
¿Por qué no considerar a la educación sexual como un elemento que resulta fundamental en, sobre y para el desarrollo del ser humano?, ¿qué tipo de contenidos sobre esta materia deben abordarse en las escuelas por los maestros y alumnos?, ¿qué responsabilidad tiene la sociedad en el cúmulo de acontecimientos humanos que han llevado a reconfigurar al espectro social tal y como hoy lo conocemos? Éstas, son preguntas que se derivan precisamente, del debate que en estos días se ha generado en diversos espacios de diálogo y confrontación de ideas entre unos y otros, al fin y al cabo, humanos, como usted, como yo.
Hace unos años, Fernando Savater (1997), en un texto que me parece fundamental referir en estos momentos, “El valor de educar”, afirmaba que la educación transmite a cada uno de los seres pensantes – nosotros –, que no somos únicos, que nuestra condición implica el intercambio significativo con otros parientes simbólicos que confirman y posibilitan nuestra condición. En este sentido, si compartimos la idea de que la educación fue, es y ha sido construida por la sociedad, debemos tener claro que ésta tiene la función de educar – formar – a los seres humanos con los conocimientos, habilidades, actitudes y valores que son propios de la época que están viviendo.
Me parece bastante favorable que el diálogo sobre el tema del matrimonio igualitario se esté dando en mi México querido. Lo aplaudo y lo reconozco. Sin embargo, considero que también debemos centrar la mirada, dirigir un cúmulo de investigaciones o realizar diversos estudios sobre el tema de la educación sexual en las escuelas que conforman el Sistema Educativo Mexicano (SME). No hacerlo, implicaría regresar a la barbarie y el oscurantismo.
Tengo claro que el conocimiento se genera a partir del análisis, la reflexión y la crítica sobre tal o cual cosa, pero éste, debe estar fincado en la razón y en la objetividad que la misma ciencia otorga, de ahí que considere pertinente, centrar la atención en pensar y repensar qué es lo que la escuela está enseñando, más que pelearnos por las creencias y saberes del pueblo de México.
Se dice que el conocimiento nos permite dilucidar la configuración biológica y social del ser humano y, el conocimiento sobre nosotros mismos, es lo que nos lleva a tomar decisiones, cualesquiera que éstas sean, con relación a nuestra propia existencia.
Desde mi humilde punto de vista, la educación sexual, tiene que ser abordada en las miles de instituciones educativas que existen en nuestro país, así tal cual es, dado que el ser humano existe por un proceso biológico que todos, absolutamente todos conocemos, y cuya existencia, se va configurando por los procesos sociales en los que el propio individuo participa como ser social por naturaleza.
¿Qué de malo puede tener el que se hable de reproducción sexual en las escuelas cuando a partir de ese principio vinimos al mundo?, ¿qué dificultad existe al abordar cada una de las partes que conforman nuestro organismo?, ¿qué problema puede representar el que se hable de menstruación y cambios de voz y cuerpo como parte de un proceso fisiológico, por ejemplo?
Con seguridad alguien podría decirme: bueno, es que eso es una cosa, pero el asunto de los matrimonios entre personas del mismo sexo y la adopción que pueden lograr con ese vínculo, es otra cosa. Y efectivamente, les concedo la razón. Sin embargo, debemos considerar que la sociedad ha avanzando, aunque como bien lo afirma Jurjo Torres (2006) en su texto “La desmotivación del profesorado”, pareciera ser que no lo ha hecho. Lo cual me lleva a plantear la posibilidad de seguir debatiendo sobre este polémico tema pero desde varios enfoques: psicológico, pedagógico, filosófico, etcétera.
La cerrazón es principio básico de la ignorancia y, como seres pensantes, debemos estar dispuestos a ese diálogo antes de anteponer ciertas creencias y valores en una sociedad que se ha transformado. Insisto, los momentos en los que la santa inquisición juzgaba a las personas ha quedado en el pasado. Fue un mal momento por el que atravesamos los seres humanos.
En suma, ni todos los argumentos son malos, ni todas las verdades son absolutas.
Debatamos pues. Hagamos lo propio para que esa socialización primaria que se da en la familia – a la que alude Savater –, sea fortificante y se especialice en esa socialización secundaria que se logra en la escuela a la que este mismo autor hace referencia.